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Máximo Kinast Avilés

NO PASARÁN

NO PASARÁN

INVERECUNDOS MARINOS CHILENOS REPUDIADOS POR ATORRANTES

Fuente: El País, 21 de agosto de 2008

Prudencio García

Investigador y consultor internacional del Instituto Ciencia y Sociedad

“Hoy me apodero de Rusia; ¿qué ropa me pongo?”, preguntó la futura Catalina la Grande a su doncella de cámara, horas antes de asestar el audaz golpe palaciego que le permitió aca­pa­rar, para sí misma, todo el poder imperial. Seguro que el teniente coronel Antonio Tejero lo tuvo más claro a la hora de elegir su indumentaria para su propio golpe de 1981. En cualquier caso, es evidente que quien va a salvar una patria o adjudicarse un imperio no puede vestirse de cualquier forma. Son ocasiones históricas de gran trascendencia, cuya excepcionalidad exige una cierta prestancia for­mal.

Sin embargo, este detalle fue groseramente ignorado por los oficiales y guardiamarinas del buque escuela Esmeralda de la Armada de Chile, en otra ocasión histórica: el golpe pino­chetista del 11 de septiembre de 1973. Su forma de salvar a la patria en aquella destacada ocasión consistió en enfundarse las ásperas prendas de faena y dedicarse a golpear, vejar y torturar desde aquel mismo día, a bordo del buque, atracado en el área militar del puerto de Valparaíso, a muy numerosos detenidos, hombres y mujeres, acusados de algún tipo de militancia favorable al gobierno socialista que aquella misma mañana aca­baba de ser sangrientamente derrocado.

Entre las víctimas llevadas al buque en aquellas primeras horas se hallaba el alcalde de la misma ciudad de Valparaíso, Sergio Vusko­vitz, y el letrado del ministerio de Interior Luis Vega. El trato recibido por las mujeres fue particularmente infame. La entonces universitaria María Eliana Comené resultó contagiada de gonorrea tras las repetidas violaciones que allí sufrió. Días después era también arrestado y conducido al buque el sacer­dote anglochileno Miguel Woodward, que –como ya comentamos en su día en estas páginas- resultaría muerto como consecuen­cia de las torturas que allí recibió. Instituciones tan dispares como Amnistía Interna­cional y el Senado norteamericano, además de las dos comisiones investigadoras oficiales (Rettig y Valech), de­nun­ciaron en su día los crimi­nales excesos cometidos a bordo del buque en cuestión.

Los recluidos en la nave el mismo día del golpe atestiguan que, al llegar a ella, fueron obli­gados a pasar entre una doble fila de guardia­ma­rinas en ropa de faena, que les golpeaban brutal­mente y les sometían a toda clase de atropellos físicos y psíquicos.

Atención al detalle: ‘en ropa de faena’. Qué zafiedad. Qué ignorancia del decoro estamental y de las exigencias formales de un hono­rable golpe de Estado que se precie. Craso error histórico y social. Se empieza vistiendo de forma demasiado infor­mal y se acaba torturando curas, violando mujeres, asesinando demócra­tas, y causando horror incluso a ese mismo mundo occidental al que supuesta­mente se pre­tende sal­var. La Historia nunca perdona este tipo de deslices.

Prescindiendo ya de toda jocosa ironía sobre las indumentarias adecuadas para las grandes acciones patrióticas, y refiriéndonos únicamente al núcleo de la cuestión, entremos en el área, mucho más seria, de los comportamientos instituciona­les. Los oficiales y alumnos guardiama­rinas que hoy viajan a bordo del Esmeralda en su gira de instrucción anual número 53 no son, obviamente, las mis­mas personas que incurrieron en tales aberraciones tantos años atrás. Pero la ins­titución sí es la misma. La misma que durante tres décadas ha negado lo sucedido y ha en­torpecido toda investigación. La misma institución -la Armada de Chile- cuya presión corporativa, a lo largo de tanto tiem­po, ha im­pe­dido el juicio y castigo de los que sí cometieron aquellos crímenes. Se trata del mismo esta­mento que se ha escanda­lizado hace apenas cuatro meses, al ver finalmente procesados por la insoborna­ble jueza Eliana Quezada a los cuatro altos jefes (hoy almiran­tes retirados) que ejercieron el mando en aquellos puestos opera­tivos desde los que se ordenaron las acciones perpetra­das en la zona marítima de Valparaíso, en aquellas jornadas luctuosas de septiembre de 1973.

No resulta extraño, por tanto, que las visitas del buque a puertos como Río de Janeiro, Buenos Aires, Tokio, Sidney, Wellington y tantos otros hayan ido acompañadas, en distintos años, de diversos tipos de protestas, sin olvidar la suspensión de las visitas a Estocolmo, El Ferrol, Las Palmas y otros puertos europeos en 2003. Tales protestas se siguen produciendo en nuestros días. Y este mismo verano de 2008, al visitar Cádiz (en cuyos astilleros la nave fue fabricada), su llegada fue deliberada­mente precedida por la proyección, por Amnistía Interna­cional, del documental El lado oscuro de la Dama Blanca, del cineasta chileno Patricio Henrí­quez, reportaje que recordó a la pobla­ción gaditana el historial, no precisamente inmacu­lado, del hermoso na­vío visitan­te.

El pasado 22 de julio, el Esmeralda llegaba al puerto griego de El Pi­reo. En el muelle le aguar­daba una manifestación, encabezada por conocidos miembros del Parla­men­to heleno, que protes­taban por la visita. A bordo del buque, la embajadora de Chile en Ate­nas, en su alocu­ción oficial de saludo a los oficiales y alumnos, subrayaba el siniestro significado de la dictadura pinochetista. Ella tenía sobrada autoridad y conocimiento para proclamarlo, pues tal embajadora no era otra que Sofía Prats, hija del general Carlos Prats, el jefe del Ejército de Chile que precedió a Pinochet, y que fue asesinado por orden del dictador.

A su vez, en la visita del buque al puerto de Split (Croacia), también fue reci­bido con mani­fes­taciones hos­tiles, cuyas pan­cartas decían:Pinochet y Esme­ralda no pa­sa­­rán”.

AGRADECIMIENTOS: Gracias Prudencio García por tan excelente artículo. Gracias diario ’El País’ por publicarlo. Gracias a todas las personas de buena voluntad que ayuden a cerrar los puertos a la nave maldita, hasta que los cobardes marinos chilenos confiesen toda la verdad ante la Justicia y pidan perdón por las víctimas de su infamia. Hasta entonces no habrá olvido ni perdón. Máximo Kinast

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