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Máximo Kinast Avilés

COLOMBIA: UNA COSA ES UNA COSA...

Por Gloria Gaitán

Reflexiones sobre un mensaje del Ejército de Liberación Nacional (ELN)

Por Gloria Gaitán

El ex presidente colombiano Alfonso López Pumarejo – un derechista con antifaz de progresista,  pero indiscutiblemente inteligente – decía: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, frase elemental pero sabia, porque no una, sino muchas veces, confundimos una cosa con otra y esa mezcla nos impide enfocar el problema de manera adecuada.

En un intento de separar conceptos, quiero detenerme en un reciente escrito titulado  Ausencia de voluntad política que suscribe el ELN, acompañándolo del lema “¡De la resistencia al poder popular! Ni un paso atrás… liberación o muerte”.

Allí plantean, si bien entendí, que un proceso de paz en el gobierno que hoy sábado, 7 de agosto de 2010, se inicia,  implicaría que Juan Manuel Santos, el nuevo presidente, aceptara hacer la revolución para pactar la desmovilización de la guerrilla. No otra cosa comprendo cuando dicen que “Este camino hacia la paz implica transformaciones de fondo a la sociedad, pues de nada valdría hacerle reverencias a una bandera blanca para que la pobreza, la indigencia, el desplazamiento forzado de 5 millones de compatriotas, los miles de mal llamados “falsos positivos”, el rampante desempleo, la complicidad con los neo paramilitares y  la corrupción desaforada, entre otras plagas, sigan devorándose sin piedad a nuestra querida Colombia”.

Pienso que esas “transformaciones de fondo a la sociedad” únicamente  se lograrán cuando el pueblo asuma el poder, llevando a la Presidencia de la República un mandatario de la talla de un Jorge Eliécer Gaitán, por ejemplo.

Pedirle al Presidente Santos, como lo plantean más adelante, que tenga  “el valor de ofrecer otro camino distinto a la guerra para construir un futuro de equidad, de justicia social, democracia real, de soberanía nacional.” Añadiendo que: “El Estado Colombiano y la oligarquía han tenido la oportunidad para hacerlo, los recursos y el tiempo, pero no lo han hecho. Habría que preguntarse el por qué. Sin duda es la ausencia de voluntad de paz”.

No es un problema de valor, ni de ganas,  es un asunto de ideología, porque ellos privilegian el desarrollo global del país, no importa – o poco importa – cómo esté distribuida la riqueza, pues argumentan que cuando el país sea rico y desarrollado se beneficiará todo el mundo…

El Presidente Santos es capitalista y no socialista. Nunca lo ha ocultado y es para aplicar esos principios y programas para lo cual llega al poder. Por lo tanto, no puede pretenderse que cumpla con un programa socialista como condición para la desmovilización de la guerrilla.

Por esa razón es que los pocos gaitanistas doctrinarios que tiene el país – porque gaitanistas admiradores de la imagen de Gaitán, pero ajenos a su ideología son montones -  no votamos en las últimas elecciones por Santos sino por Petro. Y ahora, lo que pedimos, no es que Santos haga la revolución – sería iluso – sino que la guerrilla se desmovilice para que no continúe en la labor paradójica de legitimar la llamada “seguridad democrática”, que no es otra cosa que una cortina de humo para esconder el dominio de este sistema salvaje, llamado capitalista, que nos viene gobernando.

Jamás Santos nos engañó. Fue claro en sus propuestas y, si queremos adelantar conversaciones de paz, hay que pedirle lo que su ideología y principios le permiten otorgar, que no sería mucho, pero fundamental, y es que el gobierno respete el verdadero sentido de la democracia para que Colombia goce de un auténtico Estado de Derecho, donde la izquierda pueda, con sus ideas y sus programas, convocar al pueblo, educarlo políticamente y convencerlo de que sus intereses no pueden ser defendidos por quienes creen que el capitalismo es un camino válido para alcanzar el bienestar, la justicia y la equidad.

Eso le podemos pedir a Santos, porque el capitalismo puede y debe funcionar – según sus fundamentos teóricos – bajo la égida de la democracia en el marco de un Estado de Derecho, como sucede en los países nórdicos.

 El ELN –también las FARC  y muchos de los que privilegian la lucha armada– se preguntan entonces ¿para qué desmovilizarse? La respuesta es simple, pero drástica: para que el pretexto de la lucha armada no continúe – en contra del querer y la voluntad de la propia guerrilla – legitimando el sistema inequitativo que nos domina. Así de simple, pero también así de importante.

Leo con frecuencia de la guerrilla y de sus partidarios una verdad de a puño. Afirman que la guerrilla no está debilitada militarmente y tienen toda la razón. Pero ¡ojo! está debilitada su legitimidad y eso es muchísimo más grave que estar incapacitada desde el punto de vista de la capacidad operativa. Están, entonces,  debilitadas políticamente en el imaginario popular y ese factor es clave en el camino hacia el poder. Para intentar demostrarlo, voy a tomar el caso de nuestra independencia, ahora que, justamente, estamos celebrando el Bicentenario.

Nuestra independencia pasa por dos etapas. La primera se presenta cuando Napoleón Bonaparte logra obtener, mediante tretas,  la abdicación de la dinastía que reinaba en España con Fernando VII, quien había sucedido a su padre Carlos IV, por haber abdicado.  

Napoleón instaura en el trono a su hermano José, pero no logra la legitimidad suya en la opinión del pueblo español y será esta ilegitimidad la que llevará a la pérdida a Napoleón en España y permitirá el regreso al trono de Fernando VII, porque los pueblos no se gobiernan solamente regidos por las instituciones establecidas sino por la legitimidad que les otorga el imaginario colectivo. De ahí que sea tan sabia la definición que hiciera mi padre, Jorge Eliécer Gaitán, de lo que es cultura diciendo: “Cultura es el repertorio de convicciones que rige realmente la vida de un pueblo”.

Al ascender José I Bonaparte al trono de España, los órganos autóctonos de poder, como el Consejo de Castilla y la Junta Suprema Central, rechazaron esa proclamación del hermano de Napoleón, lo que llevó a que en Suramérica se establecieran igualmente “juntas” que, en su mayoría, pedían el regreso de Fernando VII y sólo algunas, tímidamente, proclamaban su voluntad de independencia de España. Basta leer, por ejemplo,  la autodefensa de Nariño y recordar el difundido grito de “Viva el Rey, abajo el mal gobierno” para constatarlo. Es decir, que la legitimidad de la monarquía no estaba resquebrajada, por lo cual era imposible que fuera derrotada.

Sólo cuando Fernando VII retoma el poder y lanza, a sangre y fuego, la campaña llamada de Reconquista contra las juntas suramericanas, ajusticiando a los patriotas que las encabezaron, es cuando pierde legitimidad la monarquía y, al resquebrajarse su autoridad, se les abren posibilidades a los ejércitos liderados por Bolívar y San Martín.

Antes del proceso de la “Reconquista” esta gesta patriótica no habría sido posible y, sin el “levantamiento del 2 de mayo”, ocurrido en la península española en 1808, las juntas patrióticas que surgen en diversos puntos de Suramérica no se habrían dado, al menos en ese momento.

En tiempos más modernos, si Jorge Eliécer Gaitán no hubiera deslegitimado el régimen de Mariano Ospina Pérez y a las oligarquías liberales y conservadoras, jamás habría logrado convertirse en el dirigente político más prestigioso de su época, derrotando estruendosamente al oficialismo de los partidos tradicionales, el liberal, el conservador y el comunista.

El despeje de la zona del llamado Caguán, en el departamento del Caquetá en Colombia, ideado por Clinton – quien para estas lides asesoró al entonces presidente Andrés Pastrana – tenía como objetivo fundamental iniciar el proceso de deslegitimación de la guerrilla, procedimiento que se ha venido desarrollando sistemática y premeditadamente desde entonces, con un éxito rotundo, que es el que ha capitalizado Álvaro Uribe pero que, en realidad de verdad, gestó e inició Andrés Pastrana.

No importa de cuántas armas disponga la guerrilla, mientras esté deslegitimizada en la conciencia ciudadana habrá perdido la guerra, así se mantengan importantes y bien armados campamentos suyos en diferentes puntos del país.

Lo que agrava aún más este asunto es que, de paso y carambola, este proceso ha deslegitimado a toda la izquierda colombiana, aún la que recorre los caminos llamados civilistas, despojándola así de una verdadera capacidad de lucha y triunfo en el terreno electoral. Mientras perviva la guerrilla, dadas las condiciones de deslegitimación presentes, la izquierda sólo podrá sobrevivir menguadamente, pues de todas maneras al sistema le interesa que figure una izquierda derrotada en las urnas, que dé la apariencia de que existe el juego democrático.

Por lo tanto, no desvirtúo la validez ética de la lucha armada. En algunas coyunturas es plenamente válida, como lo fue hace 200 años para lograr el triunfo de los ejércitos libertadores de Nuestramérica y como lo era en el momento en que Gaitán, en su Oración por la Paz, habló de la legítima defensa, que fue lo que ejerció la guerrilla que se conformó después de que Jorge Eliécer Gaitán hubiera sido asesinado. Pero en otras ocasiones la lucha armada no es una opción, porque es ineficiente e, incluso como ahora, le hace el juego a la deslegitimación de una revolución popular, al legitimar en el subconsciente colectivo la represión disfrazada con el nombre de “seguridad democrática”. No se trata de un juicio moral, sino de un planteamiento táctico en el marco de la coyuntura presente.

Estoy planteando lo mismo que le expuse al Comandante Piñeiros, llamado “Barba Roja” – jefe en ese entonces del servicio de inteligencia de Cuba – cuando me planteó que el Che Guevara quería que yo me fuera con él a la guerrilla. Le respondí –con el alma en la boca– que no, porque yo no creía en el foquismo y pensaba que esa no era la senda que conduciría a sus sueños de justicia y equidad, que yo compartía en su totalidad, a pesar de no ser yo marxista.

Se trata de un asunto de senda a seguir y no de objetivos, ruta que ha de tomarse según el tiempo y el lugar y, como vengo diciéndolo,  la guerrilla colombiana ha perdido toda legitimidad en el imaginario colectivo colombiano, lo que la hace estéril para el objetivo natural de querer tomarse el poder.

La vía del aquí y del ahora es la llamada civilista. Pero claro, no bastará la desmovilización para que surja de inmediato un movimiento popular de largo aliento. Se requerirá contar con un cuerpo de doctrina orgánico y funcional, moderno y visionario, con unos dirigentes que cambien sus hábitos mentales, que los mantienen atados a la estaca de la infertilidad.

Ojalá estudiaran el cuerpo de doctrina político de Jorge Eliécer Gaitán, una teoría visionaria, aún hoy con sorprendente validez,  que le permitió ser exitoso, pero que la izquierda no se da el trabajo de estudiar porque ¿para qué? si creen que para conocer a Gaitán basta con el sólo hecho de saber que consagró su batallar al pueblo. Eso no es suficiente. Hay que estudiar su original teoría política para disponer de un cuerpo de doctrina eficiente y eficaz. He ahí el segundo problema, además de la urgente necesidad de cuajar la desmovilización guerrillera sin pedir – por favor – que Santos haga la revolución para aceptar firmar la paz y el armisticio.

 Bogotá, 7 de agosto de 2010   

Colombia


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