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Máximo Kinast Avilés

CHILE, 35 AÑOS DESPUES... UNA INTRODUCCION Y CUATRO REFLEXIONES

Queridos amigos, septiembre es un mes que vuelve a pasar por el corazón, es el mes en que nos recordamos de nuestros muertos, el principal : los sueños de toda una generación por un mundo más justo. 
La partida abrupta de Celia Hart en estos días me ha dejado sin aliento, pero arrimo las banderas de la esperanza gracias a ustedes.
 
Los abraza,
Patty "Ardilla" Parga.

Chile, 35 años después: una introducción y cuatro reflexiones

Patricia Parga-Vega*

El martes 11 de septiembre de 1973, el destino de toda una nación y las esperanzas de un continente van a bascular el curso de la historia… La desaparición forzada, la tortura, la prisión política y la delación inaugurarán una etapa considerada “exitosa” por los Estados Unidos.
A pesar que su gobierno no alcanzó a la mitad del periodo, Allende es una de las figuras más decisivas en la historia de Chile del siglo XX.

Escriben Álvaro Cuadra, Ernesto Carmona, Marcel Claude y Eduardo Hurtado.

El presidente Salvador Allende Gossens, dejó su vida en el empeño de llevar a cabo el mandato de su pueblo y se constituyó, para el mundo entero en un símbolo de dignidad. Hoy, desde la entraña del poder norteamericano: Informe Church, Desclasificados de la CIA, "Memorias" personales de autoridades cercanas a Nixon, podemos saber a ciencia cierta de la sangrienta operación fraguada durante diez años por los EE.UU. (1963-1973).

Tras el reconocimiento del triunfo de Allende, por parte del Senado chileno, en EEUU se registran dos reuniones, el 8 y el 14 de septiembre de 1970. En esos mismos días, el presidente de la Pepsi-Cola, Donald M. Kendall, estampó su huella en esta trágica historia.

El 14 de septiembre, diez días después de la elección presidencial chilena, Kendall fue a la Casa Blanca y le pidió a Nixon, quién había sido abogado de la Pepsi-Cola, que le concediera una audiencia extraordinaria a un chileno amigo y socio suyo: Agustín Edwards, propietario de uno de los diarios más influyentes de Chile: El Mercurio. La relación entre Nixon y Kendall estaba basada en una deuda política y como las deudas se pagan… Kendall había reconstruido a Nixon políticamente tras su derrota en la gobernación por California, hasta llevarlo a la Casa Blanca.

Se repitió una escena tantas veces vivida en América Latina: el poder de las transnacionales buscando torcer a su favor y por sus intereses la historia, sin importar los costos humanos y asociándose para ello con los empresarios locales ultraconservadores.

La reunión entre Nixon y Kendall se realizó al día siguiente, 15 de septiembre de 1970, lo que indica la prioridad del asunto para la casa Blanca. El poderoso empresario chileno Agustín Edwards pidió la ayuda de Estados Unidos para evitar el desastre en Chile.(1) Kissinger en sus memorias le endosa al chileno Edwards la responsabilidad de haber presionado a Nixon, de haberle “calentado” el ánimo para que decidiera acciones drásticas. Tras esta entrevista Nixon se junto, esa misma tarde, con Kissinger; el fiscal general (General Attorney) John Mitchell –quien se encontraba ahí a título privado y no oficial-; y Richard Helms, director de la CIA, quién registro algunas notas de esa reunión:

– Aunque tenga una sola oportunidad entre diez, salve a Chile.
– Gastar duro
– No importa los riesgos que haya que correr
– No meter a la embajada en esto
– Diez millones de dólares disponibles, más si es necesario
– Trabajar a tiempo completo, los mejores hombres disponibles
– Elaborar un plan estratégico de supuestos variables
– Hacer aullar de dolor a la economía (chilena)
– 48 horas para el plan de acción

“En ese encuentro, Nixon nos ordenó a los tres no informar de esas instrucciones al Secretario de Estado, al Secretario de Defensa, al embajador en Chile y al jefe de la CIA en Chile. De toda mi carrera esa fue la ocasión en que tuve un mayor secreto”, aseguró Richard Helms al escribir sus memorias.

El Informe Church anotó así el resultado de tal cita:

“El 15 de septiembre, el presidente Nixon informó al director de la CIA, Richard Helms, que un gobierno allendista no era aceptable para los Estados Unidos e instruyó a la CIA para que jugara un rol directo en organizar un golpe de Estado en Chile para evitar que Allende accediera a la presidencia”.

Y el propio director de la CIA lo ratificó en sus memorias: “El presidente me ordenó instigar un golpe militar en Chile, un país hasta entonces democrático”.(2) Y agregó en sus notas que a Nixon y a Kissinger “no les preocupaban los riesgos que esto entrañaba”. Sin embargo esta primera etapa destinada a evitar la presidencia de Allende fracasó rotundamente, lo que dio inicio a una segunda reunión de urgencia.

A esas alturas, con Allende instalado en la Moneda, todos los esfuerzos de la Casa Blanca –concluyó el Informe Church– “estaban orientados al golpe militar”.

El resultado de esta sedición norteamericana, tras 35 años de ocurridos los hechos, generan hoy reflexiones interesantes e inéditas de cuatro chilenos bien situados para una lectura histórica y de sus efectos reales en el Chile de hoy. La exitosa estrategia de los EE.UU. y su perfeccionamiento e incursión en otros países del tercer mundo. La necesidad de la memoria histórica y el rol de los medios.

Notas.
(1)Henry Kissinger, White House Years (Brown, Boston: Little, 1978).
(2)Richard Helms, A Look over my Shoulder (New York: Random House, 2003)

*Periodista, miembro de Investig’Action.
 


Primera reflexión:
11 septiembre 1973, Golpe de Estado en Chile

Álvaro Cuadra*
No es fácil referirse a los sucesos del once de septiembre de 1973, dejando fuera las propias pasiones. Es así porque se trata de un acontecimiento traumático para una gran mayoría de chilenos, cuyas consecuencias debemos vivir cotidianamente hoy. El Golpe de Estado ocurrido hace ya más de tres décadas no es un hecho histórico sepultado en el pasado. Por el contrario, el presente económico, político y cultural del Chile actual no se explica sino por aquella fecha.

La dictadura militar diseñó la matriz de la cual emerge el Chile de hoy. Un modo particular de organizar la economía, el neoliberalismo. Una manera de administrar la política, una democracia de baja intensidad. Un tipo de cultura adversa de toda forma colectivista o asociativa, el individualismo. Este molde sigue vigente en todas y cada una de sus partes. Cualquier observador desapasionado debe consentir que el diseño militar ha sido objeto de escasas medidas cosméticas. Bastará pensar, por ejemplo, en la Constitución Política que sigue siendo la pauta general sobre la que se ordena la vida nacional.

El sentido último de esta reorganización militar del Chile contemporáneo, ha sido y es, salvaguardar la tradición y el orden de la nación. Es decir, como afirmó el mismo Pinochet: salvar vida y fortuna a las elites dirigentes que sintieron amenazados sus privilegios. Dicho con absoluta honestidad, debemos admitir que las vigas maestras del diseño militar han funcionado hasta nuestros días, cumpliendo cabalmente el propósito para el que fueron creadas. Desde la ley electoral hasta la legislación en torno a la salud, la previsión social o las leyes tributarias.

En rigor, la llamada Concertación de Partidos por la Democracia, o ha hecho sino administrar el modelo heredado, con el claro compromiso de garantizar su continuidad. De suerte que más allá de sus epilépticas bravatas y del gastado discurso demagógico, los personeros concertacionistas han actuado más como “estafetas” de la derecha económica que como representantes del pueblo. Incapaces de llevar adelante un proyecto histórico alternativo, se han sumido en una atmósfera de ineptitud y de, para decirlo con elegancia, “debilidad moral”.

Como en una mala novela de terror, el amnésico Chile de hoy vuelve su mirada a las luminosas vitrinas del consumo suntuario, a las rutilantes pantallas de plasma, mientras en el patio desentierran osamentas de algún vecino o pariente. Son los muertos silenciados por esta historia macabra que todavía persiste, obstinada, en ocultar cadáveres en el ropero. El once de septiembre no ha terminado en nuestro país, está presente en cada línea de la Constitución, en el opaco gris de los cuarteles y comisarías; en la risa socarrona del “honorable”, y en muchos “hombres de negocios”. El once de septiembre sigue vivo en quienes tanto le deben al General.

El crimen cometido en Chile no atañe, tan sólo a los dramáticos sucesos conocidos por todos. El verdadero Mal está todavía con nosotros, en nuestra vida cotidiana, en la injusticia naturalizada y aceptada como desesperanza. La verdadera traición a Chile es haber impedido que, por vez primera, aquel hombre y aquella mujer humildes, hubiesen comenzado a construir su propia dignidad en sus hijos, y en los hijos de sus hijos.

En un sentido último, Augusto Pinochet Ugarte, fue la mano tiránica que interrumpió la maravillosa cadena de la vida. Como Caín, el general asesinó a sus hermanos, ofendiendo al Espíritu que late en el fondo de la historia humana. Sus obras, su herencia lamentable ya la conocemos: generaciones de chilenos condenados al infierno de la ignorancia, la pobreza, el luto y la indignidad. En el Chile del presente no hay paz para los muertos como tampoco la hay para los vivos.

Más allá de las complicidades de la mentira para ocultar la naturaleza de aquella tragedia; por mucho que se esfuercen algunos falsos profetas en exorcizar las cenizas, enseñando la resignación; y más allá de los demagogos de última hora que administran hoy el palacio: hay un pueblo silencioso y paciente que encarna el advenimiento histórico de un mundo otro

*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados (ELAP). Miembro de Arena Pública, Plataforma de Opinión. Universidad de Artes y Ciencias Sociales, ARCIS-Chile.
 

Segunda reflexión:
El lado oscuro del Chile de hoy

Ernesto Carmona*

¿Qué ha cambiado en Chile desde que fue derribado el gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende? Han transcurrido 35 años, 17 de dictadura militar y 18 de “transición a la democracia” conducida por una coalición hegemonizada por los partidos Socialista, Demócrata Cristiano y Por la Democracia, seguidos de otros menores, como el partido Radical, llamada Concertación de Partidos por la Democracia.

La primera observación es que la “transición” lleva ya más tiempo que la dictadura. Pero las condiciones de vida del pueblo han empeorado dramáticamente desde la época de Allende. Y hay poca cabida para protestar. Hoy existe una perversa democracia formal que limita el acceso de los pobres a la política y excluye de cualquier participación a la minoría comunista y a otros grupos izquierdistas. Existe un sistema binominal de elecciones que fue creado precisamente para que dos grandes bloques –la derecha y la Concertación– se alternen perpetuamente en el poder, tal como ocurre con los demócratas y republicanos en EEUU.

El fin de la dictadura no fue sólo el resultado de la lucha del pueblo, que aportó generosamente su sangre, instigado por quienes hoy gobiernan al país, sino que prevaleció un acuerdo político impulsado por los mismos factores internacionales que provocaron la caída de Salvador Allende, es decir, EEUU, la CIA, la USAID, el Fondo Nacional para la Democracia (NED, su sigla en inglés) y las grandes corporaciones transnacionales, cuyos negocios de explotación de los recursos naturales mejoraron notoriamente en estos últimos 18 años, según todos los indicadores. Los sectores que producen mayores ganancias al capital local e internacional son la minería del cobre, que es 70% privada, y la industria de la celulosa que se extrae de los bosques del territorio indígena, entre muchos otros rubros.

Neo-derecha “progresista”

La dictadura sigue presente, pero con otra apariencia, en el exitoso modelo de “desarrollo democrático” que padece Chile, pero que se exporta como imagen envidiable para otros países. La carta magna de la dictadura, que data de 1980, ha sido legitimada por sucesivas reformas constitucionales “de parche” concertadas por el gobierno con la derecha parlamentaria. Cada vez que tienen la oportunidad, las organizacionales patronales de la derecha económica manifiestan su satisfacción por la marcha de sus negocios bajo la administración concertacionista, particularmente bajo el sexenio presidencial de Ricardo Lagos (2000-2006).

En estos 18 años de “transición a la democracia”, la Concertación se convirtió en una neo-derecha, con tintura socialista y social cristiana, como ocurrió antes con los partidos “progresistas” en Europa y en otras latitudes, donde la social democracia imitó a la democracia cristiana como nueva expresión partidaria renovada de la derecha tradicional. El socialismo de hoy no es el mismo de los tiempos de Allende.

El partido del presidente inmolado que pretendió realizar reformas sociales involuciona por el mismo camino que siguieron antes sus colegas socialistas de España y Francia, los laboristas del Reino Unido, el partido “trabalhista” de Brasil y tantos otros. El Chile de hoy se puede transitar libremente pero por carreteras privadas. Santiago tiene una red de autopistas urbanas que cobran. La gente se ve triste porque está endeudada, aunque existe algo de trabajo, pero precario y “flexibilizado”. Los empleadores no tienen que complicarse con la seguridad social de sus trabajadores. La educación, la salud y la previsión social se han privatizado, convirtiéndose en negocios o “industrias”.

Una nueva clase política de apariencia “democrática y progresista” se incrustó en la superestructura del poder del Estado para administrar la expoliación del pueblo chileno y de sus recursos naturales con mayor “eficiencia” que los militares y con pocos reclamos de los trabajadores, gracias al control de la Concertación sobre la Central Única de Trabajadores (CUT). Esa clase política también ha puesto en marcha un proceso de corrupción a expensas de los fondos públicos sin precedentes en la historia política republicana del país.

Los rebeldes son jóvenes

Los disidentes, incluidos cientos de miles de izquierdistas allendistas, no tienen cabida en esta democracia, porque el sistema electoral binominal les bloquea su acceso al Parlamento. Los jóvenes se niegan a inscribirse voluntariamente en los registros electorales. O sea, rehúsan adquirir el derecho al voto. Una vez inscritos tendrían la obligación de concurrir a votar a riesgo de severas sanciones. Si el derecho a voto no se ejerce, en Chile hay castigo. Y el gobierno pretende legislar una inscripción automática al cumplirse la mayoría de edad de 18 años, manteniendo la obligatoriedad del voto, en un esfuerzo desesperado por recuperar la representatividad perdida.

Paradojalmente, quienes se oponen a esta medida totalitaria son los propios herederos políticos del pinochetismo que ahora juegan al populismo electoral al mejor estilo del Partido Popular español.

Cuando algunos sindicatos que no están bajo el control de la Concertación y ciertos sectores de la sociedad chilena manifiestan su descontento con el nuevo modelo político-económico que favorece a los ricos, son brutalmente reprimidos por el gobierno nominalmente “socialista”, en nombre del sagrado sistema legal heredado de la dictadura que garantiza la expoliación neoliberal. Los más afectados han sido los sindicatos de trabajadores subcontratados –o tercerizados con empleo precario y “flexible”–, los estudiantes y la etnia mapuche, cuyo territorio permanece ocupado militarmente por años, sin nada que envidiarle a Palestina.

Y al igual que Israel, Chile hace caso omiso a las recomendaciones de los organismos de derechos humanos de Naciones Unidas. La región mapuche, con sus habitantes en extrema pobreza perpetua, es un territorio ocupado por Carabineros bajo permanente estado de sitio, mientras sus tierras son explotadas por las industrias madereras de los grupos económicos más ricos de Chile.

El gobierno de la socialista Michele Bachelet eligió el camino de la represión, hasta con 1.500 detenciones de jóvenes estudiantes en el mes de julio 2008. La policía militarizada de Carabineros ejerce una brutalidad sin restricciones, incluso en detenciones regulares ordenadas por algún tribunal. El fallecimiento del jefe policial en un accidente aéreo en Panamá, mientras andaba de compras con su familia y ciertos allegados, fue convertido en tragedia nacional por el gobierno y los medios de comunicación, con duelo oficial y un derroche propagandístico que elevó al difunto a la categoría de un santo.

El rol de los medios

Todo esto ocurre mientras existe una creciente criminalización de la protesta civil, que comenzó reduciendo a 14 años la responsabilidad penal de los jóvenes. Los estudiantes que protestan en las calles corren el riesgo de ser procesados como autores de crímenes, no de desórdenes públicos, como ya ocurre en países como El Salvador, que hizo suya la ley antiterrorista de EEUU, la Patriot Act. Sin embargo, cuando un estudiante de 15 años es detenido y apaleado por Carabineros en las calles de cualquier ciudad, debe permanecer detenido hasta que sus padres vayan a rescatarlo a la comisaría. Es decir, hay un doble estándar entre los derechos ciudadanos y la responsabilidad penal que siempre opera contra los jóvenes.

El debate parlamentario se realiza entre cuatro paredes, casi igual que en los tiempos de la dictadura, sólo que ahora la sala es más grande y hay más protagonistas de la clase política disfrutando de un salario que pagan “todos los chilenos”. Tampoco hay debate público democrático en la prensa, donde no hay acceso para todas las opiniones ni existe cabida para los críticos y disidentes.

Los grandes medios de comunicación –cuya propiedad está súper concentrada– apoyan las medidas represivas y demás políticas del gobierno que son del agrado de los grupos económicos y de los poderes fácticos. Los medios practican un doble juego de apoyo y crítica, aunque las portadas más populares se dedican a temas banales. Dos empresarios controlan la prensa escrita del país, Agustín Edwards y Álvaro Saieh, a través de sus diarios insignia El Mercurio y La Tercera.

La televisión exhibe el mismo signo ideológico, estigmatiza las protestas sociales, cultiva la banalidad y criminaliza peyorativamente a sus protagonistas a través de todos los canales. El candidato presidencial Sebastián Piñera, que es la versión local de Silvio Berlusconi, tiene su propio canal de televisión, mientras otro responde al Vaticano, un tercero pertenece al multimillonario Ricardo Claro, del Opus Dei, otros dos pertenecen al magnate mexicano Ángel González y el canal del Estado es co-gobernado por los intereses comunes de un directorio acordado en cuotas entre la derecha y la Concertación.

Diputados “elegidos” a dedo

Resulta imposible describir in extensu en una simple crónica al Chile de hoy, a 35 años de la muerte de Salvador Allende. Hay múltiples brochazos para pintar esta situación. Por ejemplo, en estos días los chilenos se enteraron de la asunción de un nuevo diputado que jamás fue sometido al voto popular. Se trata del reemplazante socialista del fallecido Juan Bustos, presidente de la Cámara. La ley permitió que el sucesor fuera designado a dedo por el partido del difunto. El premio recayó en Marcelo Schilling, que se hizo célebre como organizador de “La Oficina”, una instancia de espionaje interno creada por Patricio Aylwin (2000-2004) que Ricardo Lagos convirtió en la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), para vigilar a los disidentes domésticos.

Los empresarios exportadores de productos primarios como uvas, manzanas y peras llevan años quejándose de la devaluación del dólar, que es un fenómeno mundial, no chileno. Con dinero proveniente de las ventas del 30% del cobre que el Estado sigue poseyendo (Allende nacionalizó el 100% de ese recurso), el Banco Central destinó 8.000 millones de dólares para comprar dólares durante todo 2008, haciendo subir artificialmente el precio de la divisa extranjera en el mercado interno a fin de beneficiar a los exportadores. Con esta medida se desató una inflación que eleva dramáticamente el costo de la vida y de la energía, que es básicamente importada como gas de Argentina. De paso, se violó una de las sagradas normas de la economía neoliberal, al manipular “la mano libre del mercado”, pero esto no le importa a los diarios como El Mercurio, que defienden a sangre y fuego el neoliberalismo.

El ministro de Hacienda Andrés Velasco llegó a decir que las últimas cifras de aumento del desempleo son buenas porque indican que hay más gente buscando trabajo (¡sic!).

…Y echaron a mi vecino

Chile fue el país más golpeado por el retrógrado experimento neoliberal mundial que comenzó en los años 70. Precisamente para esa experimentación con un pueblo atado, encarcelado o asesinado, sin capacidad de reclamar, se estableció una dictadura militar. Hoy sus cifras macroeconómicas son buenas, se muestran como ejemplares para otros países, pero los números benefician exclusivamente a los que ya son ricos y al capital extranjero. Los grandes empresarios suelen decir por televisión que ahora sí el país va por “el camino correcto” del crecimiento. Pero crecimiento ¿para dónde? ¿Hacía qué?...

Mientras yo escribía esta historia en esta mañana de lunes, vino la policía, un tribunal y la fuerza policial a desalojar y lanzar a la calle a mi vecino de clase media porque no ha pagado su departamento… Como diría Bertold Brecht, ¿cuándo vendrán por mí?...

*Consejero nacional del Colegio de Periodistas de Chile; secretario ejecutivo de la Comisión Investigadora de Atentados a Periodistas (CIAP) de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) y miembro del movimiento Axis for Peace.

 

Tercera reflexión
A cien años del natalicio de Salvador Allende

Marcel Claude*

El 4 de diciembre de 1972, el entonces presidente de Chile, Salvador Allende, tuvo la oportunidad de presentarse ante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York y dar cuenta del país que presidía. Muchas cosas han cambiado en el curso de los últimos 35 años pero otras son muy similares e incluso, en algunos casos, se ha profundizado la distancia entre lo deseable y la áspera realidad.

En cuanto a los cambios de signo negativo, una actualización al 2008 debería decir, por ejemplo:

“Vengo de Chile, un país pequeño, en el que hoy cualquier ciudadano ya no es libre de expresarse como mejor prefiera, con una preocupante intolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial tiene cabida.

"Un país con una clase obrera atomizada en distintas y pobres organizaciones sindicales, donde el sufragio universal y secreto, es cada día menos participativo y cada vez más el vehículo para consagrar un régimen político excluyente, con un Parlamento que sufrió una severa interrupción en su funcionamiento desde su creación hace 196 años y que permanece como un poder limitado y de dudosa representatividad popular, donde los tribunales de justicia no son independientes del Ejecutivo y de los poderes económicos y militares.

"Un país que desde 1981 cuenta con una carta constitucional creada de acuerdo a las necesidades de una oligarquía representada en la dictadura de Augusto Pinochet y avalada por los presidentes Aylwin, Frei Ruiz-Tagle, Lagos y Bachelet, cuya vida pública está organizada en instituciones civiles bajo la tutela de las Fuerzas Armadas, con un extremadamente limitado espíritu democrático.

"Un país con cerca de diecisiete millones de habitantes que en los últimos 30 años no ha logrado ningún premio Nobel de Literatura, como si lo hicieron Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores de un Chile menos pretencioso y soberbio pero también más humano y noble”.

Siguiendo la misma línea argumental, hoy no es posible decir que el pueblo de Chile “se encuentra plenamente entregado a la tarea de instaurar la democracia económica, para que la actividad productiva responda a necesidades y expectativas sociales, y no a intereses de lucro particular”. Menos se podría añadir que “los trabajadores están desplazando a los sectores privilegiados del poder político y económico, tanto en los centros de labor, como en las comunas y en el Estado”.

Más bien habría que decir que el proceso que vive el país es totalmente opuesto y no se dirige, como sostenía entonces Allende, hacia la superación del sistema capitalista, peor aún, se consolida un capitalismo cada día más salvaje y despiadado.

En su aplaudido discurso, Allende señalaba la necesidad de poner al servicio de las enormes carencias del pueblo chileno, la totalidad de nuestros recursos económicos, lo que tenía –según él– directa relación con la recuperación de la dignidad de Chile. Para Salvador Allende, debíamos acabar con una situación en la que nosotros, los chilenos, debatiéndonos contra la pobreza y el estancamiento, teníamos que exportar enormes sumas de capital en beneficio de la más poderosa economía del mundo, por lo que la nacionalización de los recursos básicos constituía una reivindicación histórica.

Nuestra economía no podía tolerar por más tiempo la subordinación que implicaba tener más del 80% de las exportaciones, en manos de un reducido grupo de grandes compañías extranjeras que siempre habían antepuesto sus intereses a las necesidades de los países en los cuales realizaban sus operaciones lucrativas. Tampoco podíamos aceptar la lacra del latifundio, los monopolios industriales y comerciales, el crédito para beneficio de unos pocos ni las brutales desigualdades en la distribución del ingreso.

Esta realidad denunciada por el entonces presidente Allende, no ha cambiado mayormente e incluso se ha agudizado, puesto que hoy los monopolios y la concentración de la riqueza son aún peores que en ese entonces; así también, la propiedad de la tierra y de los principales recursos naturales siguen siendo de usufructo del capital trasnacional y de los grupos económicos nacionales.

En relación al cobre, Allende denunciaba que “sólo en los últimos cuarenta y dos años se llevaron, en ese lapso, más de cuatro mil millones de dólares de utilidad…”. Cuánto más no habría que escandalizarse hoy en día cuando sólo en el año 2006, las compañías multinacionales que explotan el cobre chileno se llevaron la módica suma de 20 mil millones de dólares.

En ese entonces, Allende comparaba cifras y pedía tener presente que con sólo una parte de esa suma se asegurarían proteínas para siempre a todos los niños chilenos. Respecto a las sumas que hoy extrae el capital extranjero podemos afirmar –como lo hiciera Allende– que se podría asegurar por muchos años una educación apropiada para todos los niños de Chile. Lo grave es que esto no sólo ocurre con el cobre, sino también con el agua, el suelo, y todos los recursos pesqueros y forestales de que dispone el país para su desarrollo.

En ese entonces como hoy con Allende podemos afirmar que “Chile es también un país cuya economía sigue enajenada a empresas capitalistas extranjeras…; un país con una economía extremadamente sensible ante la coyuntura externa, donde millones de personas han sido forzadas a vivir en condiciones de explotación y miseria, de cesantía abierta o disfrazada”.

A tanto ha llegado el retroceso de Chile en casi todos los aspectos que hoy ni siquiera siguen siendo validas las conclusiones de Allende, cuando se refería al pueblo chileno como políticamente maduro. Hoy es todo lo contrario, ya que como pueblo, exhibimos una inmadurez política mayúscula que impide por falta de práctica, capacidad reflexiva, desidia, flojera y hasta mediocridad superior, una participación activa y decidida para hacer frente a los saqueos, robos y todo tipo de abusos de que somos víctimas.

La trágica actualidad de ese ovacionado discurso de Allende, se extiende también a las consecuencias que él anunciara como resultado del proceso de globalización y que hoy se hacen cada día más evidentes, cuando sostenía que las perspectivas para Chile, como para tantos otros países del Tercer Mundo, no eran más que estar condenados a excluir de las posibilidades de progreso, bienestar y liberación social a más y más millones de personas, relegándolas a una vida infrahumana.

Así y todo, confiamos tanto como Allende en que los grandes valores de la Humanidad tendrán que prevalecer y no podrán ser destruidos.

* Economista y Director de Arena Pública, Plataforma de Opinión de Universidad de Artes y Ciencias Sociales ARCIS-CHILE.


Cuarta Reflexión
Paradojas de la dictadura y democracia chilena

Eduardo Hurtado*


Las clases en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile tenían mucho de paradojal. Mientras en sus aulas se leían textos sobre la libertad de prensa, el terror se expandía y se respiraba en cada una de sus instalaciones. La escuela reabierta en septiembre de 1974, un año después del golpe de estado, representaba la realidad que se vivía en todas las universidades públicas intervenidas por los golpistas.

Les había bastado un año para clausurar aquellas instituciones académicas de mayor prestigio intelectual. Sobre todo, las que históricamente habían representado los pensamientos más progresistas en Latinoamérica, y cuna de académicos de todo el mundo que llegaban a sus claustros a enseñar.

Periodismo no había sido la excepción. Por eso que las expulsiones masivas de académicos y alumnos de pensamiento de izquierda, en sus más variadas definiciones y doctrinas, tanto chilenos y extranjeros, había dejado a esos institutos acéfalos de sus mejores docentes y tan sólo habían logrado sobrevivir aquellos de menor relevancia. El miedo era cosa viva. Extraños personajes, muchos de ellos haciéndose pasar por alumnos que nadie reconocía como tales, se sentaban en las clases a observar al alumnado y grabar las opiniones que pudieran entregar en clases. El plantel de servicio y aseo también lo componían extraños individuos que ingresaban incluso a los baños de hombres y mujeres, revisando los muros para ver si había rayados contra la dictadura.

Pero, sin duda, la parte peor, era el miedo que invadía a la comunidad universitaria, luego que en varias oportunidades agentes de los servicios de seguridad –DINA de Pinochet–, ingresaban a clases y en presencia de todos detenían a los estudiantes y a veces también a profesores. Algunos de ellos integran hasta hoy las listas de detenidos desaparecidos o debieron marchar al exilio, luego de largas condenas en los campos de concentración del régimen.

Todos estos hechos no sólo no podían ser denunciados a través de los propios canales universitarios, sino que los medios de comunicación de la época los ignoraban completamente. “Autocensura”, era la palabra preferida entonces y que no significaba otra cosa que aquel que osara cualquier disenso en público, inexorablemente, terminaría en las mazmorras de la dictadura en calidad de preso político o asesinado. Por eso, era frecuente ver en los diarios murales de las escuelas o en los informativos centrales, únicamente noticias relativas a los torneos de fútbol interfacultades, o más triviales como saludos de cumpleaños, ventas de bicicletas o cosas así.

Así la libertad de prensa se proclamaba en los textos que se leían en las casas, al tiempo, que se ignoraba completamente la realidad. Ningún trabajo de investigación en periodismo, podía referirse a la realidad chilena. Lo común era investigar historias de Etiopía con Haile Selassie, o el conflicto árabe israelí desde una perspectiva pro estadounidense, etc.

A lo anterior había que agregar un clima altamente represivo en el Instituto Pedagógico –lugar donde estaba Periodismo y las escuelas de Sociología, Sicología, Antropología y todas las pedagogías– con reglas que prohibían que más de 3 personas anduvieran juntas por los arbolados patios, porque podía entenderse como una manifestación opositora.

Lo mismo para comer en los casinos. No se debían poner libros sobre la mesa a fuerza de ser considerado un acto subversivo por si alguien osaba dejar subrepticiamente panfletos o volantes denunciando las atrocidades de la dictadura. Agentes vestidos de civil vigilaban las instalaciones y era frecuente que ante cualquier sospecha se abalanzaran sobre el estudiante, lo patearan y tiraran al suelo, le trajinaran la ropa y la mochila. Era frecuente y común ver esas escenas en los patios. Nadie se detenía a observarlas. Estaba prohibido. Había además otras normas como que ninguna clase podía impartirse pasadas las 16 horas. Tras ello el campus universitario quedaba completamente clausurado y con vigilancia militar.

De ayer a hoy...

Hoy, 35 años después, en que aún se recuerdan estos hechos con escalofríos y espanto por parte de quienes los vivieron, los avances políticos en Chile si bien han sido importantes, aún subsisten contradicciones atentatorias a cualquier sociedad que quiera definirse como democrática. A pesar del tiempo transcurrido, Chile sigue siendo un país de grandes paradojas.

Como por ejemplo la libertad de prensa. Si durante la dictadura la censura y represión a la prensa parte esencial del modelo de dominación, hoy las circunstancias en cuanto a diversidad de pensamiento, pluralidad y el derecho a acceder libremente a la información, no son tanto más diferentes.

El modelo neoliberal impuesto desde la dictadura, de alta concentración económica y que se mantiene vigente en sus bases principales, ha permitido que subsistan a nivel de la prensa escrita dos duopolios de clara tendencia derechista y que durante la dictadura fueran afines al régimen de Pinochet.

Si bien es cierto no hay impedimentos legales para crear nuevos medios de comunicación, la gran mayoría de aquellos que han surgido en estos 18 años de democracia, han tenido corta vida.

Todos han sido estrangulados económicamente y, lo más paradojal, es que los propios gobiernos concertacionistas, que anualmente gastan alrededor de US$60 millones en publicidad estatal, principalmente la canalizan hacia estos dos duopolios. El Mercurio y La Tercera, que son estas empresas periodísticas, tienen un maná de recursos prácticamente garantizados por el estado y sus empresas públicas.

La situación no es diferente en la televisión, los canales públicos son un eufemismo con el criterio que deben autofinanciarse, así como en la radio, donde se han creado glandes conglomerados empresariales. Ellos no sólo controlan y vetan la información que no sea acorde a sus intereses económicos y políticos, sino además segregan aquellas noticias que contradicen los parámetros culturales que hoy dominan a la sociedad chilena, como el individualismo y el farandulismo y la banalización, con prescindencia en los grandes temas país que tengan relación con su cultura, las artes, sus pueblos originarios, etc.

Chile, es hoy una sociedad acrítica, incapaz de cuestionarse su realidad y que exhibe el triste récord de estar entre las diez sociedades del mundo con mayor desigualdad en los ingresos, según cifras y estudios de diversos organismos internacionales –incluido el Banco Mundial–. Se habla de los éxitos económicos, pero no se menciona la pobreza en sus más variadas expresiones y donde la delincuencia juvenil ha tenido un crecimiento gigantesco.

Se habla de los elevados ingresos de su población en relación a sus vecinos, pero no se menciona lo escuálidos ingresos que reciben los quintiles más pobres de la sociedad y la falta de oportunidades. Se sostiene que hay la libertad de emprender, pero todos aquellos que han intentado nuevos medios de comunicación alternativos, sucumben ante el complot de las grandes empresas matriculadas con su publicidad solamente con los medios que les son afines sumadas a la complicidad de los gobiernos concertacionistas, que optaron por el entendimiento con la derecha.

Es así como opiniones disidentes de grupos ambientalistas y políticos que se oponen a la construcción de grandes represas hidroeléctricas en la zona de Aysén, –que significará un desastre ecológico y medioambiental de una de las grandes bioreservas naturales de la Tierra en la Patagonia chilena– están casi completamente vedadas. La trasnacional Endesa de España, de los grandes avisadores publicitarios en Chile a través de sus empresas relacionadas, se encuentra cerca de lograr sus objetivos con la complicidad de los medios que fueron afines a la dictadura y que habitualmente bloquean cualquier disenso o las muestran reducidas a su mínima expresión.

Al igual que la trasnacional minera canadiense Barrick, que con su proyecto Pascua Lama en la zona norte de Chile, también está a punto de concretar la destrucción de uno de los más antiguos glaciares del mundo y arrasar de paso con una de las culturas precolombinas más antiguas como son los diaguitas.

El bloqueo informativo alcanza también a la región de la Araucanía, donde el sufrido pueblo mapuche subsiste cercado en sus comunidades por los grandes conglomerados forestales, que durante la dictadura se apropiaron de miles de hectáreas de esta etnia, que hoy lucha por su recuperación. Todas las manifestaciones y rebeliones de este pueblo a los abusos de las compañías son presentadas en la prensa oficial como propias de insurrectos y subversivos, negando cualquier reconocimiento a que se trata de la comunidad más pobre de Chile, segregada y atomizada, desde la época de la conquista española y a la que los sucesivos gobiernos chilenos le desconocieron todos sus tratados.

Los 35 años transcurridos desde el golpe militar de 1973, han marcado ya a varias generaciones de chilenos. Una de esas marcas es la dificultad de vivir en una nación donde todos los ciudadanos libremente puedan optar por medios de comunicación plurales y diversos. Una gran tarea por delante.

*Periodista.

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