DIECISEIS AÑOS
Por Máximo Kinast
¿Cómo es posible que las lágrimas se conserven por dieciséis años?
Estoy sorprendido. Un aniversario, ¿se conmemora o se celebra?
En el barrio de San Isidro, el más elegante de Lima está el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la más prestigiosa, le preferida por las elites sociales. En ese lugar casi exclusivo estoy como invitado a la presentación de un libro que lleva por título el lema que los estudiantes de otra universidad, han elegido para ellos: “Podrán matar las flores, pero nunca las cantutas”.
La cantuta, flor de la serranía peruana, flor de pétalos rojos como una campana alargada, triste y hermosa. Por su nombre y por su color es inevitable asociarla al dolor. Y al recuerdo que no es posible olvidar.
Martín Rivas y el siniestro Grupo Colina fueron los asesinos. Fujimori y Montesinos dieron las órdenes. Un maestro y varios alumnos, asesinados y desaparecidos.
Sólo dos líneas para la Historia de la Infamia. Pero hubo algo más, algo con lo que no contaban los genocidas. Las víctimas tenían hermanas y hermanos, padres y madres. Tenían familiares. Y no olvidaron. Ni perdonan, ni olvidan. Y se unieron los familiares.
La nada misma contra el Poder del Estado, contra la Dictadura corrupta. Unas pocas personas humildes armadas de dolor y de dignidad. Unas pocas personas que creían en la majestad del Derecho. En cosas tan simples como la igualdad ante la ley. Unas pocas personas que creían en la Justicia Justa.
Se unieron y denunciaron en cada esquina, en cada plaza, en cada espacio. Denunciaron la Justicia Injusta, el Gobierno Corrupto, las Fuerzas Armadas enemigas del pueblo, el silencio cómplice de las iglesias, a los políticos venales, a la sociedad del silencio y de la indiferencia… Y poco a poco, la denuncia fue creciendo. Una radio casi desconocida les apoya. Luego un diario popular. Y la noticia sale del país y en el extranjero se preguntan, ¿Qué pasa en el Perú? ¿Qué hace un genocida en el Gobierno? Y en el Perú se siente el eco de las voces, de miles de voces que claman por Justicia y la pareja de delincuentes que gobierna debe huir. La presión viene de todas las capas sociales. Es todo el pueblo peruano que repudia a los ladrones, a los corruptos y exige justicia.
Fueron muchos años de guardar lágrimas. En los comienzos hubiese sonado increíble e imposible que estuviesen en la cárcel los delincuentes. No sólo Hermoza Ríos, Martín Rivas y los integrantes del Grupo Colina, sino también Montesinos (el Fouchesillo peruano) y Fujimori (el único japonés en la historia universal que se siente orgulloso de que le llamen Chino). Es sin dudas un triunfo de la Justicia. Un motivo de alegría en medio del dolor de las pérdidas.
El libro recuerda todos esos momentos. Apenas mil ejemplares, editado por APRODEH, la primera asociación de Derechos Humanos en ayudar a los familiares de las víctimas, en colaboración con REDINFA que desde el 2006 les presta ayuda sicológica a los familiares.
Sin dudas es una celebración. Sólo falta el broche de oro, dice uno de los oradores, falta la condena a Fujimori. Pero ya podemos celebrar que todos están donde deben estar: en la cárceles.
Miguel Jugo presenta por APRODEH el acto y a los oradores. Rosa Lía Chouca de REDINFA habla con serenidad y conocimiento. Nelson Manrique aporta un análisis sereno. Una aparente nota de frivolidad, en especial para el oyente desprevenido, la proporciona Jorge Bruce, con su juicio certero y su verbo alegre.
Termina los discursos Gisela Ortiz, invitando a apoyar y a defender a las demás víctimas, esas víctimas de la sierra y de la selva –gentes prescindibles, como les llama con indignada ironía Wilfredo Ardito- que a nadie le importa porque son aymaras o quechua hablantes. Como si no fuesen seres humanos. Son miles que no han recibido un reconocimiento, una ayuda, una petición de perdón por parte del Estado y de la sociedad.
Gisela habla por ellos. Muy cerca de la victoria muestra el camino que ha de seguir la lucha por los Derechos Humanos. Gisela esta contenta, pero en algún momento su voz se quiebra. Recuerda al hermano asesinado.
¿Cómo es posible que las lágrimas se conserven por dieciséis años? No lo se. No se como responder. Sólo puedo confesar que mis ojos también estaban húmedos por la alegría. Hay dolores que son alegres y alegrías que son muy tristes.
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