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Máximo Kinast Avilés

LOS INVISIBLES

Escribe Luis Casado – 18/03/2011

 

Si ruedas por la A7, -la autoruta del sol-, entre Pierrelatte y Bollène pasas frente a la central nuclear de Tricastin. Está a unos 300 metros de la ruta, así que ves patentitos los cuatro reactores y las dos gigantescas chimeneas que sueltan vapor de agua en permanencia. Saint-Paul-Trois-Châteaux, el pueblito cuya comuna alberga la central, está del otro lado de la ruta, a unos dos o tres kilómetros.

 

Confieso que ayer, al pasar por allí, la miré en modo diferente. No soy inconsciente, pero recorriendo los caminos de Francia y de Navarra uno suele toparse con este tipo de instalacion, -casi siempre pegada a un gran río, el Sena, la Loira, la Garonne u otro-, y termina por no verlas. Un bello terrenito que tenemos en Misy-sur-Yonne, está a pocos kilometros de la central de Nogent-sur-Seine. Si vas a ver los célebres castillos de la Loira, te topas con los dos reactores de la central de Saint-Laurent-des-Eaux. Francia, el país más nuclearizado del mundo, cuenta con 19 centrales que albergan 58 reactores y como cereza sobre el pastel tenemos la central de La Hague que procesa los desechos nucleares de Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, Holanda y Japón. La Hague concentra la mayor cantidad de plutonio del planeta, y no es como para estar orgullosos.

 

Pero hay muchas cosas que uno no sabe: por ejemplo que la estafa de las “subcontrataciones” la usan en las centrales atómicas desde hace décadas. En Chile no hemos inventado nada. La empresa Electricité de France (EDF), que fue pública y que construyó un verdadero imperio atómico antes de ser privatizada, le da trabajo a un centenar de empresas subcontratistas ¿Y qué hacen las empresas subcontratistas? Se ocupan del mantenimiento y las reparaciones de los elementos más peligrosos de las centrales nucleares. Por ejemplo, de la descontaminación.

 

De modo que los obreros y técnicos “subcontratados” se pasean por toda Francia limpiando y descontaminando las zonas expuestas a las radiaciones, desmontando y remontando turbinas, exponiendose a emisiones radioactivas. En ocasiones “comen” como le llaman en la jerga del oficio, o sea tragan partículas letales cuando el traje rosadito en el que se meten para visitar a la muerte pierde su estanqueidad.

 

Estos son los llamados “invisibles”, equivalentes galos de nuestros “subcontratistas”. Invisibles porque aun cuando son los más expuestos a un trabajo de una peligrosidad extrema (en la minería chilena dirían “un trabajo en condiciones subestandard”), no existen para la EDF, la empresa dueña de las centrales. Invisibles porque no tienen ni los salarios ni las garantías sociales de los empleados de la EDF. Cuando alguno de ellos recibe una dosis significativa de radiaciones, simplemente se le niega la posibilidad de seguir trabajando. Para “protegerle”. Y cuando se enferman, hasta la legendaria Seguridad Social francesa se hace la desentendida: solo dos tipos de cáncer, la leucemia y la tiroide, son reconocidos como enfermedad profesional. Un “invisible” que después de más de 20 años de radiaciones se ve afectado de un cáncer de la vejiga es un enfermo casual. Como si tuviese una gripe.

 

Todo eso por un sueldo apenas superior al SMIC, el salario mínimo. De modo que conociendo a nuestro empresariado, tan apegado a sus exigentes criterios de liderazgo y competitividad, ya veo a nuestros futuros “invisibles” chilensis descontaminando radiaciones por 200 lucas mensuales.  Vistiendo un trajecito rosado, que en una de esas compran en China porque son más baratos, pero con una cintita tricolor en el cuello y una banderita chilena bordada en el brazo. Bajo la cual estará escrito: “Do it the Chilean way”.

 

Tiemblo solo de pensar

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