HÉCTOR RICARDO PINCHEIRA NÚÑEZ MÁXIMO
Por Máximo Kinast
Han sido necesarios casi 36 años para saber que ha muerto. Ayer, 25 de enero de 2010, confirmaron que fue asesinado por la Dictadura en los cerros de Peldehue. Ya sabíamos que había sido detenido en La Moneda el 11 de Septiembre de 1973 y torturado en el Regimiento Tacna.
Todos estos años ha sido poco más que un nombre y un gran signo de interrogación. Lo conocí hace ya más de medio siglo y a pesar de nuestra diferencia de edad (era 6 o 7 años menor) fuimos grandes amigos. Éramos vecinos en Colón con Magallanes, cuando Santiago terminaba en esa esquina. Ricardo era el pololo[1] de mi prima. Su curiosidad, sus ganas de saber, su capacidad de hacer preguntas inteligentes y de escuchar las respuestas ganaron mi amistad. Supongo que a él le agradaba tener un amigo universitario y mayor.
Poco antes de irme a España, en septiembre de 1969, Ricardo me llamó para conversar antes de mi viaje. Pasamos una tarde juntos, con una o dos botellas de vino tinto y hablamos de todo lo que nos interesaba.
Analizamos la situación política en Chile y llegamos a la conclusión de que muy posiblemente Salvador Allende sería el candidato de la Izquierda. Estuvimos de acuerdo en que si iban tres candidatos, Allende tenía posibilidades de ganar las elecciones.
Ricardo me contó esa tarde que estaba vinculado a un grupo ultra secreto, que apoyaría al próximo Presidente (de izquierda) de Chile. Mejor si era Allende. El grupo trabajaría en temas de investigación social y de opinión pública para asesorar al gobernante. Yo ignoraba en esa época que él militaba en el PS y que era del grupo de los elenos. Mencionó que tomarían el pulso a las corrientes de opinión dentro de las Fuerzas Armadas, entre otros sectores de las fuerzas vivas. Muchos años después supe que se trataba del recién nacido CENOP, Centro Nacional de Opinión Pública, al que Allende bautizó como “mi GAP intelectual”. dirigido por Felix Huerta e integrado por Beatriz Allende, Claudio Jimeno, Jorge Klein y otros destacados profesionales.
Conversamos sobre las ‘recuperaciones’ que estaban de moda en esos días. Se trataba de asaltos a supermercados, para luego repartir el botín entre los pobres. Una especie de aventura a lo Robin Hood, que me parecía una provocación estúpida y peligrosa, porque las Fuerzas Armadas y Carabineros tenían una gran superioridad en todos los sentidos. Además de que visceralmente me opongo a las armas. Ricardo compartía mis puntos de vista, aunque con matices. Era necesario mantener la esperanza, despertar al pueblo y prepararse, porque creía posible que algún día hubiese un enfrentamiento y sería peor no tener experiencia de combate.
La conversación nos llevó al tema de un posible golpe por parte de las Fuerzas Armadas. Discrepamos en la actitud del Ejército. Ricardo pensaba acertadamente que era una institución golpista al servicio de los ricos. Yo creía que nuestras Fuerzas Armadas eran profesionales y apolíticas. El juramento solemne de respetar la Constitución y las Leyes, que los uniformados renovaban cada año y los artículos 3º, 4º, 22º y 23º de la Constitución Política de 1925 (que nos regía en esa época) me parecían garantía suficiente, ya que expresamente prohibían los Golpes de Estado.
Ricardo se reía, aunque mi convicción era la de muchos chilenos. Incluso Allende creía lo mismo y le costó muy caro su error. No era por ignorancia. Era nuestra buena fe, hasta ingenuidad decimonónica, una creencia en la palabra, en el honor y en los juramentos… desgraciadamente nuestros uniformados nunca tuvieron dignidad, ni han llegado a sospechar lo que significa honor.[2]
Me preguntó directamente que haría yo si había un Golpe de Estado. Sin meditarlo le respondí que en ese caso y en defensa de la Democracia combatiría en primera fila. Apenas lo dije comprendí que era una estupidez de tipo romántico. No se nada de armas ni tengo instrucción militar. Aún en mi juventud hubiese sido un estorbo. Pero Ricardo lo tomó en serio y me respondió: “Ándate tranquilo a España, que si hay un Golpe de Estado, yo combatiré en tu nombre en primera fila”. Comprendí que su palabra iba en serio y le pregunté que me correspondía hacer a mi. Me dijo que era necesario que me quedara para el final, porque una situación así podía cambiar todo, que se perderían los valores y las costumbres y que era necesario que alguien recordara como era Chile…
Ni en ese momento ni ahora me siento calificado para describir un país y mucho menos para pontificar sus virtudes pasadas, pero acepté el compromiso de defender los Derechos Humanos, que eso si, se respetaban bastante hasta el Golpe. Sin saberlo y sin habernos propuesto estábamos aceptando un compromiso. No hicimos un juramento, porque ambos éramos ateos y porque no había necesidad. El compromiso lo aceptamos y lo asumimos, con un ¡salud! y una copa de vino. Medio en broma le dije que él llevaba la peor parte, o al menos la más difícil y peligrosa. No lo se, me dijo, a veces esperar es bastante difícil.
Antes de separarnos me pidió permiso para usar mi nombre como chapa, si llegaba a ser necesario. Le ofrecí mi documento de identidad, ya que con el pasaporte yo tenía suficiente para viajar. Lo miró, lo pensó seriamente y me dijo que no era necesario, que con el nombre era suficiente.
Nunca volvimos a vernos. Ricardo se hizo cargo en el CENOP de la tarea de investigar a las Fuerzas Armadas y se convirtió en ‘Máximo’, un asesor directo del Dr. Allende.
Joan Garcés me lo confirmó cuando lo conocí con motivo del Premio Joan Alsina que le dio ASOPXI en Barcelona. Me contó que en varias ocasiones estuvo en desacuerdo con ‘Máximo’, pero que se respetaban y apreciaban como buenos compañeros. Desde entonces me otorgó su amistad y me autorizó a enviarle mis ‘spams salvajes’, porque fue en la época en que el Innombrable estuvo preso en Londres.
Ricardo a menudo, (más bien cuando podían), jugaba ajedrez con el Dr. Allende o tenían largas conversaciones. Ambos eran personas de gran cultura, amantes del Arte y buenos conversadores. Fue Jefe de Contrainteligencia del PS y –en los hechos- el último jefe del GAP. Payita lo menciona en su carta a Beatriz, como la persona que le impide regresar al interior de La Moneda y la obliga a cumplir la orden de Allende de salir por Morandé 80. También es Ricardo el que quita la metralleta a Enrique Huerta, que quiere seguir combatiendo y no obedecer la orden de Allende. Son pocas las veces que se le menciona en los últimos momentos de La Moneda, pero esas versiones nos muestran a un hombre seguro de si mismo, respetuoso y leal al Presidente Allende.
Cada miembro de la UP tenía la misión de estar en su puesto de trabajo en caso de un Golpe de Estado. La misión de Ricardo era acompañar y proteger a la directiva del Partido Socialista, que se reunió en la mañana del once en las oficinas de CORMU, Corporación de Mejoramiento Urbano, en calle Portugal. Se reunieron diez de los trece miembros de la Comisión Política y decidieron enviar a alguien a La Moneda a pedir instrucciones al Presidente Allende y proponerle que buscara refugio para seguir la lucha en la clandestinidad. Un par de días antes habían rechazado sin ofrecer alternativa todas las peticiones del Dr. Allende.
Propusieron que fuera Carlos Altamirano, como Secretario General del PS, pero no contaban con la cobardía de este sujeto, que dio explicaciones y se negó a ir. Entonces designaron a Hernán del Canto[3], que aceptó con la condición de que le acompañara alguien del GAP o de Seguridad del PS. Ricardo pudo haber designado a cualquiera y nadie nunca se lo habría reprochado, pero prefirió ir el mismo como guardia de del Canto.
Es conocido el resultado de la visita de Hernán del Canto a La Moneda. Una breve conversación. Allende lo escuchó y le respondió: “No voy a salir de La Moneda. Voy a defender mi condición de Presidente, así es que ustedes no deben ni siquiera plantearme esa posibilidad. Sé lo que debo hacer. Al Partido hace tiempo que no le importa mi opinión ¿Por qué me la vienen a pedir ahora? Dígales a los compañeros que ellos deben saber lo que tienen que hacer”.
Hay quienes afirman que las palabras de Allende fueron mucho más duras, pero siendo como era un socialista disciplinado, es posible que esa haya sido su repuesta. Hernán del Canto se fue de La Moneda. Ricardo le dijo que prefería quedarse y acompañar al Presidente. Cuando supo la respuesta, Altamirano[4], que tan fuerte y tan valiente era hablando y haciendo discursos y poniendo dificultades al Gobierno, se fue a refugiar a la casa del militante socialista José Pedro Astaburuaga, en El Llano y luego se asiló en la RDA.
Ricardo no se separó del Dr. Allende hasta que recibió la orden de rendirse. Entonces salió a comprobar que todos obedecían y fue, posiblemente, el último en salir del palacio. Quizás, si fue así, no escuchó al General Palacios que autorizaba a los médicos a irse. También es posible que haya oído muy bien y tomado la decisión de quedarse junto a los prisioneros.
Los prisioneros fueron llevados al Regimiento Tacna y torturados. Luego les asesinaron en Peldehue. Ricardo no habló bajo tortura, me dijo Felix Huerta. Si lo hubiese hecho, añadió, nada habría sido más fácil que detenerme. Felix estaba inválido por haber recibido una bala accidental, mientras se entrenaba en Cuba para incorporarse a la guerrilla del Che. El heroísmo de Ricardo fue correspondido por Felix. Un capitán del Ejército lo visitó y le ofreció la vida de su hermano (desaparecido desde el 11) a cambio del nombre de ‘Máximo’. Felix se mantuvo firme en su posición de no entender la pregunta. Durante casi 30 años vivió en la duda de que pudo haber salvado a su hermano al precio de traicionar a Ricardo. Después de esos años supo que la oferta era una infamia más, muy propia de lo militares chilenos. Su hermano ya había sido asesinado cuando le ofrecieron su vida a cambio de la información.
¿Por qué buscaron tanto a ‘Máximo’? Durante varias semanas, más de dos meses después del golpe, los militares seguían buscándolo por orden del Dictador. Pablo Rodríguez (si, Pablo con Hache) tuvo la cortesía de decirles que posiblemente Máximo era yo y también me buscaron hasta que supieron que vivía en España y no tenía ninguna relación con el Gobierno de la UP.
La búsqueda de ‘Máximo’ se remonta a la tarde del viernes 8 de septiembre de 1973. ‘Máximo’ fue a La Moneda y pidió una reunión urgente con el Presidente Allende, que lo recibió en cuanto pudo hacerlo. El motivo era el último informe sobre los Altos Mandos de las Fuerzas Armadas que traía ‘Máximo’. En ese informe estaban clasificados en tres columnas: Golpistas, Indecisos y Constitucionalistas. Aunque el grupo de los Golpistas era el que más pesaba, los otros dos juntos los superaban. El Dr. Allende pensó detenidamente y le preguntó:
- ¿Le has pasado este informe al ‘Pinocho’?
- No, le respondió Ricardo.
- ¿Por qué? Preguntó el Presidente.
- Porque no me inspira confianza, fue la respuesta sorprendente de Ricardo.
De hecho no tenía ninguna prueba ni a favor ni en contra. Sólo una intuición. Es posible que hasta ese momento el propio ‘Pinocho’ no estuviese decidido de que lado estaba.
El Dr. Allende tuvo un estallido de rabia. ¿Qué sabes tú?, le dijo, el ‘Pinocho’ es de mi confianza y de la confianza del General Prats. Y le ordenó llevarle el informe.
El Innombrable quedó sorprendido con el Informe. Es muy posible que lo que leyó le ayudara a decidirse por los golpistas, aunque sin perder del todo el miedo, como dijo Leigh que le escuchó decir, el sábado antes de firmar la carta de los marinos: “Es posible que esto nos cueste la vida”.
A pesar de todas las torturas y de ser asesinado con ametralladora, Ricardo fue afortunado al no caer en las manos del Dictador.
Notas de Máximo Kinast
[1] Pololo en Chile es novio en España o enamorado en el Perú
[2] En la Escuela de las Américas no se enseña el significado de la palabra ‘manhood’
[3] Hernán fue Ministro del Interior del Gobierno de Salvador Allende. Se hizo famoso por sus metidas de pata y su estupidez supina. Caso de los Bultos Cubanos. Insultó al Poder Judicial. Les dijo: ‘Momios de Mierda’, lo que podría ser verdad, pero no quedaba bien para un Ministro del Interior.
[4] Mi impresión personal es que Carlos Altamirano fue siempre un agente ‘provocador’ al servicio de la CIA
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