CRONICA DE VIAJE AL MANTO DE LARES
CRÓNICA DE VIAJE AL MANTO DE LARES
por Roxana Cuba
Fuente: http://roxanacuba.netfirms.com
(Visíta la web de Roxana para ver las fotos)
Viaje al pasado largamente esperado para visitar este sitio donde sobreviven pinturas rupestres. ¿Qué antiguas son?, pues nadie lo sabe con precisión. Partimos de Cusco a las 9.30 de la mañana en dos camionetas 4 X 4. Esta vez fuimos cinco en el grupo. Nuestro guía Rainer Hostnig un simpatiquísimo austríaco, ingeniero agrónomo de profesión pero un apasionado por el arte rupestre, esa pasión por la cual uno está dispuesto a vivir y a morir, literalmente, ya se enteraran porque lo digo. Ha publicado un libro sobre este tema, donde figuran pinturas rupestres y petroglifos de diversas zonas del Perú, además de haber organizado del I Simposio Nacional de Arte Rupestre llevado a cabo en Cusco en el 2004.
El trayecto hermosísimo, porque estamos en época de lluvias y el paisaje se colorea con todos los tipos de verdes que pueda desear un pintor en su paleta, caídas de agua cristalinamente heladas, imponentes nevados y abras de 4,600 m.s.n.m. Breve parada en Accha Alta, una comunidad de altura de tejedores, lugar inhóspito por el frío cortante y la vida dura de sus habitantes. Seguimos viaje hasta el pueblo de Lares, almorzamos en un restoran de la plaza en el que se demoraron tres horas en servirnos. La cervecita "al tiempo" entretuvo la espera, trucha con papas fritas y arroz, (arroz y fideos omnipresentes en la dieta desde los tiempos de Fujimori, caridades gubernamentales para beneficio de los Romero de siempre). Como muchos pueblos de la serranía y demás no guardan armonía con la bella geografía que los circunda, el actual hombre andino traicionando su herencia impone una arquitectura "moderna" que niega el milenario concepto de hombre-paisaje. Próxima parada los baños termales de Lares, habíamos pensado acampar ahí para darnos un saludable baño, pero informaciones recibidas por nuestro guía el día anterior nos hicieron desistir porque personas amigas habían contraído una infección renal por meterse en esas pozas.
Poco antes de llegar al lugar donde pasaríamos la noche, visitamos el pueblo de Choquecancha, donde hay restos arqueológicos incas, un enorme muro con muchas hornacinas, no está en buen estado y el pueblo es tristísimamente pobre. La vegetación es ceja de montaña, frondosa y espectacular. Tutelados, por enormes macizos bajan los ríos Lares y Amparaes que se unen para formar el caudaloso río Yanatile. Acampamos en un recodo del camino acompañados de una persistente llovizna. Teníamos al frente el Manto, la montaña donde estan las pinturas rupestres más importantes de la zona y una altísima cascada. Todavía con luz armamos rápidamente las carpas, comimos algo ligero y nos reunimos en la más grande para charlar un rato y dejar pasar un poco de tiempo antes de ir a dormir. La charla estuvo aderezada con cuentos de terror de campistas asesinados, robados y accidentados, esos que solemos recordar para ponerle un poco de emoción a nuestro aletargamiento urbano.
La preocupación constante del grupo era la posible lluvia que frustrara la excursión del día siguiente, pues por donde teníamos que ir era una escarpada y afilada subida. El cielo estrellado auguraba un amanecer soleado. Sin embargo llovió toda la noche, el agua entró a nuestra carpa por estar inadecuadamente armada y mojó todo, mochilas, ropa, botines, sleepings, pilas de cámara, en fin un pequeño desastre. Pues bien amanecimos con harta lluvia, la salida había estado programada para las seis de la mañana, lo cual no fue posible. Entretuvimos la espera con un desayuno bastante magro y la esperanza de que deje de llover. Se nos hizo, soleó un poco y nos lanzamos a la aventura. La primera visita fue una subida bastante tranquila, a pesar de que los Indiana Jones del grupo, Rainer y Mario, machete en mano, habrían camino por la tupida vegetación. Llegamos a las enormes piedras donde se encuentran las pinturas rupestres, mi primera exclamación fue ¡existían, era verdad!. Hombres, auquénidos y símbolos geométricos eran las representaciones en rojos y amarillos ocres, lo que fue una constante en todas ellas. Se suscitaron las preguntas de siempre, ¿que representaban, porque los hacían en lugares tan inaccesibles? y por supuesto las fotografías de rigor para registrar ese mágico e inolvidable momento. Subimos a las camionetas listos a partir y me dí cuenta que se me había caído una de las tarjetas de mi cámara digital, los IJ solidariamente subieron nuevamente para rescatarla, cosa que agradezco infinitamente.
Segunda visita, un ascenso parecido al anterior pero más largo, el camino muy barroso, muchas flores, orquídeas entre ellas, generosos helechos, arbustos, árboles, cactus y mucho, mucho musgo. Todas las formaciones rocosas que escogieron para realizar las pinturas tienen como una especie de saliente que funciona como protección de las mismas, claro que en este caso sirve de muy poco porque por esas gigantescas piedras verticales chorrea agua que está dañando seriamente estos testimonios de aquellos hombres que dejaron su huella para legarnos un mensaje todavía indescifrado. Inconcebiblemente el INC no le da ninguna importancia, decide, según informaciones de gente que trabaja en esa institución, destinar el 80% del presupuesto a restaurar iglesias, que por lo demás gracias a la ley que promovió Rey lo recaudado por las visitas a éstas pasan inmediatamente a las arcas de los curas por "derecho de conquista". Aquí apreciamos hombres con lo que parecieran unkus, por lo que se presume que son del tiempo de los incas, algunos con diseños geométricos complejos los brazos extendidos y tocados singulares, una representación del sol, conjuntos de auquénidos, filas de hombres tomados de la mano, cruces andinas y círculos concéntricos.
Nos acercamos al relato cumbre de esta pequeña gran expedición. Visita al lugar principal, el Manto. Cuando Rainer nos indicó el camino por el que teníamos que subir pensamos que era una broma porque simplemente no había camino, trepamos como pudimos con la idea sugerida por él que era solo ese trecho y que después hallaríamos un sendero demarcado, pues no, todo el trayecto fue así, abriendo trocha con los machetes, agarrándonos de lo que podíamos, por el tipo de vegetación ya detallada y lo deleznable del suelo no había piedra o planta que resistiera nuestra necesidad de agarre para impulsar la subida. El esforzado ascenso duró varias horas, con la consigna de no mirar atrás para evitar que el vacío nos jalara. Nuestro apasionado y preocupado guía juraba que hacía dos años había recorrido ese sitio con treinta personas y existía un camino que en algún momento encontraríamos, jamás lo hallamos. La verdad que personalmente estaba adrenalínicamente disfrutando mucho, pero a mis compañeros no se les veía muy felices. Sin embargo el riesgo valió la pena, cosa que celebramos todos. De alguna manera, en esos casos límite surgen nuestros mejores recursos que nos obliga a sobreponernos y cuidar unos de otros. Fueron dos paradas en el Manto, en uno teníamos la altísima catarata que veíamos desde donde acampamos al mismo nivel, era una saliente de rocas realmente espectacular. Vimos hombres con tocados y vestimenta parecidos a los anteriores con los brazos recogidos y las manos abiertas, auquénidos en grupos, también símbolos geométricos, serpientes y soles, allí encontramos los restos de lo que puede haber sido un pago a la tierra: una concha de abanico y trozos de cerámica. En el segundo sitio el dibujo de los auquénidos era más geométrico, organizados en grupos también, así como imágenes de otorongos enfrentándose.
Como todo el tiempo el cielo nos amenazaba con abrir sus compuertas decidimos no detenernos mucho más, la bajada fue menos penosa pero igual de resbalosa que aprovechábamos, cuando podíamos, para deslizarnos como en los toboganes, a veces nos hundíamos hasta los muslos en huecos que no veíamos porque todo estaba cubierto con miles de hojas, en los cientos de bichos que deben habitar esos lares, mejor ni pensábamos. Bien llegamos hasta la carretera, apretones de manos y abrazos. Regresamos por la vía de Amparaes, pueblo donde cominos el menú de la tarde, sopa de fideos y locro a la arequipeña. Llegamos a Cusco de noche, estábamos algo golpeados, arañados, cansados y barrosos pero llenos de imágenes y vivencias inolvidables. ¡Gracias Rainer!.
Roxana Cuba
Enero del 2006
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