CHILE: ¿HAY VIDA EN LA MONEDA?
A inicios de 2010 muchos esperaban encontrarla en abundancia. El gobierno de la “nueva derecha” podía presumir de un numeroso contingente de técnócratas, probados en las empresas más competitivas del país. Sin embargo, luego de dos años, esas expectativas se han visto frustradas y sólo se ha detectado vida vegetativa, esa que languidece y desespera, sin saber qué rumbo tomar. Se trata de otra prueba concluyente de la teoría de las inteligencias múltiples, que sostiene que la inteligencia es una cualidad compleja, y que no bastan los títulos de Harvard para alcanzarla.
El gobierno del cambio ha logrado en estos años algo muy difícil: despilfarrar en tiempo récord la confianza de sus propios electores. En palabras del deslenguado alcalde Pedro Sabat: “Este gobierno no tiene, bueno, las encuestas lo dicen, no cumple ninguna expectativa, ni de los que nos reventamos durante veinte años para que saliera elegido ni menos de los que votaron aunque sea a última hora. Yo veo solamente desilusión...”. Ante esta debacle la respuesta que parece balbucear el oficialismo es muy simple: este es un buen gobierno, pero con un mal presidente.
Es lo que deslizaba el ministro de Educación, Harald Beyer, a poco de asumir: “Esta es una sociedad que está relativamente contenta y satisfecha, pero está muy descontenta con el vacío de liderazgo”. De allí también el análisis del Financial Times, que editorializó hace unos días “Chile necesita un estadista”, ya que el actual presidente se ve cada vez menos en el control de su propio gobierno. En el fondo trasluce que el actual mandatario no es solamente un precoz “pato cojo”, sino un pato políticamente muerto y sepultado, al que ni siquiera sus partidarios tienen interés en defender.
La tesis del buen gobierno con mal presidente es especialmente atractiva para la UDI, que parece decidida a consolidar su poder aprovechando la debilidad presidencial para paralizar los tímidos intentos reformistas que Piñera ha esbozado en el área tributaria y electoral.
También es una tesis simpática para la Concertación, especialmente para quienes como Andrés Velasco se ofrecen para tomar el relevo piñerista prometiendo una gestión más elegante y capaz, según él, de contener el estallido social. E incluso es posible que Golborne y Allamand, las supuestas cartas presidenciales de RN, se cuelguen de esa idea, asegurando que su nombre y su carita bastarían para corregir las actuales desventuras.
El problema de esa tesis es que hace recaer todas las culpas en Sebastián Piñera, quién obviamente las tiene, pero no todas. Incluso las fantasías populares ya lo han consagrado como el mayor yeta de nuestra historia, y motivos no faltan.
Pero es injusto atribuir todas las desgracias a un solo hombre. Se trata de un desastre colectivo y a estas alturas, hasta el más incondicional de los editorialistas del El Mercurio la tiene bastante difícil a la hora de dar crédito a la última hipótesis terrorista del ministro Hinzpeter, o de defender los cambios curriculares del Ministerio de Educación, o explicar los lapsus del ministro Longueira, o contextualizar las salidas de libreto de la ministra Schmidt.
Si basta con cambiar a Piñera, las próximas elecciones presidenciales podrían resolver el actual entuerto. No sería necesario cambiar el rumbo económico, ni poner a debate el modelo de desarrollo o la jaula de hierro constitucional. Sería suficiente con tener un jefe de Estado que no cometiera los habituales desaguisados y torpezas de Piñera para evitar la reprimenda del Financial Times que afirmaba: “Chile es un atleta en lo económico, pero sigue siendo un discapacitado en lo político”. Cierto lo segundo, pero bastante dudoso lo primero.
La catástrofe del Chile neoliberal no se explica solamente por un déficit de liderazgo presidencial. Ni tampoco es sólo una crisis de representatividad política. Las “piñericosas” podrán agravar el clima beligerante y las ocurrencias de Hinzpeter podrán profundizar su desprestigio. Pero el núcleo de la confrontación radica en la incapacidad estructural del modelo para operar con un mínimo de justicia distributiva.
De allí que sea tan fácil vincular la injusticia del sistema binominal con la inequidad a nivel de salarios, impuestos, privilegios, y discriminaciones que se viven a diario. Y sin alterar ese núcleo perverso, podrán cambiar los rostros, pero el país seguirá atravesado por movilizaciones permanentes y crónicas.
Viene siendo hora que volvamos a cantar con fuerza aquella hermosa canción de Inti Illimani que decía “esta vez no se trata de cambiar un presidente, será el pueblo quien construya un Chile bien diferente”. Podríamos ponerle una melodía más moderna, pero la letra no tiene desperdicio
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 751, 20 de enero, 2012)
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