AU REVOIR, CAMARADE!
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Escribe Luis Casado – 14/03/2010
Ayer murió Jean Ferrat. Puede que su nombre no te diga nada. Era sin embargo el último gigante de la canción-poesía francesa. Su nombre está ligado a los de Leo Ferré, Georges Brassens y Jacques Brel, al de Claude Nougaro.
En plena época ye-ye, Ferrat se hizo famoso cantándoles a las víctimas del Holocausto, a los judíos que el gobierno de Pétain entregó a los nazis en señal de buena colaboración:
“Eran veinte, y cien, fueron miles, desnudos, delgados, temblando, en esos vagones cerrados…”
Fue un éxito popular en una Francia que hasta ese momento rehusaba mirar las zonas negras de su propia historia. Las radios y la televisión le censuraron. Ferrat siempre estuvo atravesando un desierto, él que no se sometía “ni a la moda, ni a los moldes, ni a las ideas preestablecidas”. El cantautor declaró siempre su cercanía con los comunistas, aunque nunca militó en el partido. En los peores momentos de la guerra fría osaba declarar en la televisión que apenas le invitaba: “No hay que contar conmigo para alimentar el anticomunismo”.
Militante de la justicia social, fue solidario con los españoles antifranquistas, con la Cuba revolucionaria, con el Chile de Allende, con la lucha antirracista. Refractario a la farándula, dejó de cantar en público en 1973, y editó su último disco en 1995. Sin embargo cada año vendía cientos de miles de álbumes y era tercero en la venta de compilaciones, esa especie de “obras completas” de la canción.
Mi viejo, que le admiró desde que llegó exiliado a Francia y cuando ni siquiera entendía las letras de sus canciones, se emocionaba cuando le veía cantar acompañado de verdaderas orquestas sinfónicas. Para el viejo obrero chileno era una sorpresa comprobar que en Francia los “compañeros” podían tener orquestas de esa envergadura.
La cercanía de Ferrat con los comunistas no le impidió denunciar lo inaceptable. Su canción “Potemkine” puso en evidencia la deriva burocrática y contrarrevolucionaria de la URSS. Cuando la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, cantó esos terribles versos:
“Es un bello nombre, Camarada, con las flores de mayo reúne cereza y granada,
Durante años, Camarada, los labios sonreían con solo oír: Camarada.
Ahora es un nombre terrible, Camarada, es un nombre terrible a pronunciar,
Cuando en lo que dura una mascarada, no hace sino temblar.
Que viniste a hacer, Camarada, Que viniste a hacer aquí,
Fue a las cinco de la tarde, en Praga, que el mes de agosto perdí…”
Hoy por la mañana la televisión que le persiguió ferozmente le rindió un homenaje unánime. El personal entrevistado en la calle, jóvenes y viejos, todos, entonan de memoria “La montaña”.
“Abandonan uno tras otro su país
Para ir a ganarse la vida
Lejos de la tierra que les vio nacer,
…
Sin embargo, cuán bella es la montaña
Como podría imaginar
Que el otoño acaba de llegar…”
Millones de deportados del trabajo, desde los obreros ingleses del siglo XIX a los africanos y asiáticos embarcados en pateras para abordar el mundo desarrollado y sus promesas de consumo, sin olvidar a los emigrados latinoamericanos del siglo XXI, podrían comprender esos versos.
Ferrat, que cantó los versos de Aragon, “Que sería yo sin ti, sino un corazón dormido en el bosque, esa hora detenida en la esfera del reloj… ”, Jean Ferrat, el poeta insumiso, el luchador incansable, se fue.
Au revoir, Camarade!
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