De la guerra de don Ladislao al maremoto de don Sebastián
No es extraño que siempre sean autoridades derechistas las que procurando objetivos políticos provoquen pánico nacional. Ladislao Errázuriz, Augusto Pinochet y Sebastián Piñera han utilizado esa deleznable fórmula
Arturo Alejandro Muñoz
EN 1920 CHILE vivía momentos difíciles, cruciales. Luego de tres décadas de parlamentarismo conservador se avizoraba la posibilidad de un cambio en la candidatura de Arturo Alessandri Palma, un ex adversario del Presidente José Manuel Balmaceda pero, además, ferviente partidario de redactar una nueva Constitución Política para establecer un sistema presidencialista.
Ese mismo año nuestro país era desafiado por eventos importantes. Uno de ellos resultaba ser la elección presidencial que enfrentaba a conservadores con liberales y demócratas, cuyo candidato era precisamente “el león de Tarapacá” (Alessandri). El otro evento lo constituía el plebiscito que debería efectuarse en las ciudades de Tacna y Arica para que sus poblaciones decidieran a cuál país pertenecer, Perú o Chile (el plebiscito nunca se realizó). Además de lo anterior, el moribundo gobierno conservador-parlamentarista era remecido en el Norte Grande por la resistencia de los trabajadores del salitre, quienes, organizados en sindicatos luchaban por derechos que les habían sido históricamente negados, poniendo además en jaque las exportaciones de nitrato de sodio, llamado también ‘oro blanco’.
Como la poderosa derecha terrateniente chilena adivinaba que en esta ocasión los comicios electorales podían serles desfavorables, el entonces Ministro de la Guerra y Marina (hoy Ministerio de Defensa), Ladislao Errázuriz, decidió movilizar tropas hacia la frontera norte, argumentando que existía un serio peligro de invasión foránea encabezada por el Perú, aduciendo que la “cuestión de Tacna y Arica” se encontraba sumida en negros augurios para los intereses nacionales.
Obviamente, muchos chilenos se tragaron ese cuento y vivieron semanas –quizá meses- de tensión, incertidumbre e incluso miedo, rogando a Dios y al destino que no hubiese un nuevo conflicto armado con la república vecina del norte.
Pero, la intención del ministro Errázuriz y del Presidente Juan Luis Sanfuentes no era otra que ‘invadir’ las salitreras nortinas con soldados y poner bajo arresto a los líderes sindicales de las organizaciones obreras, asegurando tranquilidad y ‘mano dura’ a los empresarios extranjeros que eran propietarios de esos enormes centros de producción de nitrato.
Los dirigentes de la FECH (Federación de Estudiantes de Chile), enterados del verdadero objetivo que perseguía el ex senador derechista -y ministro en ese momento-, publicaron un panfleto que recorrió el país de norte a sur, en el cual delataban los propósitos reales del empresariado extranjero y criollo que utilizaba el falso problema Tacna-Arica como razón válida para movilizar a miles de soldados al norte salitrero, y bautizaron este asunto con el risible título de “La guerra de don Ladislao”.
Finalmente, como es sabido, no hubo guerra ni plebiscito. Tacna quedó en manos peruanas y Arica en las nuestras. Arturo Alessandri ganó la elección de 1920 y luego de múltiples dificultades (golpe de estado y exilio incluidos) su gobierno logró redactar y aprobar el Código del Trabajo (1924) y la Constitución Política del Estado (1925).
PINOCHET SALE A ESCENA
El invierno de 1983 trajo novedades para el entonces aherrojado pueblo chileno. La dictadura militar –apoyada por el empresariado nacional y por el gobierno norteamericano- enfrentaba una serie de protestas organizadas por los trabajadores y sus sindicatos, las cuales complicaban al régimen a tal grado que el propio general Pinochet había buscado recaudo salvador para su esposa e hijas, trasladándolas a unidades militares lejos de Santiago con la orden de transportarlas a isla de Pascua “si las cosas empeoraban”.
Y las cosas –para el gobierno- tendían a oscurecerse más cada día, toda vez que en algunas poblaciones capitalinas grupos de jóvenes estructuraban núcleos de resistencia dispuestos a enfrentarse cara a cara con los uniformados. Ya no se trataba de dirigentes sindicales con nombres, domicilios y oficios conocidos, sino que esta vez el temor gubernamental caminaba la senda del peligroso desafío urbano que ganaba voluntades, adeptos y villas enteras cada jornada, lo cual era seguido y observado atentamente por la prensa mundial que sin disimulo manifestaba simpatía por los “rebeldes demócratas poblacionales”, dispuesta a publicar en primera plana cualquier desaguisado cometido por Pinochet.
Fue entonces que los aparatos de inteligencia militar salieron en ayuda del dictador. ¡Había que apresar a varios cabecillas, pero sin bochinche, sin prensa ni ojos indiscretos mirando la acción! ¿Cómo hacerlo en una ciudad que, a pesar del ya tibio y disminuido toque de queda, contaba con miles de personas deambulando por sus calles? ‘Inteligencia’ dio la solución. Inventó un feroz frente de mal tiempo que azotaría la zona central –especialmente a Valparaíso y Santiago- la noche del venidero jueves.
Todo ese día, desde temprano y sin cesar, la televisión y muchas radioemisoras se ocuparon en informar –con tonos alarmistas- del aguacero y fuerte vendaval que se dejarían caer sobre la capital pasadas las once de la noche. “Refuerce ventanas y techumbres, limpie sus canaletas, mantenga a mano una linterna, pilas, velas, botellas con agua…no salga de su casa porque existirá peligro ante voladuras de planchas de zinc”…
Y el 99% de los santiaguinos, esa noche, se recogió sus hogares tempranamente, oteando hacia el cielo, olfateando el norte, intentando distinguir en lontananza el avance de los negros nubarrones que portaban la desgracia. Al llegar la medianoche, o poco después de ella, Santiago quedó a oscuras. Por cierto, todos pensaron que la tormenta se había desencadenado en los aledaños de la ciudad, y que un rayo era el responsable de ese ‘black out’ al haber golpeado alguna de las gigantescas torres en las cercanías de Alto Jahuel.
Mientras tanto, efectivos militares y policiales se encargaban de trasladar a más de un centenar de presos políticos desde los conocidos centros de detención (Tres Álamos, José Domingo Cañas, Villa Grimaldi, etc.) hacia distintos puntos de la geografía chilena, muy particularmente rumbo a unidades militares sitas en lugares apartados de las ciudades. Esos presos políticos constituirían el ‘seguro de vida’ que Pinochet y la Junta Militar requerían si llegaba el instante de una negociación forzada y última.
Al mismo tiempo, apoyados por soldados de dos regimientos -Puente Alto y Santa Rosa-, y con presencia de personal de la Fuerza Aérea (FACH), decenas de agentes de la tenebrosa Central Nacional de Informaciones (CNI) procedieron a allanar domicilios en la oscuridad de la noche para apresar a golpes e insultos a 35 dirigentes juveniles poblacionales, a quienes les condujeron de inmediato al campo de concentración de Tejas Verdes, en Llo-Lleo (o, según el Informe Valech, Campamento Nº 2 de prisioneros, de la Escuela de Ingenieros Militares), donde el faraón de las torturas y apremios ilegítimos era el general Manuel Contreras, apoyado por uno de los ‘profesores’ de aquella escuela, el coronel Cristián Labbe Labbe, hoy alcalde de Providencia.
http://www.memoriaviva.com/centros/05Region/tejas_verdes.htm.
Días después, los chilenos se enteraron que la noche aquella de la tan voceada tormenta de agua y viento, no fue lluvia la que cayó sobre Santiago, sino sangre.
LA FARÁNDULA MEDIÁTICA-POLÍTICA DEL TSUNAMI
Chile es un país sísmico. Eso lo sabemos. ¿Qué más sabemos? Que los maremotos o tsunamis son realmente peligrosos, principalmente, cuando el epicentro de un movimiento sísmico superior a siete grados en la Escala Richter ocurre en el fondo marino a una distancia de tierra firme que no supere los 700 kilómetros. Con mil o más kilómetros de distancia desde el epicentro, la mayoría de los tsunamis llegan a tierra firme convertidos en marejadas que pueden ser de mayor o menor intensidad, pero muy lejos de provocar los daños propios de un maremoto.
¿Hay más de 1.000 kilómetros de agua oceánica entre Chile y Japón? Por cierto que sí, y muchísimo más que eso. Distancia suficiente (y tiempo también) para sembrar una especie de histeria colectiva afianzada por la concreción mediática de una posta ministerial en la que los diferentes jefes de carteras se fueron turnando ante las cámaras, aplicando a la perfección el libreto que más le agrada al primer mandatario: aquel que se distingue por palabras grandilocuentes y gestos ‘heroicos’, pero de un heroicidad que al actor no le significa peligro alguno el ejecutarla, parecida (si acaso no igual) a aquellas que miles de personas observan en programa de realities televisivos.
Es cierto que un terremoto de 9,1º Richter suena a catástrofe que se aproxima a cataclismo. Es cierto también -cómo no- que la magnitud del movimiento telúrico y su cercanía con tierra firme pronosticaba la ocurrencia de otra tragedia: el maremoto o tsunami. Pero, ello acaece preferentemente en los lugares cercanos al epicentro del sismo, pues los bordes costeros de continentes que se encuentran a más diez mil kilómetros difícilmente experimentarán la furia del mar (el tren de olas, el arrastre líquido o como quiera que se le llame a ese fenómeno infame) con la misma violencia y fuerza que tiene en las costas cercanas al epicentro.
En este último caso (que fue el nuestro, el de Chile, ante el desastre experimentado por Japón) los llamados a la alerta eran, obviamente, necesarios, pero la sobrerreacción de las autoridades –especialmente lo efectuado por el propio Presidente de la República- superó los límites de la tolerancia, ya que si bien los efectos del tsunami tarde o temprano llegarían a nuestras costas, su violencia sería tan baja que no implicaría peligro serio…como finalmente sucedió. Así lo comprendieron gobiernos de países con costas en el océano Pacífico, como Perú, Ecuador, Colombia, México y los Estados Unidos de Norteamérica, quienes alertaron a sus poblaciones, tomaron las medidas lógicas de resguardo y cautela, pero optaron por la seriedad en el trato del problema, y no en la farandulización rayana en el ridículo, como fue la acción emprendida y reiterada hasta la saciedad por el gobierno de Sebastián Piñera, quien poco a poco se ha ido transformando en un verdadero mandatario 'bananero'.
Tal cual escribió ‘clarinet.cl’, ha transcurrido sólo un día desde aquel reality presidencial, y ya se sabe que los primeros cálculos de pérdidas en turismo, comercio y otros rubros son inconmensurables. Este último viernes, los centros turísticos chilenos sitos en ciudades y pueblos con vista al mar sufrieron un peculiar toque de queda. Todo se cerró a las 20:00 horas, y los turistas y clientes huyeron de hoteles, restaurantes, cines, teatros y casinos en Arica, Iquique, Antofagasta, La Serena, Coquimbo, Viña del Mar, Valparaíso, San Antonio, y otros lugares.
Muchas empresas hubieron de licenciar a sus trabajadores tempranamente a objeto de permitirles el regreso oportuno a sus hogares, lo cual, por cierto, redundó en pérdidas millonarias que solamente podrán ser resarcidas subiendo los precios de aquellos bienes y servicios afectados por la destemplada decisión oficial de “cerrar todo y arrancar al cerro”.
Por otra parte, el lenguajeo oficial de que “este gobierno sí hace bien las cosas” –referido ello a la acción preventiva por posible tsunami- no tiene asidero si se pretende confrontarlo con la pálida, balbuceante y tardía reacción que mostró en febrero del 2010 la entonces presidenta Bachelet, pues aquel megasismo no fue anunciado, simplemente llegó. En cambio, esta amenaza de miarejadas contó con más de 20 horas de plazo para tomar algunas providencias.
Lo malo fue que el gobierno aliancista exacerbó el cuidado del señor cura, e hizo una alharaca mediática que confirmó el amor casi enfermizo que tiene Piñera por transformarse en un súper héroe similar a ese risible personaje de película norteamericana -el detective John McClane-, estelarizado por el actor Bruce Willis en la saga de filmes “Duro de matar” (en este caso, don Sebastián, usted ya se está transformando en “Duro de Soportar” con tanta farandulización).
Queda una pregunta flotando en estas líneas. ¿Cuál era el real objetivo del gobierno con esa larga, mediática y agotadora reiteración de ministros y mandatario ocupando el 100% del tiempo de la TV y gran parte de la prensa durante más de 24 horas? ¿Servir a Chile?
Ya, de acuerdo, servir a Chile.
¿Sólo eso? Una duda razonable ha surgido en algunos sectores del país luego de tanta parafernalia oficial atacando la calidad de vida y seguridad de los domicilios y propiedades ubicados en los bordes costeros, o en las zonas llamadas “inundables”. Se rumora que este gobierno de empresarios y comerciantes aprovechó el terremoto ocurrido en Japón -y las marejadas que llegarían a Chile- para “desprestigiar” los bordes costeros en manos de particulares que no son ABC1 ni mega empresarios, con un propósito definido: rebajar el valor comercial de esas viviendas y dejarlas preparadas para una posible expropiación pagando el fisco valores muy por debajo del comercial…y luego, obvio, rematarlas al mejor postor.
En este caso, el ‘mejor postor’ siempre será un consorcio transnacional –donde miles de acciones estarán en manos de familiares y/o socios de autoridades y políticos de este gobierno ‘de los mejores’- dispuesto a construir en esas mismas zonas ‘inundables’ algunos elegantes y exclusivos complejos hoteleros, turísticos y comerciales.
La duda es razonable…y de un gobierno de empresarios y especuladores financieros es posible esperar algo así…o peor, como por ejemplo, insistir (específicamente el ministro Laurence Golborne) en la instalación de centrales nucleares en nuestro país, pese a que la catástrofe japonesa señala que tales centrales son un peligro cierto e inmanejable en caso de ocurrencia de terremotos…y Chile, señor Golborne (como bien sabemos todos) es un país sísmico.
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