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Máximo Kinast Avilés

TRANQUI, NO PASA NADA

Escribe Luis Casado – 18/03/2011

El 1° de mayo de 1986, cinco días después de la explosión de la central nuclear de Chernobil, mi amigo el Dr. Galleguillos aprovechó una lluvia primaveral para lavar su auto en Minsk (Ucrania). Lo que mi amigo no sabía era que la lluvia estaba saturada con partículas radioactivas provenientes del reactor accidentado y por consiguiente recibió una generosa dosis de radiaciones que al día siguiente hizo saltar el dosímetro con el que debía entrar en la sala de rayos X en que trabajaba. Las autoridades soviéticas esperaron una eternidad para anunciarle a sus ciudadanos y al mundo la peor catastrofe nuclear de la historia.

A miles de kilómetros de Minsk, en París, mi hija Tatiana se empinaba en sus siete meses y medio de vida. Frágil como solo los críos pueden serlo. Yo ni sospechaba que los bebés son los seres más sensibles a los isotopos radioactivos que afectan la tiroides y que pueden provocar un cáncer.

De todos modos no había problemas. El Profesor Pierre Pellerin, Director del Servicio Central de Protección contra las Radiaciones Ionisantes (SCPRI) vino a decir a la televisión que no había ningún peligro. Como si fuese poco, las informaciones difundidas por los servicios meteorológicos indicaban que la nube radioactiva no entraría en Francia. Curioso, porque ya había sido detectada en Bélgica, en Suiza, en Italia, en Alemania y hasta en España. Después sabríamos que se había propagado por toda la URSS y Europa, llegando hasta Inglaterra por el oeste, y hasta Marruecos por el sur, cubriendo una población total de casi mil millones de seres humanos. Los datos actuales muestran que más de siete millones de personas resultaron afectadas, incluyendo por cierto a muchos niños y jóvenes franceses a cuyos padres se les hizo creer que la nube se había detenido en la frontera suiza. Un aumento significativo de los casos de cáncer de la tiroides en Córcega y en Alsacia parece provenir de la dichosa nubecita que no tenía pasaporte para entrar en Francia.

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Hoy en día ha quedado claro que las autoridades francesas mintieron. No solo el Profesor Pellerin, sino también el ministro de la Industria Alain Madelin y otros altos responsables del Estado, entre los cuales el Primer Ministro de la época, un tal Jacques Chirac que después llegaría a la presidencia de la República. En esa época el programa de construcción de centrales nucleares estaba en su apogeo, y no era cuestión de inquietar al personal con riesgos “inexistentes” según el ministro Madelin, un neoliberal al lado del cual Sebasián Piñera pasaría por el presidente del Gosplan.

Mientras tanto, las autoridades alemanas prohibían el consumo de verduras contaminadas, de leche contaminada, de champiñones contaminados, y los agricultores teutones venidos a participar en las ferias francesas se sorprendían al ver a sus colegas galos vendiendo lechugas, leche y quesos como si no pasara nada.

En el año 2001 la Asociación francesa de enfermos de la tiroides intentó un proceso judicial contra las autoridades, por no protección de la población contra la radioactividad de Chernobil. No hace mucho los tribunales rindieron su veredicto: inocentes.

Mientras tanto, un enfermo de la tiroides que no se toma sus medicamentos tiene un pronóstico de vida de seis meses. En eso pienso cada mañana cuando le doy el Levothyrox a Tatiana.

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