Lo que hace que las naciones progresen no es la paz sino la libertad, en la adversidad desarrollan la fuerza necesaria para prosperar, el pueblo se une y encuentra salida a sus calamidades, con los ánimos agitados y convencidos de lo que se pretende la libertad aflora y las democracias se solidifican, pues nunca un gobernante pasará por sobre el pueblo, cuando, éste como constituyente primario no lo permita. Ni siquiera los grupos armados se atreven a desafiar el poder de las mayorías cuando éstas permanecen unidas por un propósito.
No obstante ¿cuánto vale la vida y la libertad de un hombre? ¿Cuánto puede costar su conciencia? Aunque las constituciones y las leyes penales de los países protegen estos derechos inalienables, delincuentes hay de todos los precios y estratos listos ha violentar al otro. ¿Y a quién le importa? A unos pocos; ya nos acostumbramos a convivir con el delito, con el sufrimiento, y el hecho de un secuestrado o un muerto menos es un triunfo para el gobierno de turno, pero cuando la balanza es contraria salen vociferantes los opositores a denunciarlo, pero ni los unos ni los otros encaminan acciones contundentes para desarticular las bandas de violadores de los derechos humanos, llamados en la sociedad moderna post 11-S "narcoterroristas". Ellos mantienen el poder de las armas, permitiendo que la valentía se disminuya al arte de la guerra.
Hemos entregado nuestra libertad al extremo de permitir que el vecindario Bolivariano esté siendo administrado por demócratas autoritarios, igual que Estados Unidos, que es, el norte que ve nuestro pueblo, de ahí el conformismo, el silencio ante los abusos, ante el desgobierno y ante el aniquilamiento de los derechos y las libertades obtenidas durante siglos por héroes, que impávidos desde sus tumbas ven como nosotros, perdemos, sin protestar, con miedo a la libertad, convencidos de las bondades de entregar lo poco que tenemos al servicio del príncipe.
Los gobiernos manipulan a los pueblos que sumisos obedecen, nada hacemos para evitarlo, la solución al problema lleva mucho tiempo y nadie toma la iniciativa, somos herederos de la escoria europea que pobló el nuevo mundo, desde siempre nos han enseñado a obedecer, sabemos que nuestras libertades van hasta donde no molestemos a las clases dirigentes. Por eso las marchas de los latinos en USA poco resultado alcanzan, por mucho lograrán cambiarle el nombre al régimen esclavista como se ha hecho a lo largo de la historia, maquillando la situación, calmando al pueblo.
Los colombianos lo saben de memoria, por eso no han acompañado las masas que protestan, ellos prefieren mantener sus puestos de trabajo, son conocedores del resultado de las marchas: en Colombia hasta el gobierno de Andrés Pastrana, los funcionarios sindicalizados del Estado, organizaban paros y huelgas, conseguían mejoras salariales y prebendas, pero nunca nada aportaron al desarrollo del país, olvidándose del grueso de la población que tiene que asumir los costos de los triunfos sindicales. Saben que alguien triunfara en este caso y no son ellos.
El sentido del Estado no puede ser educar a un pueblo conformista, sino enseñarle a ser libre y patriota, desgraciadamente la formación ocultista imperante lleva a que el miedo impida la lucha por los derechos y a que se elijan gobiernos autoritarios que sobrepasan el poder popular.
Las guerras siempre nacen por el descontento del pueblo frente al régimen, y el pueblo recurre a las armas por que nunca ha sido educado para defender sus derechos pacíficamente, así pues que el miedo a la libertad se pierde con las armas a las que se llega por falta de educación. Habrá libertad el día en que el Estado, sin importar el tipo de gobierno, eduque al pueblo para que despierte del sueño que lo tiene anclado en el tercer mundo.
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