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Gonzalo Rojas vuelve a nacer ahora y en la última hora.

Gonzalo Rojas vuelve a la semilla, regresa al origen corriendo a la materna hondura.

Por Javier Gimeno

 

Gonzalo Rojas, poeta del zumbido, hacedor de la “casa del ser”, acaba de morir a los 93 años en la ciudad hostil donde nunca quiso vivir ni mucho menos morir, Santiago de Chile. Poeta del sur –el sur es el ser-, oriundo de Lebu, allá en la región del Bio Bio, cuya mina de carbón, Lota, y su Chiflón del Diablo, sumergida a más de 200 metros por debajo del suelo marino, es el símbolo del sacrificio y del trabajo duro y mortal.  

 

“Nací en el mar, en una costa bien brava, la de Lebu, con la cueva del toro, que es un útero de mujer: pasa el mundo y estalla y resuena. El personaje central y único de mi ejercicio poético es el ritmo de ese socavón, que te permite respirar y asfixiarte al mismo tiempo. Aire y asfixia andan en el ejercicio mío”.

 

Del trabajo en la mina dejó constancia en el poema dedicado a su padre, minero:

Ahí viene el hombre, ahí viene / embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso / contra la explotación, muerto de hambre, allí viene / debajo de su poncho de Castilla. / Ah, minero inmortal, ésta es tu casa / de roble, que tú mismo construiste. Adelante: / te he venido a esperar, yo soy el séptimo / de tus hijos... 

Gonzalo Rojas ha sido, es, el poeta del carbón pero también del mar inmenso que baña el país en toda su largura (No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, / porque el mar -por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja como inútil estiércol… );

de la sensualidad, (Muslo lo que toco, muslo / y pétalo de mujer el día, muslo / lo blanco de lo traslúcido…);

de la fascinación por el cuerpo femenino (… Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane /la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas, / único cielo que conozco, permíteme / recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas…),

de la voz (Oh voz, única voz: todo el hueco del mar, / todo el hueco del mar no bastaría, / todo el hueco del cielo, / toda la cavidad de la hermosura / no bastaría para contenerte),

del silencio, (…y supo / oír en el silencio de mi niñez el signo, /el Signo / sigiloso / sin decirme / nunca / nada… )

de la luz por oposición a la oscuridad (Palpitante, / no sé si como sangre o como nube  / errante, / por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube, / oscuridad que baja, corriste, centelleante… ),

del tiempo (Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación / se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones / una semana más, los días van tan rápidos / al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro / y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas…);

del erotismo “traducido del gozo” (Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones, / te turbulentamente besara, / mi vergonzosa, en esos muslos / de individua blanca, tacara esos pies  / para otro vuelo más aire que ese aire  / felino de tu fragancia…),

del amor (¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué / es eso: ¿amor? ¿Quién es?...) que no es sino sexo puro, orgasmo “sagrado” (Hombre es baile, mujer / es igualmente baile, duran / 60, tiran / diez mil / noches,  / echan 10 / hijos y en cuanto / al semen ella / se lava el corazón / con semen, huele a los hijos, / a su hombre remoto lo /  huele con nariz caliente, ya difunto. / Con nariz de loca lo huele);  de la muerte (… me voy a mi semilla, / porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas / y en el pobre gusano que soy, con mis semanas / y los meses gozosos que espero todavía…)

Aunque no creía en ella como habitualmente se entiende, Rojas es también el poeta de la vida eterna, entendida ésta no en su sentido religioso: “para mí la vida eterna es la mujer […] Yo no entiendo el mundo sin mujeres. Yo no creo en la vida eterna… Siempre estoy peleando porque haya una mujer al lado mío, no importa que perturbe”, decía el poeta en una de las entrevistas  concedidas al periodista y escritor chileno Marcelo Mendoza en su libro de reciente aparición en Chile, Todos confesos.

Adversario declarado de Neruda –a quien calificaba de mala persona, sacacuentas y obsecuente, que no es de fe limpia y sana-, acaso por eso Gonzalo Rojas ha sido poeta poco conocido en su Chile natal, ni siquiera después de ser galardonado con los premios Reina Sofía (1992) o Cervantes (2003) y aun a pesar de haber recibido varios premios en su propio país, como el principal de todos, el Premio Nacional de Literatura y otros de enorme prestigio como el José Hernández o el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo.

Autor de numerosos libros de poemas, el primero fue autoeditado en 1948, La miseria del hombre. La mayoría de su obra ha sido publicada en el extranjero: Oscuro (Venezuela, 1977), Transtierro (España, 1978), Del relámpago (México, 1981), Materia de testamento (España, 1988), etc.

No sabemos si la historia de la literatura le colocará en el lugar que le corresponde, que ha de ser, sin duda ninguna, junto a Neruda y a Gabriela Mistral. Lo que sabemos es que su poesía será para siempre la gran hacedora de la palabra, la constructora de la casa del ser heideggeriana, como gustaba definirla el propio Rojas.

 

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