A MI MAESTRO, CON CARIÑO
Mauricio Otero A. |
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La sensibilidad de un auténtico poeta se puede distinguir de muy niño. La sociedad arranca al poeta del niño, al transformarlo para la vida adulta. Lo arroja del paraíso, al que siempre quiere regresar. Esta es la paradoja. El amor y pasión del arte al que me he entregado. Apenas tuve la percepción del entorno y comencé a adquirir conciencia, mi padre, Sergio Otero, escritor de literatura infantil, que era transmitida en las radios donde trabajaba, se me apareció como un artífice mágico. Siendo yo un infante, acudía a visitarle a su oficina, en el centro de la ciudad, donde él tecleaba en su antigua máquina de escribir Underwood, de caja negra, completamente metálica, sin parar días enteros, todas las jornadas, incluso feriados. Llegaba de la mano de mi madre -que con el transcurso de los años también se dedicó a la escritura- y no podía resistir la verdadera magia de ese acto: me montaba sobre las piernas de mi padre, y él, haciendo el milagro de escribir mientras yo le "ensuciaba" sus cuentos y libretos, al pulsar una que otra letra al azar. No entendía lo que estaba allí escrito y me fascinaba, porque estaba conciente de que eran los relatos que luego escucharía por la radio. Luego, desde los seis años, leía esos libretos, encantado. Siempre he admirado a mi progenitor, con devoción, habiendo sido mi primer maestro, quien decidió mi destino junto a mi predisposición de carácter. Por eso digo que había sensibilidad por lo bello. Escuchar sus radioteatros y cuyo nombre era repetido al comenzar como al terminar el programa: "Original de Sergio Otero Soto", era una gran alegría para nosotros y sobre todo para mí. ¡Oh cuánto me ennoblecía escuchar su nombre y más, cuando lo oía por la radio, que nos parecía sonaba casi desconocido, transformado por el micrófono y las ondas. Era un ritual pleno de caballerosidad y entrega a los demás. Quiero detenerme necesariamente para señalar las dotes de servidor público de mi progenitor, de hidalguía, sin recibir nada a cambio por ello. Él hacía siempre campañas benéficas por la radio, como 'Ningún niño pobre sin regalo'. Era un hombre orquesta, un factotum; planificaba, animaba esos espectáculos y repartía ayudas. Yo lo veía, lo escuchaba. Durante su vida en la radio, durante más de 50 años de carrera, con muchos programas. "El tío Pinocho" (que con mi tío Francisco Otero, daban los libretos a un animador, en alusión al personaje de la literatura homónima) y que perduró por muchos años en Osorno. Cuando falleció el señor Larrea, en 1967, mi padre despidió sus restos, fue como enterrar a uno de sus personajes. Recuerdo la obra radial 'Dios y la humanidad', que hacía llorar a la gente de fe. Indudablemente mi padre leía mucho. Me habló del poeta niño Rimbaud. De modo que con sano orgullo hoy vamos a acompañarlo en el lanzamiento de su libro de cuentos "El niño en la ribera". |
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Pedro Saavedra -