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Máximo Kinast Avilés

DESPEDIDA A CARLOS LIBERONA

Palabras de Andrés Pascal en funerales de Carlos

 

Querida Ula e hijos de Carlos:

 

Queridas compañeras y compañeros:

 

Miguel Enriquez provocó no poco escándalo entre los dogmáticos cuando, en la década del 60, dijo que en Chile los pobres del campo y la ciudad tendrían papel protagónico en las gestas revolucionarias.

 

Carlos Liberona, nuestro querido Claudio, es la expresión hecha vida de esa profecía.

 

De familia mapuche y campesina, se crió en un barrio muy pobre de la ciudad de Chillán. Quien sabe, ya con infantil intuición del camino que le deparaba la historia, se forjó en la dureza como joven dirigente de los estudiantes secundarios de su ciudad. Luego, se abrió camino hacia la Universidad, lo que en esos tiempos en que la educación superior era sólo para una elite, fue no poca proeza para un muchacho hijo de la exclusión social.

 

Decía, con su característica sonrisa socarrona de campesino, e íntimo orgullo: … pero fue en el MIR donde yo me formé. En realidad, esa modestia que lo acompañó toda la vida le impedía decir la verdad. Efectivamente fue formado, fue hijo del MIR, pero también fue constructor del MIR, así como fue padre de sí mismo, constructor voluntario y conciente de su propia vida de revolucionario.

 

Empujado por ese tranquilo, pero poderoso fuego interno que lo acompañó toda la vida en el amor y en la lucha, fue joven agitador de las esperanzas de los suyos, de sus pobres del campo y la ciudad. Fue organizador revolucionario de la ampliación de la democracia desde abajo, y cuando con sangre y saña la dictadura uniformada de los ricos cercenó de raíz el germinal poder popular, no dudó en seguir resistiendo desde la clandestinidad. Dentro de estos mismos muros, testigos etéreos y mudos de los límites extremos de brutalidad humana que ha llevado la historia de la codicia y del poder capitalista en nuestra patria, siguió resistiendo la tortura de su cuerpo y mente.

 

Claudio conoció el miedo y el dolor, pero su profundo amor por los suyos, su pasión de justicia, lo llevó a vencerlo. Tampoco se dejó vencer, ni en su obligado exilio, ni cuando retornó a la patria cambiada, el mundo neoliberal y egoísta en que vivimos. Así como era él, quitado de bulla, perseverante, con sus heridas a cuesta, siguió dedicando su vida a las responsabilidades humanas.

 

En los periodos de conmoción social, en las coyunturas que abren oportunidades de cambios históricos subversivos, debemos enfrentar apasionados y sorprendentes retos. Pero los tiempos más duros, donde verdaderamente se demuestra el temple del revolucionario es en aquellos largos periodos en que la fortaleza de la dominación empuja el pensamiento y la acción libertaria a los márgenes de la historia e invisibiliza las posibilidades de un futuro mejor. En esta travesía del desierto, Carlos Liberona, mantuvo siempre encendida la llama generosa de su práctica solidaria y trabajó incansablemente para que no se perdiera la memoria histórica de su pueblo.

 

Para ello, junto a sus compañeros y amigos, creó la Corporación Ayún, que yo calificaría como su obra madura. Obra colectiva extraordinaria, y obra que expresa la luz del pensar genuino de Carlos que descartando de plano el ritualismo político, la conservación insensata de dogmas, volcó toda su energía a explorar la actual realidad local, a comprender las nuevas dinámicas revolucionarias que remecen hoy la historia de América Latina, a desentrañar las nuevas éticas de un cambio civilizatorio. Y así, ese joven y esforzado hijo de campesinos, sin abandonar nunca su modesto andar y la mirada cariñosa que presidía su hablar, llegó a ser un maestro, un verdadero maestro revolucionario de nuevas generaciones.

 

Hoy en la mañana, una joven militante popular, con lágrimas en su mirada, me dijo: mi dolor no es porque se vaya, eso lo sabíamos y esperábamos él y nosotros, es por el vacío que deja. Si … y no. Creo que en el malestar, en el ánimo transversal de protesta social, política y cultural que se extiende por nuestro país,  florecerá con fuerza y se reproducirá exponencialmente y con vívidos colores la mística sabia y humana de Carlos Liberona.

 

Claudio seguirá con nosotros en el afecto y reconocimiento de sus compañeros miristas, pero sobre todo, seguirá viva su llama iluminando nuevas generaciones de pobres del campo y la ciudad en los tiempos de cambio que también se avecinan en nuestra patria.

 

No vemos, querido amigo.

 

Andrés Pascal Allende

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