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Máximo Kinast Avilés

“Todo tiene su límite”

Escribe Luis Casado – 04/08/2011

 

Eso dice Piñera. Que “Todo tiene su límite”. Y uno no sabe cómo tomar esa aniñada, ese movimiento del mentón que se quisiera Mussoliniano, ese gesto de impaciencia que quiere decir “No entiendo nada”, o tal vez, simplemente, “¡Hasta cuando!”, sobre todo que cuestión gobernabilidad, o sea la capacidad gubernamental para anestesiar al personal, -cantarle la cancioncita que Kaa le cantaba a Mowgli con el propósito abierto de jamárselo con un acompañamiento de patatitas doradas y ensalada de jaramago-, Lagos o Bachelet lo hacían de maravillas y ya hay comentarios en la UDI y hasta en RN de “lo inconveniente que ha resultado hacerse del Ejecutivo cuando lo mejor hubiese sido dejar que Frei se mamase el creciente y poderoso ‘estamos hasta los huevos’ que se levanta por doquier”.

 

Porque Piñera y la comprensión de lo que le está cayendo encima van por carriles divergentes, cismáticos, que se alejan el uno del otro. Borges hubiese dicho “que se bifurcan” y si a Piñera el Borges del que hablo le fuese familiar, -el escritor, no el fabricante de aceite de oliva-, tal vez entendiese que está en un laberinto y más precisamente en uno de esos vericuetos que en inglés llaman “cul-de-sac”, lo que no es otra cosa que un galicismo importado tal cual para designar lo que en el castellano que Piñera conoce tan mal llamamos un callejón sin salida.

 

Sin salida porque sus ofertas de marchand de tapis, de comerciante de souk, de bargainer de Singapur, de negociante de gangas, de liquidador de saldos, de camelot de feria, de charlatán callejero, no funcionan. Ya no mola eso de proponer una rebajita. Ya no cuela eso de sacar un discursito de experto para hacer la exégesis ditirámbica del mercado, de la iniciativa privada, de la libertad económica y el lucro, del empresario como prototipo del hombre del futuro, y del orden. De ese orden que tanto echan de menos y que quisieran recuperar gracias a los Jungführers  de Chacarillas.

 

Por alguna razón los jóvenes de nuestro país no se tragan que haya que pagar para aprender eso de la “p” con la “a” “pa” y la tabla del nueve, o por conocer principio de Arquímedes, el teorema de Tales, la tabla periódica de Mendeleiev, la geometría de Euclides o, ya puestos, la geometría analítica. No quieren pagar, y llevan razón, ni siquiera por aprender la regla de tres simple o el cálculo de los intereses compuestos. Sres. Bulnes y Piñera, ¿Quién les dio a Uds. el derecho de cobrar, o de hacer cobrar por todo eso?

 

Que este barquito de miseria se hunde lo prueba la actitud de algunos roedores, perdón, de algunos diputados que firman cualquier cosa para apoyar las reivindicaciones que nunca escucharon y para las cuales nunca tuvieron ni la voluntad ni el coraje. La idea de la Asamblea Constituyente va ganando espacios impensables, improbables, inéditos, no sólo entre los tartufos que quisieran sacar las castañas con la mano del gato controlando su eventual génesis, sino también y sobre todo en la ciudadanía.

 

Como dice muy justamente Piñera, “Todo tiene su límite”. Y para comenzar con la larga lista, la mentira, el abuso, el pillaje del cobre, el robo, la usura, las estafas financieras, la “democracia protegida”, la Constitución ilegítima y espuria, el cogobierno que sucedió a la dictadura, los consensos entre los piratas de ayer y los corsarios de hoy, los salarios de miseria, la ausencia de derechos laborales, la reconstrucción no iniciada, la represión del pueblo Mapuche, los diplomas caros e inútiles, el boleteo que sustituyó los contratos de trabajo, la falsificación de las estadísticas, el paraíso de plástico que suplantó a la Copia feliz del Edén, la sobre facturación del agua, el gas y la electricidad, la condena civil del Dicom, el endeudamiento excesivo, la impunidad para los delincuentes de cuello y corbata, y un largo, muy largo etcétera.

 

Así es: Todo tiene su límite.

 

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