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SALVIFICI DOLORIS

SALVIFICI DOLORIS

Escribe Luis Casado – 31/03/2013

 

 

Mi temprana elección del materialismo filosófico, y del hedonismo como forma de vida y objetivo deseable, me alejaron de la lectura de la Biblia y otras obras sacras. ¡No sabía lo que me perdía! Durante años ignoré, por ejemplo, los tremendos poderes del dolor y el sufrimiento.

 

Tantos que, temiendo que sus corderos se extraviasen en alguna forma de placer, goce, voluptuosidad o lujuria, el día de gracia del 11 de febrero de 1984 Su Santidad Juan Pablo II promulgó una Carta Apostólica, “Salvifici Doloris”, en la que llamó a descubrir el valor salvífico del sufrimiento. Como lo oyes.

 

Servidor, otras cosas no, pero a curioso no me gana nadie. De ahí que haya ido a examinar con un cuidado de entomólogo los poderes milagrosos del dolor y el sufrimiento. En una de esas, me dije, los torturadores de la DINA sólo querían facilitar la salvación de las almas impías, y su encomiable y penosa labor, tan injustamente denostada, debiese ser recompensada por algo más que la impunidad que les aseguró la Concertación.

 

De entrada el sufrimiento es redentor. Confieso que por un instante se me hizo la picha un lío: según el diccionario, “redentor” es lo que redime, y “redimir” es librar a alguien de un dolor. Es como un gato que se muerde la cola: un dolor que te libra de un sufrimiento... Mi imperdonable confusión se aclaró cuando leí que sufrimiento y dolor son una especie de tarjeta de débito, algo así como una Redcompra que permite pagar por nuestros pecados y alcanzar así “la salvación”, de dónde viene eso de “poder salvífico”.

 

Los documentos consultados me permitieron recordar una lección recibida en el Catecismo de mi niñez: “Las Sagradas Escrituras nos dicen que el sufrimiento es una consecuencia del pecado cometido por nuestros primeros padres. Antes de esto Adán y Eva vivían en un paraíso terrenal, sin sufrimiento, lucha o enfermedad”.

 

En mi muy modesta opinión hay que ser muy peras cocidas para cometer un pecado cuya justa pena es ser expulsado del lugar en que es fiesta de cumbiamba todos los días, algo así como el Alto Las Condes, pero gratis.

 

Mira que ir a conocer la diferencia entre el mal y el bien, sin saber que eso estaba mal. Y si Adán y Eva no sabían que eso estaba mal… y no sabían siquiera lo que era el mal y el bien… ¿cómo podían adivinar que conocer la diferencia entre el bien y el mal estaba mal? Lo claro es que no sólo estaba mal, sino que además era un pecado de la chingada, razón por la cual debemos sufrir para redimirnos y alcanzar la salvación. Dicho así resulta algo complicado y confuso, pero en estas materias no hay que detenerse en detallitos, ni jugarla ergotosa, que después pasa lo que pasa.

 

Tú y yo somos pecadores –sobre todo tú– y para qué decir el resto del personal, razón por la cual conviene someternos a sufrimientos y dolores en justa proporción a la magnitud de nuestras faltas, yerros, pecados, transgresiones, maldades y vicios ofensivos a la muy delicada epidermis del Creador, sujeto vengativo donde los hubiere, capaz de enviarte siete plagas (que según los eruditos fueron diez) por quítame allá estas pajas.

 

Lo cierto es que 17 millones de chilenos, consciente o inconscientemente, hemos pecado de puta madre, lo que nos ha hecho merecedores del retorno de una especie muy jodida de Salvifici Doloris, destinada, así dicen las Escrituras de la prensa obediente, a encabezar los destinos patrios en el sendero del dolor y el sufrimiento.

 

Con un propósito salvífico, qué duda cabe, pero doloroso, doloroso, las crisis de hemorroides son una alpargata al lado.

 

Moros y cristianos, que en esto no hay quién libre, parecen responder favorablemente a la invitación de la Virgen Santísima de Fátima: "Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que el deseara enviaros como reparación por los pecados con que Él es ofendido y por la conversión de los pecadores?"

 

Unos y otros se resignan a un “camino de la Cruz”, lo que parece probar mi teoría en el sentido que la pasión de Cristo no saldó las cuentas y conviene seguir pagando en moneda de dolor y sufrimiento, pero con cuentas de La Polar.

 

Con un dios así… cualquiera es ateo. “Reflexión impía muy propia de los infieles” me dirás tú, pero en el humilde lugar que ocupo en este sector de la Creación que se llama Chile, no veo ninguna razón para tragarme cuatro años más de gobierno de un enviado del FMI, bajo pretexto que una enviada de Dios debe ocupar la presidencia.

 

Sobre todo que por el momento sólo conocemos “el milagro”… Pero… ¿quién es el santo?

 

 

 

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