Falleció General (R) FACH Sergio Poblete en Lieja, Bélgica
http://es.wikipedia.org/wiki/Cecilia_Magni
Cecilia Magni Camino (*24 de febrero de 1956 – † 28 de octubre de 1988), más conocida como la "comandante Tamara" fue una combatiente chilena integrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
Nació en Chile en un hogar de clase media alta y realizó su educación básica y media en exclusivos colegios de Santiago, entre ellos el Grange School.
Ya graduada, a comienzos de los año 1980, y cuando estudiaba sociología en la Universidad de Chile, comenzó a identificarse con la lucha de los opositores al régimen militar de Augusto Pinochet, formando parte de numerosas manifestaciones estudiantiles.
En esa etapa de su vida decidió integrarse a las filas del FPMR con la convicción de que "La lucha es la única forma realista y válida de cambiar el rumbo del país". A poco de integrarse, un compañero frentista decidió bautizarla como "Tamara", en recuerdo a la revolucionaria argentina Tamara Bunke.
Desde entonces su vida comenzó a transcurrir entre la legalidad y la clandestinidad. Con el correr del tiempo y pese a su juventud, “Tamara” logró un vertiginoso ascenso al interior de la estructura frentista, destacando como la única mujer que llegó a ocupar puestos de mando en la cerrada cúpula del FPMR y más aún, a ostentar el grado de “comandante”.
Su trabajo se centró entre Santiago de Chile y Rancagua, ciudades donde la “comandante Tamara” se dedicó a reclutar nuevos militantes para la organización y a su vez, brindar apoyo logístico a los incipientes grupos de combate creados en esas zonas.
Con toda esta experiencia la “comandante Tamara” recibió a mediados de 1986 la responsabilidad de comandar una de las acciones más arriesgadas que hasta entonces emprendía el FPMR; el atentado contra Augusto Pinochet, también conocida como la “Operación Siglo XX”. En esta misión “Tamara” actuó como brazo derecho de José Joaquín Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto”, máximo jefe del atentado.
Su trabajo fue proporcionar la base operativa y los vehículos que se ocuparían en la acción. Junto a otro frentista, César Bunster, arrendó una casa y tres vehículos, además de coordinar el traslado del armamento que se utilizaría en la emboscada. Su parte en la operación fue cumplida con cero falta.
Pese a ello el FPMR determinó a última hora que no participaría directamente como fusilera en la operación, ante la alta probabilidad de que los combatientes no salieran de allí con vida, su experiencia en las tareas logísticas posteriores era indispensable.
Tras el ataque solo se volvió a saber de ella en 1988, en el inicio de la Guerra Patriótica Nacional. En octubre de ese año la “comandante Tamara” encabezó junto a su pareja y principal comandante del FPMR, Raúl Pellegrin Friedmann, la toma del poblado de Los Queñes en la VII Región del Maule.
En días posteriores a la operación, parte importante del grupo fue capturado por Carabineros que peinaban la zona. El 28 de octubre de 1988 el cuerpo de Cecilia Magni fue encontrado flotando sin vida en las aguas del río Tinguiririca, con inequívocas señales de tortura.
Según los informes de autopsia su cadáver presentaba lesiones contusas y huellas de aplicación de electricidad. La investigación judicial sobre su muerte se ha prolongado sin éxito hasta la actualidad.
Desde Suecia me escribe Oscar Gutiérrez, un viejo allendista, exilado, defensor y activista de los Derechos Humanos. Hace un mes me avisó que de este año no pasará. El cáncer ha hecho metástasis y el fin está próximo, pero Oscar sigue luchando contra las injusticias, escribiendo y reenviando correos. Hace poco hizo un gran esfuerzo y asistió a un evento político en el pueblo de Suecia donde vive. Hizo fotos y envió los comentarios a sus direcciones y listas de correo.
Hoy me ha enviado estas líneas:
Estimado amigo Máximo:
Tus palabras no sólo me estimulan, sino que me dan fuerzas para llevar adelante esta pequeña lucha personal. Te digo pequeña, porque mirando al mundo y la injusticia del sistema que lo rige, lo mío es absolutamente insignificante.
En estos momentos sólo basta con echar una mirada a las fronteras de Sudán, donde a diario mueren miles -fundamentalmente niños- por el hambre.
La corrupción de las élites partidarias llega a tal extremo, que hace posible el surgimiento de movimientos de masas espontáneos, como el de "Los Indignados".
En estos momentos no tengo otra alternativa que la de ser "conejillo de indias. He bajado unos 15 kg a pesar de mi buen apetito. Las metástasis me arrebatan gran parte de lo que consumo y de mis fuerzas. Sólo espero que no me falle mucho el estómago para seguir soportando la gran cantidad de calmantes que me administran. Morirse no es el problema; sí lo es, el morirse de a poco.
Con un fuerte abrazo/Oscar
Su carta me ha recordado a Carlos Bongcam, otro viejo socialista allendista exiliado en Suecia, escritor y hábil polemista. Escribió varios libros, entre ellos una colección de libros de enseñanza básica para niños sudamericanos, que el Gobierno sueco adoptó en sus planes de estudio; pero Ricardo Lagos, (cuando era Ministro del gobierno de Frei) hizo quemar los que gentilmente Bongcam donó a Chile. Carlos escribía libros, cultivaba rosas y defendía los Derechos Humanos en foros y listas de discusión, hasta su último día.
Dejó un testimonio en Memoria Viva: http://www.memoriaviva.com/testimonios/Testimonio_de_bongcam_wys.htm
Allí hace referencia a sus libros autobiográficos y novelados:
“Chile: Condenado a Muerte”, que se puede leer en: http://www.alipso.com/monografias/carlos_bongcam_wyss/
“Consejo de Guerra”, en pdf se puede bajar desde http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/bongmanc/bongmanc0002.pdf
Y la novela histórica “La ‘Guerra Privada’ del Capitán Fernández” que también está en pdf y se pude bajar desde http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/bongmanc/bongmanc0005.pdf
También la carta de Oscar me trajo a la memoria al poeta Sergio Mouat, carpintero, exiliado en Australia, gran viajero, vino al Perú a despedirse de sus amigos poetas y estuvo alojado en mi casa. Me dijo que estaba un poco mal del estómago. Eran los días en que se intentaba extraditar a Fujimori. Me acompañó a reuniones en la Coordinadora de Derechos Humanos y se comprometió a enviar correos a sus amistades en apoyo a la extradición y lo hizo. Lo notable es que al despedirse, de regreso a Australia, me dijo que no nos volveríamos a ver, que el cáncer estaba muy avanzado y que estaba sobrepasando el tiempo que le habían dado los médicos. Al mes de esa despedida falleció en Australia. El sitio web con sus poemas ha desaparecido y de Sergio sólo tengo el recuerdo.
Así es querido Oscar, otros se han ido antes y pronto les seguirnos los que vamos quedando. Seguiremos en la lucha por un mundo mejor, más justo, más solidario, más equitativo. No abandonaremos mientras estemos vivos. Con tu ejemplo seguiremos intentando abrir esas grandes alamedas. Y creo que podemos irnos tranquilos, aunque fracasemos. Los jóvenes, los estudiantes chilenos, esos a los que Violeta Parra les cantaba, “me gustan los estudiantes” han despertado y rugen como leones y nada ni nadie les detendrá.
Disfruta de su lucha en http://www.facebook.com/pages/FECH-Federaci%C3%B3n-de-Estudiantes-de-la-Universidad-de-Chile/129476138947?sk=wall&filter=1
Con mi cariño de siempre y mi respeto por tu valor
Máximo Kinast
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Gonzalo Rojas vuelve a la semilla, regresa al origen corriendo a la materna hondura.
Por Javier Gimeno
Gonzalo Rojas, poeta del zumbido, hacedor de la “casa del ser”, acaba de morir a los 93 años en la ciudad hostil donde nunca quiso vivir ni mucho menos morir, Santiago de Chile. Poeta del sur –el sur es el ser-, oriundo de Lebu, allá en la región del Bio Bio, cuya mina de carbón, Lota, y su Chiflón del Diablo, sumergida a más de 200 metros por debajo del suelo marino, es el símbolo del sacrificio y del trabajo duro y mortal.
“Nací en el mar, en una costa bien brava, la de Lebu, con la cueva del toro, que es un útero de mujer: pasa el mundo y estalla y resuena. El personaje central y único de mi ejercicio poético es el ritmo de ese socavón, que te permite respirar y asfixiarte al mismo tiempo. Aire y asfixia andan en el ejercicio mío”.
Del trabajo en la mina dejó constancia en el poema dedicado a su padre, minero:
Ahí viene el hombre, ahí viene / embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso / contra la explotación, muerto de hambre, allí viene / debajo de su poncho de Castilla. / Ah, minero inmortal, ésta es tu casa / de roble, que tú mismo construiste. Adelante: / te he venido a esperar, yo soy el séptimo / de tus hijos...
Gonzalo Rojas ha sido, es, el poeta del carbón pero también del mar inmenso que baña el país en toda su largura (No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, / porque el mar -por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja como inútil estiércol… );
de la sensualidad, (Muslo lo que toco, muslo / y pétalo de mujer el día, muslo / lo blanco de lo traslúcido…);
de la fascinación por el cuerpo femenino (… Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane /la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas, / único cielo que conozco, permíteme / recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas…),
de la voz (Oh voz, única voz: todo el hueco del mar, / todo el hueco del mar no bastaría, / todo el hueco del cielo, / toda la cavidad de la hermosura / no bastaría para contenerte),
del silencio, (…y supo / oír en el silencio de mi niñez el signo, /el Signo / sigiloso / sin decirme / nunca / nada… )
de la luz por oposición a la oscuridad (Palpitante, / no sé si como sangre o como nube / errante, / por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube, / oscuridad que baja, corriste, centelleante… ),
del tiempo (Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación / se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones / una semana más, los días van tan rápidos / al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro / y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas…);
del erotismo “traducido del gozo” (Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones, / te turbulentamente besara, / mi vergonzosa, en esos muslos / de individua blanca, tacara esos pies / para otro vuelo más aire que ese aire / felino de tu fragancia…),
del amor (¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué / es eso: ¿amor? ¿Quién es?...) que no es sino sexo puro, orgasmo “sagrado” (Hombre es baile, mujer / es igualmente baile, duran / 60, tiran / diez mil / noches, / echan 10 / hijos y en cuanto / al semen ella / se lava el corazón / con semen, huele a los hijos, / a su hombre remoto lo / huele con nariz caliente, ya difunto. / Con nariz de loca lo huele); de la muerte (… me voy a mi semilla, / porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas / y en el pobre gusano que soy, con mis semanas / y los meses gozosos que espero todavía…)
Aunque no creía en ella como habitualmente se entiende, Rojas es también el poeta de la vida eterna, entendida ésta no en su sentido religioso: “para mí la vida eterna es la mujer […] Yo no entiendo el mundo sin mujeres. Yo no creo en la vida eterna… Siempre estoy peleando porque haya una mujer al lado mío, no importa que perturbe”, decía el poeta en una de las entrevistas concedidas al periodista y escritor chileno Marcelo Mendoza en su libro de reciente aparición en Chile, Todos confesos.
Adversario declarado de Neruda –a quien calificaba de mala persona, sacacuentas y obsecuente, que no es de fe limpia y sana-, acaso por eso Gonzalo Rojas ha sido poeta poco conocido en su Chile natal, ni siquiera después de ser galardonado con los premios Reina Sofía (1992) o Cervantes (2003) y aun a pesar de haber recibido varios premios en su propio país, como el principal de todos, el Premio Nacional de Literatura y otros de enorme prestigio como el José Hernández o el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo.
Autor de numerosos libros de poemas, el primero fue autoeditado en 1948, La miseria del hombre. La mayoría de su obra ha sido publicada en el extranjero: Oscuro (Venezuela, 1977), Transtierro (España, 1978), Del relámpago (México, 1981), Materia de testamento (España, 1988), etc.
No sabemos si la historia de la literatura le colocará en el lugar que le corresponde, que ha de ser, sin duda ninguna, junto a Neruda y a Gabriela Mistral. Lo que sabemos es que su poesía será para siempre la gran hacedora de la palabra, la constructora de la casa del ser heideggeriana, como gustaba definirla el propio Rojas.
Puede que salvaran a millones de personas sacrificando sus vidas,
Enviado por: "Sudaka Topo" sudakatopo@yahoo.es sudakatopo
Es una de las historias más conocidas de nuestro tiempo: el día 26 de abril de 1986, el reactor nº 4 de la central nuclear de Chernobyl estalló durante el transcurso de una prueba de seguridad mal ejecutada, a consecuencia de 24 horas de manipulaciones insensatas y más de doscientas violaciones del Reglamento de Seguridad Nuclear de la Unión Soviética. Estas acciones condujeron al envenenamiento por xenón del núcleo, llevándolo a un embalamiento neutrónico seguido por una excursión de energía que culminó en dos grandes explosiones a las 01:24 de la madrugada.
Sobre Chernobyl se han contado muchas mentiras. Y las han contado todos, desde las autoridades Soviéticas de su tiempo hasta la industria nuclear occidental, pasando por los propagandistas de todos los signos y la colección de conspiranoicos habituales. Hay una de ellas que me molesta de modo particular, y es esa de que los liquidadores “el casi millón de personas que acudieron a encargarse del problema” eran una horda de pobres ignorantes llevados allí sin saber la clase de monstruo que tenían delante. Y me molesta porque constituye un desprecio a su heroísmo.
Y porque es radicalmente falso. Una turba ignorante no sirve para nada en un accidente tecnológico tan complejo. Los equipos de liquidadores estaban compuestos, sobre todo, por bomberos, científicos y especialistas de la industria nuclear; tropas terrestres y aéreas preparadas para la guerra atómica; e ingenieros de minas, geólogos y mineros del uranio, debido a su amplia experiencia en la manipulación de estas sustancias. Es necio suponer que esta clase de personas ignoraban los peligros de un reactor nuclear destripado cuyos contenidos ves brillar ante tus ojos en un enorme agujero.
Los liquidadores acudieron, sabían lo que tenían ante sí, y a pesar de ello realizaron su trabajo con enorme valor y responsabilidad. Cientos, miles de ellos, de manera heroica hasta el escalofrío. Los bomberos que se turnaban entre vómitos y diarreas radiológicas para subir al mítico tejado de Chernobyl, donde había más de 40.000 roentgens/hora, para apagar desde allí los incendios (la radiación ambiental normal son unos 20 microrroentgens/hora). Los pilotos que detenían sus helicópteros justo encima del reactor abierto y refulgente para vaciar sobre él los buckets de arena y arcilla con plomo y boro. Los técnicos y soldados que corrían a toda velocidad por las galerías devastadas cantándose a gritos las lecturas de los contadores Geiger y los cronómetros para romper paredes, restablecer conexiones y bloquear canalizaciones en turnos de cuarenta o sesenta segundos alrededor de la sala de turbinas (20.000 roentgens/hora). Los mineros e ingenieros que trabajaban en túneles subterráneos, inundándose constantemente con agua de siniestro brillo azul, para instalar las tuberías de un cambiador de calor que le robase algo de temperatura al núcleo fundido y radiante a escasos metros de distancia. Los miles de trabajadores y arquitectos que levantaban el sarcófago a su alrededor, retiraban del entorno los escombros furiosamente radioactivos y evacuaban a la población. Salvo a los soldados, sometidos a disciplina militar, a nadie se le prohibía coger el petate e irse si no quería seguir allí; casi nadie lo hizo. Es ñ: muchos de ellos llegaron como voluntarios desde toda la URSS, especialmente muchos estudiantes y posgraduados de las facultades de física e ingeniería nuclear. Esta fue la clase de hombres y no pocas mujeres que algunos creen o quieren creer una turba ignorante y patética. Esto fueron los liquidadores.
Un helicóptero Mi-8 toca los cables de una grúa utilizada en la construcción del sarcófago y cae mientras intenta descargar arena con boro sobre el reactor abierto, el 2 de octubre. Las operaciones de liquidación se extendieron durante más de un año.
Les llamaban, y se llamaban a sí mismos, los bio-robots, que seguían funcionando cuando el acero cedía y las máquinas fallaban. No lo hicieron por el dinero, ni por la fama, de lo que tuvieron bien poco. Lo hicieron por responsabilidad, por humanidad y porque alguien tenía que hacer el maldito trabajo. Hoy quiero hablar de tres de ellos, que hicieron algo aún más extraordinario en un lugar donde el heroísmo era cosa corriente. Por eso, sólo se me ocurre denominarlos los tres superhéroes de Chernobyl.
El monstruo del agua que brilla en azul.
Lo único que hay de cierto en estas suposiciones sobre la ignorancia de los liquidadores es que, en las primeras horas, no sabían que había estallado el reactor. Pero no lo sabían porque nadie lo sa bía. La misma lógica errónea de los responsables de la instalación que provocó el accidente les hizo creer que había estallado el intercambiador de calor, no el reactor; y así lo informaron tanto al personal que acudía como a sus superiores. Hay una historia un tanto chusca sobre cómo los aviones que llevaban al lugar a destacados miembros de la Academia de Ciencias de la URSS se dieron la vuelta en el aire por órdenes del KGB cuando éste descubrió, a través de su equipo de protección de la central, que había explotado el reactor (además de sus atribuciones de espionaje por el que es tan conocido, el KGB "uniformado" desempeñaba en la Unión Soviética un papel muy parecido al de nuestra Guardia Civil, exceptuando tráfico pero incluyendo la seguridad de las instalaciones radiológicas).
En la mañana inmediatamente posterior al accidente, un helicóptero militar obtiene las primeras tomas de video donde se observa el reactor abierto y fundiéndose.
Debido a este motivo, en un primer momento se echaron sobre el agujero millones de litros de agua y nitrógeno líquido, con el propósito de mantener frío y proteger así el reactor que creÍan a salvo y sellado más allá de las llamas y el denso humo negro. Esto contribuyó a empeorar las consecuencias del siniestro, pues el agua se vaporizaba instantáneamente al tocar el núcleo fundido a más de 2.000 ºC; y salía disparada hacia la estratosfera en forma de grandes nubes de vapor que el viento arrastraría en todas direcciones.
De todos modos, tenía poco arreglo: era preciso apagar los enormes incendios. Cuando el fuego quedó extinguido por fin, no sólo había pasado la contaminación al aire, sino que ahora tenían una gran cantidad de agua acumulada en las piscinas de seguridad bajo el reactor. Estas piscinas de seguridad, conocidas como piscinas de burbujas, se hallaban en dos niveles inferiores y tenían por función contener agua por si fuese preciso enfriar de emergencia el reactor. También servían para condensar vapor y reducir la presión en caso de que se rompiera alguna tubería del circuito primario (de ahí su nombre), junto a un tercer nivel que actuaba de conducción, inmediatamente debajo del reactor. Así, en caso de ruptura de alguna canalización, el vapor se vería obligado a circular por este nivel de conducción y escapar a través de una capa de agua, lo que reduciría su peligrosidad.
Ahora, después de la aniquilación, estas piscinas inferiores estaban llenas a rebosar con agua procedente de las tuberías reventadas del circuito primario y de la utilizada por los bomberos para apagar el incendio y en el vano intento de mantener frío el reactor. Y sobre ellas se encontraba el reactor abierto, fundiéndose lentamente en forma de lava de corio a 1.660 ºC. En cualquier momento podían empezar a caer grandes goterones de esta lava poderosamente radioactiva, o incluso el conjunto completo, provocando así una o varias explosiones de vapor que proyectasen a la atmósfera cientos de toneladas de este corio. Eso habría multiplicado a gran escala la contaminación provocada por el accidente, destruyendo el lugar y afectando gravemente a toda Europa. Además, la mezcla de agua y corio radioactivos escaparían y se infiltrarían al subsuelo, contaminando las aguas subterráneas y poniendo en grave peligro el suministro a la cercana ciudad de Kiev, con dos millones y medio de habitantes, en una especie de síndrome de China.
Se tomó, pues, la decisión de vaciar estas piscinas de manera controlada. En condiciones normales, esto habría sido una tarea fácil: bastaba con abrir sus esclusas mediante una sencilla orden al ordenador SKALA que gestionaba la central, y el agua fluiría con seguridad a un reservorio exterior. Pero con los sistemas de control electrónico destruidos, esto no resultaba posible. De hecho, la única manera de hacerlo ahora era actuando manualmente las válvulas. El problema es que las válvulas estaban bajo el agua, dentro de la piscina, cerca del fondo lleno de escombros altamente radioactivos que la hacían brillar tenuemente en color azul por radiación de Cherenkov. Justo debajo del reactor que se fundía, emitiendo un siniestro brillo rojizo.
Así pues, como las máquinas ya no podían, era trabajo para los bio-robots.
Alguien tendría que caminar, un paso detrás del otro, hacia el reactor reventado y ardiente a lo largo de un grisáceo campo de destrucción donde la radioactividad era tan intensa que provocaba un sabor metálico en la boca, confusión en la cabeza y como agujas en la piel. Viendo cómo tus manos se broncean por segundos, como después de semanas bajo el sol. Y luego sumergirse en el agua oleaginosa y de brillo tenuemente azul, con el inestable monstruo radioactivo encima de las cabezas, para abrir las válvulas a mano: una operación difícil y peligrosa incluso en circunstancias normales.
Ese era un viaje sólo de ida.
Al parecer, la decisión sobre quién lo haría se tomó de manera muy simple; con aquella vieja frase que, a lo largo de la historia de la humanidad, siempre bastó a los héroes:
“Yo iré”.
Los tres hombres que fueron.
Los dos primeros en ofrecerse voluntarios fueron Alexei Ananenko y Valeriy Bezpalov. Alexei Ananenko era un prestigioso tecnólogo de la industria nuclear Soviética, que había participado extensivamente en el desarrollo y construcción del complejo electronuclear de Chernobyl: cooperó en el diseñoo de las esclusas y sabía dónde estaban ubicadas exactamente las válvulas. Casado, tenía un hijo. Valeriy Bezpalov era uno de los ingenieros que trabajaban en la central, ocupando un puesto de responsabilidad en el departamento de explotación. Estaba también casado, con una niña y dos niños de corta edad.
Los dos eran ingenieros nucleares. Los dos comprendían más allá de toda duda que se disponían a caminar de cara hacia la muerte.
Mientras se ponían sus trajes de submarinismo sentados en un banco, observaron que necesitarían un ayudante para sujetarles la lámpara subacuática desde el borde de la piscina mientras ellos trabajaban en las profundidades. Y miraron a los ojos a los hombres que tenían alrededor. Entonces uno de ellos, un joven trabajador de la central sin familia llamado Boris Baranov, se alzó de hombros y dijo aquella otra frase que casi siempre ha seguido a la anterior:
“Yo iré con vosotros”.
Era media mañana cuando los héroes Alexei Ananenko, Valeriy Bezpalov y Boris Baranov se tomaron un chupito de vodka para darse valor, agarraron las cajas de herramientas y echaron a andar hacia la lava radioactiva en que se había convertido el reactor número 4 del complejo electronuclear de Chernobyl. Así, sin más.
Ante los ojos encogidos de quienes quedaron atrás, los tres camaradas caminaron los mil doscientos metros que había hasta el nivel 0,5, dicen que conversando apaciblemente entre sí. Qué tal, cuánto tiempo sin verte, qué tal tus hijos, a ti no te conocía, chaval, yo es que no soy de por aquí. O parece que hoy vamos a trabajar un poco juntos, igual podemos acceder mejor por ahí, yo voy a la válvula de la derecha y tú a la de la izquierda, tú ilumínanos desde allá, parece que va a llover, ¿no?, e incluso está bien buena la secretaria del ingeniero Kornilov, ¿eh?, ya lo creo, menudo meneo le arrearía, pues me parece que este año el Dinamo de Moscú no gana la liga. Esas cosas de las que hablan los bio-robots mientras ven cómo su piel se oscurece lentamente, se les va un poquito la cabeza debido a la ionización de las neuronas y la boca les sabe a uranio cada vez más, conteniendo la náusea, sacudiéndose incómodamente porque es como si un millón de duendes maléficos te estuvieran clavando agujas en la piel. Cinco mil roentgens/hora, llaman a eso.
Y bajo aquel cielo gris y los restos fulgurantes de un reactor nuclear, los héroes Alexei Ananenko y Valeriy Bezpalov se sumergieron en la piscina de burbujas del nivel 0,5, con una radioactividad tan sólida que se podía sentir, mientras su camarada Boris Baranov les sujetaba la lámpara subacuática. Ésta estaba dañada y falló poco después. Desde el exterior, ya nadie les oía ni les veía.
Pero, de pronto, las esclusas comenzaron a abrirse, y un millón de metros cúbicos de agua radioactiva escaparon en dirección al reservorio seguro preparado a tal efecto. Lo habían logrado. Alguien murmuró que los héroes Ananenko, Bezpalov y Baranov acababan de salvar a Europa. Resulta difícil determinar hasta qué punto tenía razón.
Hay versiones contradictorias sobre lo que sucedió después. La más tradicional dice que jamás regresaron, y siguen sepultados allí. La más probable asegura que llegaron a salir de la piscina y celebrar su victoria riendo y abrazándose a los mismísimos pies del monstruo, en el borde de la piscina; e incluso lograron regresar sus cuerpos, aunque no sus vidas. Murieron poco después, de síndrome radioactivo extremo, en hospitales de Kiev y Moscú. Aún otra m+as, que se me antoja casi imposible, sugiere que Ananenko y Bezpalov perecieron, pero el joven trabajador Baranov pudo sobrevivir y anda o anduvo un tiempo por ahí.
Esta es la historia de Alexei Ananenko, Valeriy Bezpalov y Boris Baranov, los tres superhéroes de Chernobyl, de quienes se dice que salvaron a Europa o al menos a algún que otro millón de personas en miles de kilómetros a la redonda un frío día de abril. Fueron a la muerte conscientemente, deliberadamente, por responsabilidad y humanidad y sentido del honor, para que los demás pudiésemos vivir. Cuando alguien piense que este género humano nuestro no tiene salvación, siempre puede recordar a hombres como estos y otros cientos o miles por el estilo que también estuvieron por allí. No circulan fotos de ellos, ni han hecho superproducciones de Hollywood, y hasta sus nombres son difíciles de encontrar. Pero hoy, veinticuatro años después, yo brindo en su recuerdo, me cuadro ante su memoria y les doy mil veces las gracias. Por ir.
El Sacrificio, de Wladimir Tcherkoff.
Lectura recomendada:
La verdad sobre Chernobyl, con prólogo del Premio Nobel Andrei Sakharov (1991), escrito por el ingeniero nuclear Grigory Medvédev, un profundo conocedor de este complejo electronuclear y de la política energética Soviética. Incluye un relato exhaustivo del accidente y haciendo honor a su tÍítulo, es el que menos mentiras cuenta según mi opinión. Seguramente por ese mismo motivo, es el más difícil de conseguir. En España lo editó Heptada con el ISBN 84-7892-049-8; está agotado, pero siempre se puede intentar una llamada. En inglés fue editado con el ISBN 1-85043-331-3 (Tauris & Co, Londres) y está disponible aquí.
De visualización necesaria:
El corazón de Chernobyl. Seguramente, el mejor documental que se ha filmado sobre las consecuencias humanas del desastre. Desde dentro; tan dentro que la directora de la ONG que lo presenta sufrió envenenamiento por cesio-137 durante la realización. Durísimo, pero absolutamente necesario. En inglés, disponible en YouTube: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4. Si te apetece colaborar con esta ONG, puedes hacerlo aquí.
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Publicado por Yuri.
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