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Máximo Kinast Avilés

SI MI TÍA TUVIERA DOS… LA LLAMARÍA MI TÍO

Escribe Luis CASADO – 18/03/2010

 

En la jerga parisina, “joyas de familia” (bijoux de famille) es el nombre que reciben las pelotas, huevos o cojones, así designados por el valor insustituible que tienen para su orgulloso poseedor.

 

Como en otros sitios, en épocas de vacas flacas los hogares parisinos más modestos se ven en la obligación de visitar a “Ma Tante”, -o sea “Mi Tía”-, para empeñar las pocas cosas de valor que poseen con el sencillo pero loable propósito de comer. Lo último de lo que la dueña de casa se desprende son las joyas de familia, -tú ya sabes, suelen tener algún valor sentimental que el cajero de lo que nosotros llamamos la Tía Rica no está habilitado a considerar a la hora de tasarlas-, con la firme voluntad de recuperarlas apenas vuelvan tiempos mejores.

 

Frente a la seria dificultad que constituye la deuda pública griega, un diputado alemán de la CDU, la derecha de Angela Merkel, sugirió una solución innovadora: “Grecia posee edificios, empresas  e islas no habitadas. Todo eso podría ser vendido para rembolsar las deudas”.

 

Así, el Partenón restaurado podría ser la vitrina local de BMW, el Templo de Apolo quedaría mono como  oficina de Google, las islas del mar Egeo podrían albergar algunas discotecas a la moda, dos o tres hamburgueserías y un Starbucks, y emplear las minas de los teams de Reñaca que se quedaron sin pega por causa de terremoto y de fin del verano. Ya ves como es de sencillo: para resolver sus problemas financieros, Grecia no tiene más que vender sus joyas de familia.

 

El Chile de hoy, -que no se achica ante nada-, ya inició un proceso similar con la privatización del mar cuya ley firmó Bachelet con mal disimulada coquetería femenina justo antes de dejarle el trono a Piñera. El diputado alemán llegó placé y no sabe, el muy boludo, que en nuestro caso no se trata de rembolsar la deuda pública sino la deuda privada: la de las salmoneras que no solo vinieron a contaminar, a pagar salarios de miseria, a llevarse los beneficios mientras hubo, sino también a dejarnos la eminente tarea de tapar los hoyos financieros que deja su escatogénica actividad.

 

Camilo Escalona, que deja pasar todas las oportunidades de callarse, aseguró que quienes se oponen a la ley infame expresan “el más profundo desprecio por las ciudadanas y ciudadanos”. De modo que si apreciamos realmente a la ciudadanía, no tenemos más que continuar pagando las habas que se comió el burro con nuestras joyas de familia. Y hay de qué, visto que la deuda externa privada suma nada menos que 60 mil millones de dólares a fines del 2009.

 

Mientras tanto, los millones de chilenos afectados por el terremoto, el maremoto, la incuria del gobierno, la irresponsabilidad de algunos promotores inmobiliarios, la rara incompetencia de las FFAA y las ansias de especulación de los mercachifles, tendrán que arreglárselas solitos. Endeudándose aun más, practicando la “autoconstrucción”, aceptando el retorno a la tristemente célebre “mediagua” o a las casitas de plástico que propone algún un vivillo empresario.

 

El Parlamento, órgano sensible donde los haya, aprueba con desprendida generosidad y solícita celeridad el bono de 40 lucas (U$ 76) para los “sectores vulnerables de la población. El costo fiscal será de U$ 313 millones, de los más de U$ 15 mil millones ahorrados gracias a los altos precios del cobre, o sea apenas un 2%. Por lo demás, cada uno tendrá que matar su toro, empeñar o vender las joyas de familia, buscar crédito en un mercado habituado a la usura, resolver como pueda, ya sabemos que en Chile “en el camino se arregla la carga”. Hasta el próximo terremoto.

 

Nada ha cambiado, nada cambiará, para eso está la Constitución perversa que eterniza esta curiosa institucionalidad que protege a los privilegiados y tiene cogido al pueblo de Chile de las pelotas. Si fuese diferente se sabría: como dice el proverbio, Si mi tía tuviese dos… la llamaría mi tío”.



 

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