Blogia
Máximo Kinast Avilés

PERÚ: LA ELECCIÓN COMO EXCARCELACIÓN

Gustavo Gorriti

http://www.revistaideele.com/node/429?page=0,1

Imaginen a K. Fujimori respondiendo un test de asociaciones libres. “¡Voto!”, dice la psicóloga. “¡Llave!”, respondería Fujimori un día soleado. “¡Ganzúa!”, en uno gris.

En los meses de Chile, cuando su iniciativa de sorprender y flanquear a las autoridades peruanas estaba atascada en el sistema judicial y penitenciario chileno, K. Fujimori candidateó a la legislatura japonesa. “El último samurai” –como fue presentado con involuntaria ironía por sus mentores políticos derechistas– prometió entregar su vida por Japón, no sin antes solucionar los asuntos pendientes de seguridad y secuestros norcoreanos, a cambio de la elección que le asegurara la libertad.

Los votantes japoneses declinaron el ofrecimiento y “el último samurai” debió enfrentar las más prosaicas, pero memoriosas, contiendas judiciales, que terminaron con él abordando el Antonov de la Policía, que lo trajo al Perú, la Dinoes, el juicio y la condena.

Ahora, K. Fujimori se ofrece a la presidencia del Perú con un mensaje más directo. Voten para abrir las puertas de la cárcel. Ya no es el “último samurai” sino “el chino”, y Kenya se transfirió en Keiko, pero el objetivo es el mismo: la elección como excarcelación.

Dado que para el fujimorismo la elección se ha convertido en un instrumento de cerrajería, veamos sus posibilidades de éxito.

Las encuestas parecen indicar un aumento de la votación potencial a favor de Keiko Fujimori. De acuerdo con lo que ha salido hasta ahora, K. Fujimori tiene ahora mayor preferencia entre los encuestados que los otros candidatos declarados o posibles. Buena parte de ese incremento se ha dado después de la sentencia contra su padre, por lo cual no es aventurado suponer que la severidad de la condena catalizó parte de la simpatía potencial hacia su candidatura.

Eso ha hecho que algunos comentaristas critiquen el “radicalismo” de los jueces y de quienes apoyan el veredicto de éstos, indicando que el resultado paradójico de esa severidad será llevar el fujimorismo al poder.

Dicho razonamiento sostiene que una política de principios es rígida y finalmente retardataria. Víctor Andrés Ponce, quien afirmó eso en un artículo reciente, le dio incluso una interpretación cultural al asunto. La contrarreforma fue principista, escribió, y Torquemada también. Por eso, durante la colonia, tanto la metrópoli española como los virreinatos de México y Perú fueron centros principistas. Y esos ‘principios’ causaron rigidez y decadencia. El capitalismo, en cambio, –contrapuso Ponce– es flexible y tolerante por su naturaleza transaccional. Los precios se regatean, se modifican y los principios siguen a Groucho Marx: “¡Estos son mis principios! Y si no le gustan, tengo otros”.

Por eso, en la interpretación de Ponce, el capitalismo es tolerante, porque proyecta el mercado y sus regateadas transacciones a las grandes decisiones políticas. De manera que, en ese análisis, el tribunal San Martín sería un heredero intelectual y espiritual de Torquemada; mientras, me imagino, que Nakasaki lleva en sí el espíritu reencarnado de Adam Smith.

El razonamiento de Ponce tendría un bien ganado puesto en una antología de la equivocación. Confundir una cultura inductiva y pragmática con la ausencia de principios es tan falaz como confundir éstos con la rigidez dogmática. El ejemplo involuntariamente cómico de la corrupta y alcahueta, a la vez que farisea y supersticiosa Lima colonial con un centro principista, es una refutación incorporada en su propio discurso.

Habría sido interesante que los puritanos del Mayflower (para no hablar de los quemabrujas de Salem), hubieran leído esa descripción de principios transaccionales. O que se hubiera circulado en la víspera de la batalla de Gettysburg, durante la más sangrienta guerra civil del continente, en defensa de los principios fundadores de Estados Unidos.

Contrariamente a la muy ramplona interpretación transaccional de la democracia, como una feria de autos usados, los principios de libertad, de derechos humanos, de ilustración, que la sostienen, son los que necesitan más enérgica defensa. En una república, esa defensa la dan las leyes, aplicadas a través del juicio imparcial y cumplidas, cuando es el caso, a través del veredicto judicial.

Ninguna otra organización de la sociedad ha sido tan atacada como la democrática a lo largo de la Historia. Y por eso, la defensa de la libertad ha significado una y otra vez los mayores sacrificios y el más abnegado principismo. Desde el discurso fúnebre de Pericles, reconstruido por Tucídides, en la guerra del Peloponeso, hasta la Segunda Guerra Mundial, la conquista del derecho a vivir en sociedades libres, justas y tolerantes ha supuesto la disposición a arriesgar la vida propia y la de quienes más se quiere, por ello.

Hay paralelos interesantes entre la discusión post-sentencia de Fujimori en el Perú y la que se da ahora en Estados Unidos cuando el gobierno de Obama ha sacado a la luz los hechos y razonamientos que llevaron a los más altos niveles de la administración de Bush a autorizar e incluso estimular la tortura como medio de obtener información.

En un artículo reciente en el New York Times, (Reclaiming America’s Soul), publicado el 23 de abril, Paul Krugman, el premio Nobel de Economía de este año confronta el argumento de un supuesto pragmatismo contra los principios al decidir si investigar o no al gobierno de Bush por haber permitido y quizá ordenado el uso de torturas para enfrentar a Al-Kaeda.

“Qué hay en cuanto al argumento de que investigar los abusos de la Administración de Bush obstaculizará los esfuerzos para lidiar con las crisis de hoy?” escribe Krugman, “Incluso si eso fuera verdad –incluso si la verdad y la justicia se logren a un alto precio– deberíamos argüir que debemos pagar ese precio: Las leyes no están para ser aplicadas solo cuando sea conveniente.”

Pero a continuación, Krugman demuestra que no hay tal dilema. Allá, como aquí, los que destruyeron primero la verdad y luego la economía, no aportan mayor cosa para recuperarla.

Pero, añade, “hay una buena cantidad de gente en Washington que no se alió con los torturadores pero que preferiría no revisar lo que pasó en los años de Bush”. Algunos, añade, porque no les gustan las escenas feas y prefieren las edificantes. Otros, porque no quisieran que se les recuerde sus propios pecados de omisión.

El hecho es, continúa Krugman, que mientras el gobierno de Bush instauró la tortura como una política y engañó a su nación para llevarla a la guerra, la mayor parte del ‘establishment’ político y mediático miró ‘hacia el otro lado’.

“Es difícil no ser cínico” prosigue Krugman, “cuando la gente que debió haberse pronunciado contra lo que estaba pasando, y no lo hizo, declare ahora que deberíamos olvidar toda esa era –en beneficio del país, por supuesto”.

“Lo lamento”, termina Krugman, pero lo que debemos hacer, “en beneficio del país es investigar tanto la tortura como la marcha hacia la guerra. Estas investigaciones deberían, cuando fuera apropiado, ser seguidas por acusaciones fiscales –no por un sentimiento de vindicta, sino porque esta es una nación de leyes”.

“Debemos hacerlo por nuestro futuro. Porque esto no es mirar hacia atrás sino mirar hacia delante –porque de lo que se trata es de rescatar el alma de Estados Unidos”.

Perdonen lo extenso de la cita, pero es que el argumento calza con sorprendente precisión a lo que aquí se discute respecto del fujimorato en general y el veredicto judicial en específico. Si las leyes defienden nuestra república y nuestra libertad, deberíamos aplicarlas aunque el costo de hacerlo fuera grande.

Pero no lo es, puesto que aplicar las leyes que castigan crímenes de lesa humanidad, abusos extremos del poder, defenderá el futuro de nuestra nación y garantizará un país mejor y más grande, material y moralmente, para nuestros hijos.

Tomé el artículo de Ponce como una referencia de las muchas falacias que ahora se exponen para ayudar a Fujimori y empezar a limpiarle el camino al fujimorismo. Ponce escribió hace unos años una buena novela sobre la guerra en el VRAE, y me parece cien veces más atinado en la ficción que en la facción.

Dicho lo cual, veamos hasta qué punto la sentencia de los vocales San Martín, Prado y Príncipe favorecerá la candidatura presidencial de Keiko Fujimori, y, al margen de ese efecto, qué posibilidades reales tiene ella de triunfar.

Las encuestas hechas públicas hasta ahora indican que subió en preferencias luego del veredicto judicial. Ahora, Keiko Fujimori está en el primer puesto de preferencias.

De otro lado, empieza a formarse un frente cada vez más explícito en favor de su candidatura. En los medios televisivos vuelve a darse una alineación muy parecida a la que hubo en 1999 y el dos mil. Algo similar, aunque de menor intensidad, empieza a suceder en la radio. Lo más saltante en este caso es observar, conteniendo las náuseas, cómo Baruj Ivcher ha vuelto a ser lo que era antes de 1997, cuando le decía “miren mis ojos chinitos” a su gente. Renegar dos veces, para volver al triste comienzo luego de cobrar más de los dos tercios de todo lo que se ha pagado en indemnizaciones y pretender que el Estado le siga condonando impuestos. Qué infamia.

Pero volvamos al tema. En la lista de puntos fuertes que tiene para a la elección de 2011, es muy probable que Keiko Fujimori reciba el apoyo de una parte sustantiva del empresariado, especialmente de aquéllos que estuvieron más cerca de la dictadura, los cuales medraron en cómoda impunidad al llegar la democracia, pero que, según todo indica, continuaron extrañando el fujimorato.

El escenario que buscarán es uno que ya tiene un nombre en el estudio de campañas electorales: la maniobra Alan García.

Se trata del conjunto de estrategias, tácticas y estratagemas de campaña que llevan a un candidato con un alto porcentaje de votación negativa, a pasar, así sea con las justas, a la segunda vuelta, para competir con un candidato “antisistema” que concita miedos y ansiedades.

García logró la primera parte de su maniobra tanto en 2001 como en 2006. El 2001 no ganó porque no tuvo en contra suya al candidato “antisistema”. El 2006 sí lo tuvo, y completó exitosamente la maniobra.

Keiko Fujimori y su gente intentarán repetir eso. Y para eso necesitan a Ollanta Humala en la segunda vuelta. De manera que no se trata de lograr que se elija a uno solo sino a dos candidatos.

En las encuestas, Keiko Fujimori solo le gana a Ollanta en una hipotética segunda vuelta. Con los demás, pierde.

¿Lo va a lograr? Aunque el Perú es impredecible, estoy casi seguro que no.

Para empezar, Keiko Fujimori tiene como objetivo central de su campaña conseguir la libertad de su padre. Ese es el eje de su protagonismo político. Y una campaña presidencial centrada en abrir las puertas de la cárcel no creo que gane muchos votos ni siquiera entre los empleados del INPE. Presentarse, de otro lado, como una versión filial de Cámpora para no solo liberar sino llevar al poder a Fujimori/Perón, provocará, me parece, más votos de rechazo que de aceptación.

El obstáculo más serio para ella, y creo que decisivo, es la solidez del voto antifujimorista. Por el momento, la mejor manera de aproximar su medición es teniendo en cuenta el porcentaje de peruanos que cree que Fujimori es culpable de corrupción y graves violaciones a los derechos humanos.

Varias encuestan estiman entre 69% y 73% el porcentaje de peruanos que consideran que Fujimori ordenó los crímenes por los cuales es juzgado y que merece ser castigado. Y que, además, es corrupto. Dentro de ese grupo, las opiniones varían respecto de si la pena debió ser mayor o menor. Pero hay coincidencia en cuanto a la culpabilidad y la necesidad del castigo.

No se trata, además, de porcentajes efímeros. Esa masa de casi dos tercios de los ciudadanos que considera violador de derechos humanos y corrupto a Fujimori, se ha mantenido notablemente consistente, y con pocas variaciones porcentuales a lo largo de los años.

Menos de un tercio a favor de Keiko Fujimori, dos tercios contra ella. Digamos que los candidatos democráticos tendrían que ser sumamente incompetentes como para no aprovechar una situación así de favorable.

Entrarán en juego otros factores: los efectos de la crisis económica, el apoyo o la neutralidad de García, la mayor o menor calidad de las campañas, el número de candidatos, el entusiasmo que se ponga en la contienda electoral. Pero todo indica que la candidata o el candidato que emerja como la mejor alternativa frente a Keiko Fujimori, no tendrá grandes dificultades para vencerla... en tanto sepa que será una campaña sucia, de trucos y trampas, en la que no podrá amainar en ningún momento el mayor alerta, la energía, la intensidad y el entusiasmo por volver a vencer –ojalá que esta vez definitivamente– a los enemigos de la democracia.

0 comentarios