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Máximo Kinast Avilés

NOVELAS NACIONALES Y BICENTENARIO DE UN MITO


Salvador Muñoz[1]

www.elmostrador.cl/opinion/2010/09/07/novelas-nacionales-y-bicentenario-de-un-mito/

 

Hablar este mes sobre historia de Chile era como hablar de fútbol en julio. Si durante el Mundial todos eran entrenadores de fútbol, hoy son todos historiadores. Dudé en escribir esta nota, justamente porque muchos lo han hecho y quedan pocas cosas nuevas que decir. Pero consciente del peligro que muchos ignoren esta columna, la escribo pues estimo necesario que se cuente nuestra verdadera historia todas las veces que sea necesario. Más aún si las celebraciones del mal llamado bicentenario y la ignorancia de nuestra clase política nos enrostran lo necesaria que es la formación cívica para nuestro pueblo.

 

La culpa la tienen los franceses. ¿Qué tienen que ver los franceses se preguntarán algunos? Mucho. En efecto, todo partió cuando Napoleón Bonaparte decidió en 1808 hacerse de la corona española para que adornara la cabeza de su hermano José.

 

El poco tiempo que duró ese reino (1808-1813), José lo tuvo que dedicar a la guerra contra la guerrilla (los españoles sublevados contra el invasor inventaron entonces la palabra y el hecho) y contra los financistas y consejeros de la guerrilla, Inglaterra aliada con Portugal.

 

El reino de José no fue placentero ni grandioso. Quizás, de ahí viene el dicho: lo que fácil llega fácil se va.

 

Constatando que el rey de España Fernando VII había capitulado con gran facilidad ante los franceses, los resistentes españoles decidieron mientras tanto elegir una Asamblea Constituyente, las Cortes Generales de la Nación Española, y promulgar una Constitución de clara índole democrática, la de 1812.

 

En definitiva, como siempre cuando el pueblo avanza en sus derechos democráticos, el asunto termina mal. Los ingleses expulsaron a los franceses de España, devolviéndole el trono, la corona y todo el poder a Fernando VII. Éste, con sus seguidores, se apresuró en anular la Constitución de 1812 y en restablecer la monarquía absoluta con el mayor rigor.

 

Uno de los grandes héroes de la resistencia fue el guerrillero Juan Martín Diez, alias “El Empecinado”, que había reunido un ejército irregular de 15 mil soldados. Dónde estaba el ejército regular se preguntarán los lectores más perspicaces. Fácil. Sus oficiales aristócratas habían renunciado.

 

El general francés José Hugo (padre de Víctor, el escritor) trató de comprarlo, ofreciéndole dinero, honores y tropas si se cambiaba de campo.  El Empecinado le respondió que apreciaba la alta opinión que el general había concebido de él, pero que su propia opinión del general era pésima, y que no se vería librado de la guerra mientras quedara de pie un solo soldado suyo.

 

Años más tarde, Fernando VII (el “rey felón” como le llamaban) a su vez ofreció a Juan Martín Diez honores y el título de Conde si abandonaba sus ideas liberales y se unía a los absolutistas. Tampoco aceptó. Le mandaron la tropa y fue fusilado por los monárquicos, por testarudo en su fidelidad jurada a la constitución de 1812.

 

¿Cuál es la novela nacional española? ¿La resistencia y la aspiración a la libertad o la complacencia y la imposición de la monarquía?

 

¿Y bueno, la chilena, cuál es?

 

El bicentenario que estamos celebrando no es del nacimiento de Chile como nación independiente. Lo han dicho otros, pero insisto, merece ser repetido.

Se celebra la reunión del Cabildo abierto de Santiago, que jura fidelidad a Fernando VII. Punto y se acabó. No se habla en absoluto de Independencia —ni menos aún de pueblo libre y soberano. ¿Quiénes fueron los participantes en ese Cabildo abierto del 18 de septiembre de 1810, es decir, los que eligieron y legitimaron la Primera Junta de Gobierno?

 

Lo dice el acta guardada en el Archivo Nacional: “El Muy Ilustre Señor Presidente y señores de su Cabildo congregados con todos los jefes de todas las corporaciones, prelados de las comunidades religiosas y vecindario noble de la capital […]”. Del pueblo sin títulos de nobleza no se habla, ni tampoco de los inquilinos, y para que hablar de los Mapuches —porque no estuvieron. ¿Qué legitimidad tenía una asamblea de ese tipo? Ninguna. ¿Y cuál fue el objeto, la razón de ser de esta reunión? El Acta también lo recuerda: “Se concluyeron y proclamaron las elecciones, fueron llamados los electos, y habiendo prestado el juramento de usar fielmente su ministerio, defender al reino hasta con la última gota de su sangre, conservarlo al señor don Fernando Séptimo y reconocer al Supremo Consejo de Regencia, fueron puestos en posesión de sus empleos […]” Y concluye: “Todos los cuerpos militares, jefes, prelados, religiosos y vecinos juraron en el mismo acto obediencia y fidelidad a dicha junta instalada así en nombre del señor don Fernando Séptimo, a quien estará siempre sujeta, conservando las autoridades constituidas y empleados en sus respectivos destinos”.

 

Hubo que esperar septiembre del año siguiente para que los Carrera impusieran con Juan Martínez de Rosas y Bernardo O’Higgins el camino sangriento hacia la Independencia. En esas guerras surgió la nación chilena, y en esos ejércitos participó el pueblo que no tenía ni nombre ni títulos, el pueblo que tomó consciencia con el gobierno de Salvador Allende que era el único soberano legítimo de esta nación.

 

El Bicentenario de 2010 celebra, pues, un mito. Nadie, en ese Cabildo de 1810 quiso que Chile fuera a partir de entonces un país independiente.

 

¿Qué estamos celebrando en realidad?

 

El bicentenario de la sumisión de las élites de entonces a un rey felón.  

 

¿Cuál es la novela nacional chilena, entonces? ¿La aspiración a la independencia y a la libertad o la complacencia y la sumisión a la monarquía?

 


[1] Cientista Político y Presidente del Partido de Izquierda PAIZ.

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