BRASIL: FRACASO DEL LIDERAZGO BRASILEÑO
Fuente: http://www.elclarin.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=21550&Itemid=48
Escrito por Felipe Portales
viernes, 25 de junio de 2010
La natural importancia de Brasil en Sudamérica, unido al carácter progresista y al carisma de su presidente (Lula da Silva), llevaba a pensar que el gran país del sur podría desarrollar por fin un liderazgo positivo entre los países de la región. Sin embargo, aquello no ha sucedido. El gobierno brasileño, en lugar de buscar una empatía y un compromiso con dichos países, requisito esencial para posicionarse como auténtico líder; ha preferido destacarse solitariamente en la comunidad de naciones.
Probablemente, en esto ha incidido una virtual obsesión por acceder a un mítico y antidemocrático cupo en una eventual reorganización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, como miembro permanente sin derecho a veto.
El hecho es que Brasil no solo no ha obtenido un rol de liderazgo en la región, sino que ha cometido gravísimos errores diplomáticos que lo han dejado en una desmedrada situación internacional. Esto ha sido patente en los casos de Honduras e Irán; donde la promoción de buenas causas –la oposición a un golpe de Estado y la promoción de la paz mundial, respectivamente- se ha hecho de manera tan lamentable que contrasta fuertemente con la proverbial cautela de la diplomacia de Itamaratí.
Respecto del golpe sufrido por Honduras -que todo indica que se efectuó con la aquiescencia del gobierno de Estados Unidos- era evidente que una movida tan audaz como la acogida, desde el exterior, de Manuel Zelaya en la embajada en Tegucigalpa solo podía entenderse si Brasil contaba para ello con el sólido respaldo de los principales países latinoamericanos y si se enmarcaba en un meditado plan de más largo aliento. El penoso desenlace de aquella iniciativa nos demuestra que ambos requisitos estaban ausentes.
En relación con el “convenio” entre Brasil, Turquía e Irán para lograr que el proceso de enriquecimiento de uranio de este último se hiciera de manera aceptable para el Consejo de Seguridad de la ONU; el resultado fue todavía peor. Se celebró ante el mundo –y con la presencia de los presidentes de esos países- la suscripción de un acuerdo que fue totalmente despreciado por la comunidad internacional y que no fue óbice para que acto seguido el Consejo de Seguridad le impusiera nuevas sanciones a Irán. ¿Cómo no se adoptaron las providencias mínimas para lograr que dicho acuerdo contara con el visto bueno, sino de los cinco países con derecho a veto del Consejo, al menos de Rusia y China? Debe ser difícil encontrar una chambonada mayor en la historia de la diplomacia.
Por otro lado, Brasil no ha demostrado mayor interés por apoyar la emergencia de Unasur como una organización fuerte que potencie la integración regional y la influencia de Sudamérica en el escenario internacional. Tampoco se ha interesado en promover la resolución de conflictos que aquejan las relaciones vecinales de los países sudamericanos.
Así por ejemplo, no ha habido intentos de mediación, iniciativas o sugerencias brasileñas que contribuyan a superar las graves diferencias que ha tenido Colombia con Venezuela y Ecuador; o iniciativas para propender al mejoramiento de las seculares malas relaciones de Chile con Perú y Bolivia. ¡Si ni siquiera el gobierno brasileño ha mostrado interés en ayudar a la solución del grave conflicto que ha afectado las relaciones de Argentina y Uruguay por el caso de la empresa Botnia; pese a que aquel ha afectado seriamente también al propio Mercosur!
Es claro que no sería bueno que Brasil aprovechara su peso específico para inmiscuirse en los asuntos internos de los países de la región o para establecer relaciones sub-regionales de tipo tutelar. Ni tampoco que los países sudamericanos se subordinen a Brasil, como lo han hecho algunos –incluido Chile- al apoyar su antidemocrático intento de “representarlos” permanentemente en el Consejo de Seguridad.
Pero también es claro que el desarrollo de Sudamérica se fortalecería si Brasil se decidiera a ejercer un positivo rol democrático de liderazgo, que difícilmente –por la carencia de peso específico- estaría en condiciones de desarrollar eficazmente alguno de los otros países de la región.
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