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Máximo Kinast Avilés

AQUI ME TIENEN DE NUEVO

 Aquí me tienen de nuevo…   Escribe Luis CASADO

Aquí me tienen de nuevo,

Con mi cantar descontento…”

(Quelentaro)

Hace unos días mi aorta me abandonó a media tarde. Como el desodorante. Una especie de “Alien” intentó salir de mi pecho, o por lo menos eso fue lo que me pareció. Un dolor de mil pares de cojones. Crisis cardiovascular seria. Muy seria. Siguiendo el consejo de amigos venezolanos, Armando Uribe (hijo), me llevó a la mejor clínica de Caracas. Afortunadamente mis tarjetas bancarias funcionaron, porque el precio de la clínica privada te lo cobran antes de entrar. En un santiamén te hacen un presupuesto, así, a ojo de buen cubero, bien mirado este cristiano vale tanto. La excelencia de los médicos que me devolvieron a la vida comenzó debitando quince mil euros (unos diez millones de  pesos) de mi cuenta bancaria. Hasta ahí todo bien. Consciente de las reglas del juego, en medio de la bruma de la morfina, no cesaba de repetirle a mis doctores: “póngale no más jefe, que tengo un seguro de este porte”. El seguro en cuestión no es el producto de mi inexistente riqueza. Se trata simplemente de la seguridad social francesa que cubre a todo trabajador asalariado, desde el presidente de la república hasta el portero de la fábrica, y que para más INRI es universal y protege también a los indigentes, a los estudiantes, a los vagabundos, y a quienes nunca trabajaron porque nacieron en el lado adecuado del capitalismo. En fin ya sabes, esa huevadita que los liberales declararon inútil para los países del tercer mundo, el “Estado del Bienestar”. Creo necesario precisar que en Francia la seguridad social no es estatal, sino “paritaria”, o sea pagada y administrada por los trabajadores y los patrones, y siempre el jefazo es un currante. De modo que si me dolió el pecho, nunca me dolió el bolsillo. Lo que estaba lejos de imaginar fue la enorme ola de amistad, cariño, solidaridad y fraternidad que provocó mi accidente vascular. Es imposible agradecerles a todos, siempre se me olvidaría un nombre. Pero debo decir que nunca en mi vida me sentí tan arropado por el compañerismo. Los primeros días los médicos se sorprendían y se preguntaban quién era el pájaro que tenían entre manos. “Le llamaron de Canadá”, me decían. “Alguien llamó de Chile”, agregaba otro. “Unos señores de Madrid preguntan por su salud”, añadía un tercero. Y los compañeros y compañeras del Comunal Venezuela, pasaron días enteros en la sala de espera y luego junto a mi lecho. Gracias a todos. A la Mesa Ejecutiva del Partido. A mis querido(a)s compañero(a)s y amigo(a)s del Comunal Francia. A todos y cada uno de los que enviaron un emilio, un mensaje, intentaron llamar, o hicieron saber de algún modo su simpatía y su amistad, les devuelvo acrecentado el afecto y el cariño. Entre ellos al joven Iván Veloso. Iván vino casi al final porque trabaja a cientos de kilómetros de Caracas. “¿Se acuerda de mi, compañero?” me dijo al saludarme. Claro que sí, le respondí. Nos vimos en casa de Kiko Norambuena, una tarde de asado entre afuerinos. “Así es” dijo. “Sólo que ahora terminé mis estudios de geología en la Universidad Central de Caracas, y trabajo en el tema del petróleo”. Se me ocurrió indagar: “¿Y cuanto te costó la Universidad?” “Mil doscientos bolívares al año”, respondió, o sea cincuenta centavos de dólar anuales”. Dos-cien-tos-cin-cuen-ta pe-sos. Tal vez por esa razón, Hugo Chávez, que no es tan experto en “gobernabilidad” como otros, disponga del más férreo apoyo popular en América del Sur.  En todo caso Iván no me dejó tiempo para pensar en ello, porque lleno de una felicidad evidente me dijo: “y me casé, y tengo un hijo pequeñito, de diez meses”. Creo que hice bien en preguntarle: “¿Y como se llama?” Sus ojos se llenaron de orgullo cuando me sorprendió con el nombre: “Aucán”, dijo. “Aucán Ernesto”. También por ti pequeño Aucán Ernesto, me alegro de estar de vuelta. ¡Tenemos tantos combates que librar por tu futuro y el de los niños de nuestra América morena! 

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