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Máximo Kinast Avilés

EL ANILLO DE CIPRIANI

 Ricardo Alvarado

Ave Crítica     

Han pasado algunos días desde la filípica del cardenal Cipriani contra la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y he visto en la prensa pocos y escuetos comentarios, como si el asunto careciera de importancia. Así que, dejando de lado otras legítimas preocupaciones, voy a profundizar en el tema.     

¿Qué es lo que dijo el cardenal Cipriani? "[Quiero] dejar muy clara mi posición en la historia ante dos hechos, el primero de ellos mi rechazo a gran parte de los juicios emitidos por la CVR, por un lado especialmente a aquellos que hacen referencia a la actuación pastoral en las iglesias locales de Huancavelica, Apurímac y Ayacucho a las que rindo mi homenaje por los durísimos años que les tocó vivir y que de una manera injusta la CVR ha enjuiciado muy negativamente".       

Para descalificar este juicio "histórico", sólo basta con constatar la masiva conversión de los pobladores de Huancavelica, Apurímac y Ayacucho al evangelismo. La presencia de la Iglesia Católica en las zonas más pobres de los Andes nunca fue constante: para dar un ejemplo, Anchonga, capital del distrito más pobre del Perú, tiene una iglesia en ruinas, no tiene párroco y recibe la visita de un clérigo pocas veces al año. A inicios de la década de los 80, según datos de la propia Iglesia Católica recogidos por la CVR:   

 "De las 46 parroquias en la arquidiócesis, que abarca casi todo el departamento de Ayacucho, 23 estaban vacantes. Además, de los 47 sacerdotes diocesanos, 19 tenían más de 60 años, y seis ni siquiera vivían en la arquidiócesis. Había en total siete sacerdotes religiosos -franciscanos, carmelitas y salesianos- que trabajaban en la arquidiócesis. En cambio, había 104 religiosas, de las cuales 64 eran contemplativas".    

A pesar de ello, hasta hace unos 25 años la población campesina era mayormente católica, aunque sólo fuera por inercia. Pero durante los años del conflicto armado, la Iglesia Católica desapareció del mapa, replegándose a la seguridad y comodidad de las capitales diocesanas.      

 Paralelamente, los predicadores evangélicos comenzaron a aparecer en las comunidades más deprimidas. A diferencia de una Iglesia Católica sorda, ciega y muda frente al horror de la guerra, los evangélicos tomaron partido en el conflicto, creando núcleos de resistencia frente al terror de Sendero Luminoso y recibiendo feroces castigos por parte tanto de las huestes terroristas como de las fuerzas antisubversivas, como lo demuestra, entre otros sucesos, la masacre de pastores evangélicos por parte de efectivos de la Marina de Guerra en Callqui, Ayacucho, el 1º de agosto de 1984, como parte del operativo "Caimán XIII".       

(No quiero con esto hacer una apología del evangelismo, algunas de cuyas expresiones -la relación entre religión y política o el rol social de la mujer, por citar dos ejemplos- son por lo demás retrógradas. Pero con lo dicho creo que basta para demostrar que el cardenal Cipriani falsea la verdad histórica al pretender vendernos el cuento de una actuación pastoral impecable por parte de la Iglesia Católica durante los años del conflicto armado interno. Si las cosas se hubieran dado como su eminencia dice, no tendríamos tantos evangélicos en Huancavelica, Apurímac y Ayacucho. Así de simple).        

 Pero, para tener el cuadro completo, hay que revisar también lo que nos dice la CVR. Quien se tome la molestia de leer las 106 páginas que dedica la versión electrónica del Informe Final a la Iglesia Católica, encontrará que la mayoría de ellas están plagadas de alabanzas -algunas merecidas, otras no tanto- al rol de la Iglesia en el "acompañamiento y protección de los peruanos golpeados por la violencia de las organizaciones subversivas y de las fuerzas de seguridad del Estado".    

La Iglesia Católica, siempre según la CVR, fue "una voz de denuncia de los crímenes y las violaciones de los derechos humanos y proclamó y defendió el valor de la vida y la dignidad de la persona. La mayoría de los obispos, sacerdotes y religiosas, así como multitud de laicos y laicas, constituyeron una fuerza moral y una fuente de esperanza".    

Podemos preguntarnos, entonces, porque tantos saltos del cardenal Cipriani, si el suelo está parejo. Y es que el Informe Final establece, de manera incontestable, que su eminencia escribió y dijo cosas como éstas:    

- "Mientras no afirmemos con claridad que los 'derechos humanos' no son unos valores absolutos intocables, sino que están permanentemente sometidos a los límites que les señalen unos 'deberes humanos', es imposible afrontar con eficiencia los males que padecemos, especialmente la inmoralidad en las funciones públicas y el terrorismo".    - "¿Cuál es el papel de la Iglesia ante este desafío de la violencia terrorista y la violencia de la inmoralidad que todo lo corrompe? Nuestra tarea, difícil, larga y urgente, es educar a cada uno de los peruanos para hacer de cada ciudadano un hijo de Dios. Si pudiéramos garantizar el cumplimiento de sólo este objetivo, habríamos hecho un aporte infinito al proceso de pacificación. Nos faltan brazos y horas para hacerlo".      

"El caso La Cantuta está siendo utilizado políticamente y bajo el pretexto de la defensa de los derechos humanos se está dando el último intento de atropellar la libertad del pueblo peruano. Esa libertad que ya la hemos consolidado todavía encuentra pequeñas voces de peruanos que no tienen cariño a su pueblo y siguen creando dudas acerca de la integridad moral del ejército y las autoridades que gobiernan el país. Y esas dudas son una traición a la patria, por lo tanto no debemos permitir que se siga discutiendo".   

 - "En un contexto violento como el de Ayacucho, las muertes, desapariciones y abusos son parte del enfrentamiento de la guerra. Si hay personas que silenciosamente matan durante la noche y de modo traidor, a eso hay que oponerle justicia. Yo creo que la Fuerza Armada tuvo que utilizar mecanismos para conocer cómo y dónde ocurrían esos asuntos. Y cuando utilizaron esos medios, naturalmente hubo muertos de un lado y del otro. Si, a eso lo llaman desaparecidos. Lo cierto es que los agarraron en una emboscada o un enfrentamiento y se los bajaron. ¿Y qué quieren? ¿Que uno dé marcha atrás a la historia?".  

- "No es común en mi arquidiócesis recibir denuncias sobre abusos, sin embargo, es curioso, me llegan de Austria, de Alemania, Bélgica, Inglaterra; cuatro o cinco cartas con una fecha muy similar de denuncias. Uno ve que existe claramente una campaña, un montaje. Esto no es honrado, no es transparente".  Otro tema que la CVR establece con meridiana claridad es la relación entre el cardenal Cipriani, el Opus Dei -siniestra orden a la que el cardenal pertenece-, y el apoyo de los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica a la guerra sucia y la dictadura fujimorista. Por ejemplo:    

- "Monseñor Cipriani aparecía muy cercano a los militares en Ayacucho, se desplazaba por el departamento junto con ellos en sus helicópteros, o acompañando al presidente Fujimori, el cual, en sus frecuentes visitas a Huamanga, a quien primero visitaba era a monseñor Cipriani, en cuya compañía realizó recorridos en helicóptero a diversos lugares del interior del departamento. Monseñor Cipriani manifestaba su apoyo a diversas decisiones del Gobierno en sus declaraciones y acompañaba a Fujimori en sus viajes por Ayacucho; lo invitó a encabezar con él la procesión de Semana Santa".    

- "Estas acciones aumentaron cuando fue nombrado arzobispo, en mayo de  1995. En otra oportunidad se vistió con un poncho igual al del presidente y lo acompañó a inspeccionar obras, ocasión en que Fujimori afirmó que él luchaba por los derechos humanos de los campesinos y no de los terroristas, en presencia del representante de la Cruz Roja Internacional".    

- "El obispo de Apurímac, monseñor Pélach, era asociado al Opus Dei, y tuvo después como auxiliar a monseñor Sala, miembro del Opus Dei, quien lo sucedió a su retiro. Ante las desapariciones cada vez más frecuentes, Mons. Pélach autorizó que un abogado enviado por CEAS tuviera una oficina de asesoría legal para las víctimas, pero sin ninguna conexión con la iglesia. Posteriormente esta oficina fue cerrada, y el nuevo obispo, monseñor Sala, desconfiaba de los defensores de derechos humanos como 'comunistas', incluso los de CEAS".    

- "En marzo de 1982 asume el obispado de Huancavelica monseñor Demetrio Molloy, del Opus Dei. Sólo en los primeros 5 meses de gobierno de Fujimori desaparecieron alrededor de 200 personas en el departamento de Huancavelica. El pueblo indefenso se encuentra entre dos fuegos, víctima de ambos bandos. El obispado permanece literalmente cerrado".         Vistos los cargos de la Comisión de la Verdad y Reconciliación -bastante graves, en realidad, aunque expresados con cierta tibieza-, podemos entender que la homilía del cardenal Cipriani no es más que la expresión descarada de una alianza nada santa entre el Opus Dei, el APRA, los militares y el fujimorismo para terminar de desacreditar al Informe Final de la CVR y, de refilón, sacarse de encima al movimiento peruano de derechos humanos.    

Con la bendición del cardenal -y tal vez de las iglesias evangélicas- se ha iniciado una campaña para afirmar que la CVR no fue otra cosa que una engañifa, que inventó muertos donde no los hay, que se aprovechó de las víctimas para justificar a Sendero, que criminaliza  al Estado y absuelve a los terroristas, entre otras sandeces semejantes. Y sobre la base de esta campaña, estoy seguro, se inventarán "pruebas irrefutables", se mancharán honras y se comprarán las conciencias de quienes se dejen comprar.    

Para que quede claro: lo que quiere el gobierno de García es acabar con el movimiento peruano de derechos humanos, que al contrario de otros grupos de presión -como las llamadas "femócratas" o feministas apristizadas- no es instrumentalizable: a excepción de los alquilones de siempre, que canjean convicciones por prebendas o pequeñas concesiones, no es, en su conjunto, corruptible ni asimilable. Así que lo que nos queda a quienes creemos en los derechos humanos es estar atentos, vigilantes y movilizados frente a lo que, a todas luces, será la campaña política y mediática más sucia de los últimos tiempos.    Dicen que el cardenal Cipriani no duerme desde que Alan García le besó el anillo: démosle, entonces, a su eminencia motivos reales para estar insomne.    

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"Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades" (Rimbaud).  
 

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