DOS REFLEXIONES EN TORNO AL 15 M
Escribe Javier Gimeno Perelló
He asistido en estos días a  varias asambleas celebradas por el movimiento 15M en la Pta del Sol,  asambleas de comisiones y grupos de trabajo y a la de mi barrio de  Madrid, San Blas. En todas ellas me he maravillado de la participación  de la gente, del excelente trabajo, en la mayoría de los casos, de los  moderadores, tarea verdaderamente difícil cuando las reuniones son  numerosas; del respeto a la palabra del otro sin tratar de pisarla o de  cortarla, como estamos acostumbrados; el respeto, en fin, a otras ideas,  opiniones o criterios. Un ejercicio admirable de participación  democrática, acompañado de gestos no verbales de aprobación, desacuerdo o  repetición. No he podido sustraerme a la tentación de comparar estos  debates con los realizados en otros tiempos, en reuniones de partidos,  de asociaciones, donde lo común era quitarnos la palabra unos a otros y  repudiar a quien emitía un pensamiento divergente; al final, un grupo de  "expertos", un comité de "sabios" o de jefes, una minoría, en fin, era  quien decidía lo que se había "consensuado" o "decidido", que pocas  veces tenía que ver con lo que se había decidido, e incluso, votado.  Eran otros tiempos.
 
El 15 M es otra manera de entender la política y de hacer política  que nada tiene que ver ni con la practicada por los partidos al uso,  incluidos los de izquierda -incluidos también los de la llamada  izquierda extraparlamentaria, radical, alternativa o libertaria-, ni  tampoco con la practicada durante los primeros años de la llamada  Tra[ns]ición. Ahora, quien quiera puede hablar, puede proponer, exponer  sus ideas, no importa de dónde venga o de dónde sea, sin pasar por el  tamiz del comité central, del comité ejecutivo, del comité provincial,  del comité local, del buró político, de la célula o de cualquiera que  sea el aparato burocrático de turno. No hay representaciones de  organizaciones. Cada cual, una voz, cada voz, una persona. La extensión  del movimiento a los barrios, a los pueblos, a otros países también,  promete que un nuevo fantasma recorra el mundo: el fantasma de la  ilusión y de la esperanza por un mundo mejor.
 Al hilo de todo lo que está ocurriendo en estos últimos 15 días y  tratando de asimilar la rapidez de tanto acontecimiento agolpado y  creciente, se me ocurren dos reflexiones rápidas:
La primera, que  no se trata únicamente del anhelo por otra forma de hacer política, por  participar de manera viva y realmente democrática; no es sólo la  exigencia de más limpieza y transparencia en el juego político; de  eliminar la corrupción; desbancar a los bancos y a las grandes empresas  de su poder omnímodo supeditando la economía a la política y ésta a las  personas, y no al revés como sucede; destinar un porcentaje de las  transaciones especulativas de la Bolsa y de otros juegos del capital  para los países empobrecidos; cambiar las leyes y normas electorales,  realizar más consultas públicas y referendos, y un largo etc. Con ser  propuestas, reivindicaciones y anhelos fundamentales, el 15M es mucho  más que todas estas tareas pragmáticas. 
 
El 15M significa otra manera de entender no sólo la política en  cuanto ejercicio de la polis en el ágora pública, en cuanto al modo de  hacer ciudadanía. Es también otra forma de entender las relaciones, de  relacionarnos entre nosotros y con nuestro entorno: unas relaciones  fundamentadas en la solidaridad y el entendimiento del otro, en el  respeto, en la escucha, en el diálogo y la palabra, en el intercambio,  el trueque, el abrazo, los afectos, las miradas, la comprensión, la  alteridad, en ponernos en el lugar del otro y marchar juntos cooperando.  Relaciones donde no quepa la codicia, la avaricia, la usura, el ansia  de consumo exacerbado; un nosotros superpuesto al yo, un yo que es  también un tú. Una relación armónica con la naturaleza, no para  destruirla sino para convivir. Una estética que sea ética y una ética  colmada de belleza, la superación del hedonismo narcisista y el  nihilismo del Becerro de Oro. La sustitución, en fin, del racionalismo  pragmático e instrumental de la tecnociencia por un conocimiento  científico contrastable y refutable cuyo acceso sea universal sin  barreras económicas ni legales, culturales o sociales.
 
La segunda reflexión, que ya he comentado hace poco, es la  constatación feliz de que este movimiento es de los jóvenes. Bien es  cierto que de los jóvenes no sólo de edad sino también de mente y de  corazón. Pero, con ser esto cierto, mi visión personal que deseo  compartir y debatir es que son, y deben ser,  las generaciones más  jóvenes quienes lleven adelante esta revolución. Me refiero a quienes  están en un tramo de edad, pongamos, entre los 16 y los 30 o 35 años,  por poner unas edades más o menos aproximadas (una o dos generacioens,  según el sociólogo de turno). ¿Por qué digo esto? Por varias razones:
 
1. Porque son ellos quienes fundamentalmente han promovido este  movimiento y han alegado sus causas, que les vinculan muy directamente.  Nos vinculan a todos, pero son ellos quienes más van a sufrir y están  sufriendo las consecuencias de un modelo socioeconómico inhumano,  desigual e injusto.
 
2. Porque si el mundo va a transformarse a mejor, va a ser por las generaciones más jóvenes, no desde luego por los más viejos.
3.  Porque los jóvenes, sobre todo, de edad, están demostrando que se  pueden acometer cambios en profundidad y lo están consiguiendo. Nos han  demostrado a todos que la revolución -sin apelativos- es posible.  Transcurra como transurra el 15M, su solo estallido ha sido ya un éxito  incuestionable; para muchos, de mayor alcance, envergadura y  consecuencias que el Mayo del 68.
 
4. Porque los jóvenes no sólo están interpelando al sistema; nos  están interpelando a todos: a sus padres, a sus maestros, a sus jefes, a  los políticos, a todos nosotros, es decir, a las generaciones  posteriores a la suya.
 
5. Porque, ¿quiénes somos nosotros, los de las generaciones  posteriores a la suya, por mucho que hayamos luchado o militado, para  darles lecciones, consejos, para decirles lo que deben o no deben  hacer?¿Acaso tenemos algo que enseñarles?¿No se nos murió el dictador en  su cama?¿Qué revoluciones, ni siquiera revueltas, hemos logrado o al  menos intentado? Algunos dirán: una Transición, un sistema democrático,  unos partidos, unos sindicatos. ¿Y? ¿Es eso suficiente? Pudo serlo  -aunque discutible- en su momento pero la realidad es tozuda, supera una  vez más a la ficción, el bipartidismo, incluso el unipartidismo tras el  22M, está definitivamente instalado para quedarse, y de los jóvenes  sólo se acuerdan a la hora de elecciones.
 
Mi criterio personal es que ellos son quienes deben protagonizar el  movimiento del 15M, y la mejor lección que nos están dando es,  precisamente, que el 15M carece de líderes o de jefes. Nosotros, como  mucho, estar ahí apoyando, solidarizándonos, echando manos, solamente  las que nos pidan. Estando detrás, como mucho, a su lado, pero nunca  delante. El tiempo de las vanguardias ha pasado definitivamente y por el  bien de todos.
 
Mucho es todo lo que tenemos que aprender los viejos de estos  jóvenes dignos y sabios que nos muestran la verdad de un mundo que es  posible y viable transformar.
 
       
		
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