COLOMBIA: LAS ENCUESTAS, JAQUE MATE A LA DEMOCRACIA
Todos los días recibo valiosos análisis sobre la situación personal que vive cada uno de los colombianos ante el dilema electoral que se nos presenta esta semana, en el que nos pusieron a votar de acuerdo a las encuestas y no frente a los programas.
Pienso, entonces, que a la Constitución del 91 le faltó prohibir esas encuestas pre electorales -hechas sobre la opinión de un máximo de 2.000 personas en zonas fácilmente accesibles al encuestador y con las técnicas de manipulación que ofrece toda estadística- a fin de que los ciudadanos se concentren en las propuestas ideológicas y programáticas y no, como en un hipódromo, apuntándole a los caballos que puntean, sea cual sea su plataforma de lucha y su capacidad para solucionar los problemas económicos y sociales del país.
Las benditas encuestas son una versión electoral de los falsos positivos y una especie de disfraz de la Cruz Roja para operaciones de jaque mate a la democracia.
Yo misma caí en esa trampa y se necesitó que Antanas comenzara a presentar propuestas de extrema derecha (como táctica electorera a fin de ganar en la primera vuelta) para que yo despertara y me diera cuenta que no eran los candidatos y sus programas sino los encuestadores los que me estaban orientando electoralmente. Había caído en la trampa de la manipulación de la percepción, de la que vienen hablando desde el siglo pasado los psicólogos comunicacionales.
Y, desde ayer, me viene rondando una frase que leí respecto a un personaje académico norteamericano, del cual decía su crítico: "tenía más ilustración que inteligencia" y hoy me llega un e-mail de mi querida y admirada amiga cibernética Leonor Cortez, quien le envía a sus listas un escrito de Sergio Andrés Giraldo Galeano, que contiene mucho de lo qeu yo he venido pensando.
Sólo difiero de él en una cosa y es cuando se cuestiona si Antanas es inteligente o no.
No existe un sólo tipo de inteligencia. Las inteligencias son muchas y diversas y Antanas es lo suficientemente inteligente y perspicaz como para saber que esas "confusiones", donde nadie entiende lo que dice, es la forma de captar adeptos en todo el mapa ideológico del país porque, al no entenderlo, cada cual lo interpreta a su manera. Vemos y oimos lo que queremos ver y oir.
Les anexo el artículo de Giraldo Galeano para que ustedes mismos juzguen.
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ANTANAS O EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR
Por: Sergio Andrés Giraldo Galeano
Cuando escucho a alguno de los simpatizantes del Profesor Antanas Mockus afirmar que este candidato presidencial es una de las personas más inteligentes que hay en Colombia; o que reúne en su persona las mejores cualidades de un pedagogo; o que a un país tan atrasado como el nuestro le resulta muy difícil entender unos planteamientos tan avanzados como los suyos; o que sus ideas -finas y alambicadas- serían acogidas con mayor beneplácito si viviéramos en una sociedad más culta y educada, y que precisamente por eso sus principales objetivos, como eventual mandatario de los colombianos, son educar y culturizar; cuando este tipo de aseveraciones son empleadas para tratar de contrarrestar las críticas que se le han hecho al discurso ininteligible de Mockus, no puedo menos que recordar un cuento de Hans Christian Andersen titulado “El Traje Nuevo del Emperador”.
El escritor danés nos cuenta la historia de un par de bribones que se presentan en la corte de un emperador vanidoso, bastante aficionado a la ropa elegante, haciéndose pasar por tejedores y afirmando que son capaces de elaborar la tela más hermosa del mundo, la cual goza, además, de una propiedad extraordinaria: solo pueden verla las personas inteligentes, porque se invisibiliza para los estúpidos. El hecho es que el emperador, impulsado por su devoción a la moda, contrata a los dos pillos para que le diseñen un vestido que luciría durante un desfile. Los estafadores se dan entonces a la tarea de confeccionarle un traje.
Maestros en el arte de la pantomima, comienzan a comportarse como si tomaran medidas, cortaran tela o pasaran hilo por una aguja. Pero nadie pueden ver el vestido: ni los ayudas de cámara, ni las damas de compañía, ni los ministros, ni siquiera el mismo emperador. Sin embargo, cuando se concluye la obra, todos alrededor convienen en admirar la belleza de los colores, la extensión de la cola y el buen gusto de los pliegues, en tanto felicitan a ambos sastres por sus habilidades. Todo esto era “entendible” dado que, confesar la incapacidad para ver la tela, era igual a confesar que se era tonto o, por lo menos, poco inteligente.
A pesar de que no veía ni sentía el vestido que supuestamente lo engalanaba, el emperador, impelido por su veleidad, y acompañado de su séquito, inicia el desfile en medio de los vítores, piropos y soflamas del pueblo que daba voces celebrando el maravilloso vestido que lucía su mandatario. El rumor de las cualidades mágicas de la tela ya había cundido por todo el reino y nadie se atrevía a expresar que el emperador no llevaba ningún vestido, que sus lacayos no sostenían ninguna cola y que, en definitiva, el monarca marchaba en cueros. Todos prefirieron callar esta verdad y optaron por engañar y engañarse, por acrecentar la mentira mintiéndose así mismos.
La historia termina cuando un pequeño niño (Andersen lo llama “la voz de la inocencia”) se atreve a gritar en medio de la multitud que el emperador no llevaba ropa, generando un gran revuelo en medio de los concurrentes quienes optan por abandonar la falacia colectiva y comienzan a burlarse de la desnudez del tirano (este vocablo no aparece en el texto original, pero ¿qué otra cosa puede ser un emperador?) Lo grave del asunto es que muchos de los asistentes deciden permanecer en su fantasía y continúan alabando el traje nuevo del emperador. Él mismo, continúa hasta el final el desfile como si estuviera vestido.
Pues bien, he llegado a la conclusión de que el discurso del candidato presidencial del Partido Verde puede asemejarse al vestido del cuento. Muchos creen que los argumentos de Mockus son tan profundos -tan filosóficos, se atreven a decir- que la mayoría de los mortales no pueden entenderlos. Su comprensión está reservada sólo para un pequeño grupo bien informado: Los ex alcaldes de Bogotá y de Medellín, y uno que otro coordinador de la campaña.
Pero resulta que quienes lo acompañan esgrimen un discurso igual de inexpugnable y ambiguo. Su candidato a la vicepresidencia, Sergio Fajardo, por ejemplo, jamás se ha atrevido a tener una postura clara frente a los temas más importantes de nuestra sociedad y, como si se leyera todos los libros de autoayuda y de superación personal que salen al mercado anualmente, está convencido que siempre hay que ver el lado bueno de las cosas, incluso del régimen uribista. ¡Qué alguien me muestre el lado bueno de los ocho años del gobierno de Uribe Vélez sin mencionar los supuestos logros de la tan cacareada “Seguridad Democrática”, política que no es más que otro Traje Nuevo del Emperador!. Y sin embargo todos sus conmilitones aplauden semejantes demostraciones de sabiduría afirmando que “ese si es un estratega”, que “ese si es un estadista”. El senador Jorge Robledo, haciendo gala de su buen humor, afirmó lo siguiente: “Sergio Fajardo de lo único que sabe hablar es de la dulzura del dulce y de la benevolencia de la bondad”. Yo comparto plenamente esa sentencia.
Prefiero omitir cualquier referencia a Luis Eduardo Garzón o a Enrique Peñalosa, porque sencillamente no se merecen siquiera un lánguido sarcasmo.
El discurso de Mockus es un matalotaje de incoherencias, de contradicciones y de fe de erratas que no puede dar sino grima. No es que sus ideas sean muy "finas y alambicadas", sencillamente, son la demostración de que es posible complejizar lo simple hablando vanamente de lo que no se ha meditado. Hoy más que nunca considero, no sólo que este candidato es incapaz de dar a entender sus planteamientos, sino que sus planteamientos en sí mismos son un sinsentido. Cuando asumimos la lectura de autores complejos –los idealistas alemanes, por ejemplo- se nos dificulta al principio la comprensión cabal de sus tesis, pero con un poco de esfuerzo y asesoría, podemos descubrir rasgos de genialidad y hasta de claridad. Pero a Mockus nada se le entiende por más que uno se esfuerce y no es fácil encontrar a alguien que nos indique qué es lo que quiso decir.
La prueba de ello son sus retractaciones respecto a la extradición de Uribe y a sus convicciones religiosas. Yo por mi parte tampoco extraditaría al ya casi ex presidente Uribe (¡siento un frescor en el cuerpo cuando pienso en eso!) porque creo que la justicia colombiana puede juzgarlo y condenarlo, y tampoco me atrevería a decir que soy agnóstico, porque considero que el agnosticismo es una forma vergonzante de ateísmo y yo soy un orgulloso ateo militante.
No acabo de descubrir esto que escribo. Siempre he visto en Mockus un político del galimatías y un conversador soporífero. Sin embargo, en medio de sus embrollos idiomáticos, me había parecido un tipo irreverente y hasta gracioso: unas veces disfrazado de super héroe, otras luciendo un sombrero triangular. O tirándole agua a Horacio Serpa. O llegando en bicicleta al Palacio de Liévano cuando fue Alcalde de Bogotá.
Lo de su matrimonio en un circo si me ofendió mucho porque desde hace años propugno por la defensa de los derechos de los animales y Raúl Gasca, el dueño del circo donde contrajo matrimonio el profesor Antanas, es el más grande torturador de animales que ha pisado este país, después de César Rincón, obviamente. Esto, además, desdice mucho de sus supuestas convicciones ecológicas.
Tampoco me produce la menor gracia su indiscutible mentalidad neoliberal y privatizadora, ni su beneplácito con las bases militares que recientemente instaló en nuestro territorio el Imperio estadounidense y menos aún su apoyo al Plan Colombia y a los tratados de libre comercio.
Pero, a pesar de todos esos “lunares” –grandes manchas sería mejor decir- manifesté que era viable respaldar a Mockus porque no era ni paramilitar, ni narcotraficante, ni corrupto, ni inquisidor de las ideas de IZQUIERDA DEMOCRÁTICA que enarbola el POLO DEMOCRÁTICO ALTERNATIVO. Con eso me bastaba, porque considero que un gobierno que se aleje de esos cuatro males, necesariamente significará un gran avance para Colombia. También afirmé que, si en algún momento, Mockus incumplía alguna de esas premisas –convalidando el paramilitarismo, alcahueteando el narcotráfico, cometiendo actos de corrupción o macartizando a la oposición que en Colombia encarna el PDA- yo dejaría de considerarlo una opción de cambio.
Pues bien, la segunda semana de mayo una de las cuatro cualidades que admiraba en Mockus se fue al traste con las declaraciones que hizo respecto a las dudas que lo embargan sobre la supuesta aprobación que le daban algunos sectores del POLO a la lucha armada en Colombia. No trascribiré la aseveración del candidato verde porque se trata de una ignominia que no merece ser expuesta nuevamente. Eso sí, quisiera que Mockus algún día leyera el Ideario de Unidad del POLO y pueda darse cuenta de lo que dice sobre el particular. El POLO tiene suficiente claridad sobre su política en materia de conflicto y paz. La claridad que, entre otras cosas, le hace falta a Antanas para responder muchas de las preguntas que se le hacen.
El jueves 13 de mayo tuve, por primera vez, a Antanas Mockus frente a frente mientras participaba en un foro organizado por la Universidad de Antioquia y desarrollado en el “Teatro Popular Comandante Camilo Torres”. ¡Qué decepción! O mejor sería decir: ¡Qué capacidad para demostrarse incapaz! ¡Qué habilidad para evitar responder con concreción las preguntas! Lo peor del asunto es que llegó golpeándose la cabeza con un lápiz que luego le enseñaba al público como queriendo decir: “!Hey! Piensen. Aquí si hay proyecto de nación. Yo si soy un candidato inteligente” A lo que todos sus seguidores respondieron golpeándose a su vez la cabeza con un lápiz que después le enseñaban al candidato como diciéndole: “¡Hey Antanas! Ya lo pensamos y descubrimos que tu programa de gobierno es el mejor y que tú eres el candidato más inteligente”
Pero, a pesar del lápiz y de la coreografía, a Antanas se le dificultó mucho dar a entender sus propuestas y no se mostró como una persona lúcida. Seguiré pensando que es un buen matemático, porque no tengo como controvertir esa presunción, pero por lo demás puedo afirmar que no es un buen político y que dudo mucho de su talante filosófico. Mockus se la pasó haciendo referencias a lo sagrado, a lo sacramental y a lo sacrílego. Confundía la pregunta que se le estaba haciendo con la anterior. Dispuso de todo el tiempo que se le daba para que interviniera y nunca concluyó nada. Incluso, ante una intervención supremamente acertada de un amigo mío acerca del aumento de la pobreza en Bogotá durante los años en que él la estuvo administrando, se mostró displicente y finalizó echándole la culpa de la situación a la “macroeconomía” ¡Qué decepción! Lo peor del caso es que la gente lo aplaudía a rabiar. Mockus decía una incoherencia y lo aplaudían. Mockus empezaba a hablar de lo que no le habían preguntado y lo aplaudían. Mockus no respondía… y lo aplaudían.
Fue en ese preciso momento cuando me acordé del cuento de Hans Christian Andersen y decidí unirme a aquellos que desde las tribunas increpaban y ponían en solfa al candidato verde porque se dieron cuenta que su discurso carece de contenido, que su repunte en las encuestas se debe más a lo que la gente cree que es, que a lo que él realmente es como político, y ,sobre todo, que se atrevieron a elevar su voz disidente delante de toda una masa que lo ensalzaba y que lo veía como el redentor de Colombia. Pero Mockus va desnudo; es decir, “el traje nuevo” de sus ideas es inexistente. La verdadera demostración de inteligencia es darse cuenta de ello.
En algún momento consideré la posibilidad de votar por Mockus en la primera vuelta, no porque lo considerara el mejor (que para mí siempre ha sido Gustavo Petro, a pesar de las grandes diferencias que conservo con él), sino porque lo creía el “menos peor” de los que van punteando las encuestas (porque el más funesto es Santos definitivamente). Arrostré discusiones con mis compañeros del POLO defendiendo que era necesario apoyar al ex alcalde porque lo más importante era evitar que el régimen uribista se perpetuara. Sin embargo, hoy me doy cuenta que lo más importante es estar en paz conmigo mismo conservando la firmeza en las convicciones y defendiendo los principios que me unen al POLO.
Sigo creyendo que Antanas no es ni corrupto, ni paramilitar, ni narcotraficante. Estoy convencido de que su plataforma política proscribe esas plagas. Pero con eso no basta. Colombia requiere un mandatario que sea decente, pero también que sea inteligente, coherente y que tenga un buen plan de gobierno. Ese candidato es Petro. Por eso votaré AMARILLO en la primera vuelta. En la segunda vuelta (si la mafia narcoparauribista no impide que la haya) votaré contra Santos Calderón.
Espero que el pueblo colombiano esta vez se haga responsable de su propio futuro y que no tenga que acudir a metafísicas providenciales. ¿De qué sirve pedirle a dios que nos conceda la felicidad, la abundancia y la paz cuando ya los obispos y pastores de Colombia se nos adelantaron y le han recomendado al candidato del partido de la U como próximo presidente?
Vuelvo a Mi Partido, este es mi acto de contrición. Faltan todavía algunos días para las elecciones presidenciales en Colombia. Ojalá muchos de mis amigos y amigas que militan en el POLO y que en estos momentos están acompañando al Partido Verde hagan la misma valoración que yo estoy haciendo respecto a Antanas Mockus, a quién de todas maneras le deseo, más que suerte, decisión y buen juicio, de ahora en adelante.
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