CARTA DEL HIJO DE UNO DE LOS HÉROES DE LA MONEDA
Estimados amigos, artistas y colegas
Les escribo para compartir con ustedes un hecho de importancia nacional y de mucho dolor para mi.
Mi padre, Héctor Ricardo Pincheira Núñez, Médico y asesor de Allende, Detenido Desaparecido desde el Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, después del análisis de ADN nuclear realizado, se confirma que fueron encontrados sus restos en el Fuerte Arteaga.
Los detalles son escabrosos, algunos de ustedes conocen la historia, pero finalmente, por duro que sea ésta, es importante descubrir las atrocidades cometidas en dictadura. Es importante hacerlas visible en el panorama político que estamos viviendo.
La información se nos entrego el lunes a los familiares por el equipo investigador de Servicio Médico Legal y el juez Fuentes Belmar. A pesar que a sido publicado en algunos medios, creemos que no ha tenido la cobertura que se merece.
El grupo que estuvo hasta último momento en la Moneda, resistiendo el Golpe, se merece ser tratado como héroes, fue por sus convicciones que permanecieron en la Moneda defendiendo la constitucionalidad.
Como ustedes saben, yo he desarrollado un constante trabajo artístico en relación a esta historia, que también es la mía, de manera velada o explicita, he tratado de hacerla visible, es por esta razón que comparto con ustedes este hecho, si alguno de ustedes cuenta con medios de comunicación, de la índole que sea, se les agradece difundirlo.
Adjunto un artículo que salió en La Nación, este lunes pasado.
Saludos Afectuosos
Máximo Corvalán-Pincheira
IDENTIFICAN A 11 DESAPARECIDOS DE LA MONEDA EN 1973
Por Jorge Escalante / Lanacion.cl
Entre los reconocidos se encuentran los colaboradores de Salvador Allende, Enrique Paris Roa y Héctor Pincheira Núñez, y nueve integrantes del GAP. Nombres de las víctimas aparecían como “lanzados al mar” en informe del Ejército a la Mesa de Diálogo.
Habla el subteniente que disparó la ametralladora: La otra cara de la moneda
Uno a uno fueron cayendo los cuerpos a un pozo de casi 10 metros de profundidad. En medio de un “¡viva la revolución chilena!” y ruidos de metralla llegó el fatídico final de los prisioneros de La Moneda ese jueves 13 de septiembre en Peldehue.
Aquí habla el hombre que los fusiló.
Por Jorge Escalante
Nacion Domingo
Con las manos húmedas y temblando el subteniente de 21 años tomó la ametralladora instalada en tierra y los mató de a uno. Pero alcanzó a ejecutar sólo a cinco de los 20 prisioneros. Cuando le disparó al quinto lanzó un grito desgarrador que retumbó en los cerros de Peldehue: “¡no puedo más!”. Entonces otro militar del regimiento Tacna tomó el arma y continuó la masacre. Minutos más tarde los hombres más cercanos a Allende, apresados en La Moneda el día del golpe, estaban muertos.A las 10 de la mañana del jueves 13 de septiembre de 1973 el comandante del Tacna, Luis Joaquín Ramírez Pineda, le ordenó al subteniente comandar el grupo de 14 efectivos, entre oficiales, suboficiales y clases, que debía conducir esa misma mañana a los prisioneros para ser fusilados en Peldehue. Ni él, ni los tres suboficiales a quienes entrevisté, tienen duda de que la orden para matarlos la dio Ramírez, aunque suponen que la decisión no la tomó solo.
Pero Juan Seoane, jefe de los detectives asignados a La Moneda que combatieron el día del golpe y que también fue tomado prisionero y llevado al Tacna, afirma que Ramírez quería matarlos esa misma tarde. “Gritaba descontrolado y ordenó ejecutarnos en el mismo regimiento, pero otros oficiales lograron convencerlo de que no era el lugar adecuado. El preparó toda la ejecución”, dijo.
Hoy el general Ramírez Pineda está preso en Buenos Aires esperando que un tribunal argentino resuelva si lo extradita a Francia, donde es requerido por el secuestro y desaparición del médico siquiatra, ex asesor del Presidente Allende, Georges Klein Pipper, uno de los ejecutados en Peldehue de La Moneda.Pero Ramírez ha negado todo ante los tribunales chilenos. Diez días antes de ser arrestado por la Interpol en Buenos Aires, el pasado jueves 12 de septiembre por una orden de captura expedida desde Francia, prestó su última declaración ante un juez y volvió a negar todo.
Dramático encuentro
El subteniente es hoy una persona de 50 años, destruida síquicamente.“Cada noche me atormento con el recuerdo de lo que hice y he pensado en quitarme la vida”, dijo. La conversación de dos horas con él fue dramática y estremecedora.
A los pocos minutos el hombre estaba llorando desconsoladamente. Se arrancaba los cueros ya resecos de sus manos, hechas tiras por la desesperación. Nunca paró de llorar o sollozar.“Si no hubiera sido sólo un subteniente de 21 años a lo mejor me habría atrevido a decir que no, pero era mi vida o la de ellos”, repetía mirando al cielo despejado en esa mañana calurosa de sol que hablamos sentados en una plaza al oriente de Santiago.“Lo único que le pido es que me proteja, y ya que me ubicó, nunca mencione mi nombre, se lo pido por mis hijos y mi esposa. No me traicione para poder volver a creer en el ser humano”.
La forma cómo lo dijo y lo que dijo me remeció. Por ello, y a pesar de que su nombre y declaraciones están registrados en el proceso por los desaparecidos de La Moneda que instruye el juez Juan Carlos Urrutia del Quinto Juzgado del Crimen de Santiago, éste se omite en la crónica y se le nombra como “El subteniente”.“Cuando me llamó y no me quiso decir de qué quería hablar conmigo, pensé que usted era un familiar de las víctimas. Mi cabeza me daba vueltas porque no sabía cómo iba a enfrentarlo”, fue lo primero que dijo.
Como instructor de la Batería de Plana Mayor del Tacna, “El subteniente” fue uno de los que ingresó a La Moneda después del bombardeo al mando de un contingente. Fue herido en un hombro y su casco impactado por tres balazos disparados por quienes resistían en el palacio de gobierno. Los otros tres suboficiales con quienes conversé también combatieron ese día, disparando hacia el palacio y las terrazas y ventanas de los edificios colindantes, desde donde fueron atacados con nutrido fuego. “Yo trataba de darle al cabrón del GAP que estaba en uno de los balcones de La Moneda con una punto 50, causando varias bajas entre nosotros”, dijo uno de los suboficiales.
Sale la caravana
Cerca de las 11 de la mañana de ese 13 de septiembre la comitiva con los prisioneros salió del Tacna. Los detenidos, unos 20 o poco más, coinciden los testigos presenciales, fueron subidos a un camión militar sin toldo con las manos amarradas con alambre a la espalda y sin venda en los ojos. “Iban todos tendidos en el suelo y tapados con una lona”, recuerda el suboficial a quien llamaremos “Uno”.
La conversación con él fue acordada a las doce y media de la noche de un día para llevarse a efecto a la mañana siguiente, fresca y semi nublada, en una esquina cercana al centro. Los tres suboficiales pidieron lo mismo: no ser identificados con su nombre, a pesar de que también ya declararon ante el juez Urrutia. “Ni mis hijos ni mi esposa saben en lo que me tocó participar, nunca les he dicho”, dijo “Uno”.
Antes de que los detenidos fueran subidos al camión, “Uno” afirma que “había un militar, un oficial que estaba de civil, alto, delgado, de pelo largo, cara huesuda, moreno, que fue identificando a cada uno de los prisioneros. Los identificaba y los subían al camión. Se decía que él había operado infiltrado en el GAP de Allende y por eso conocía a todos los GAP y asesores del Presidente”. Cuando todo estuvo preparado, “Uno” afirma que “al momento de salir, el coronel Ramírez ordenó quién iba en tal o cual vehículo y a cargo de tal o cual armamento”.
El camión salió conducido por el suboficial Alfonso Cerón Espino, ya fallecido. A su lado iba un oficial. “Sentados en la baranda de la parte de atrás, custodiando a los presos, iban cuatro militares. Dos en cada baranda. En la baranda izquierda iba el subteniente Maureira y un suboficial, y en la derecha iban sentados los cabos Soto y Bravo”, afirma “Uno”.(El suboficial “Dos” negó haber participado en el grupo que sacó a los presos a Peldehue, pero “Uno” asegura que iba en el camión. “Tres” también lo negó, aunque todo indica que también fue parte, pero sin embargo admitió haber integrado la brigada Puren de la DINA desde sus inicios hasta el final, y luego haber servido en la CNI.
Ambos confirmaron el episodio con los prisioneros de La Moneda). El camión viajaba entre dos jeeps militares que lo escoltaban. Cada uno de ellos portaba una ametralladora desmontable. “Uno” conducía el jeep que seguía al camión. En cada jeep iban cuatro militares del Tacna. En total iban 14 efectivos.
Un disparo en el camión.
Al salir del regimiento se les unió un automóvil particular con tres civiles a bordo. “Se notaba que eran oficiales de civil, pero no del Tacna”, sostiene “Uno”. “Al cruzar el Mapocho rumbo a Peldehue se nos unió el otro auto particular con un civil y dos oficiales en uniforme, pero sin grados. Ese fue el vehículo que quedó encabezando la caravana”, dijo.
Durante el trayecto uno de los prisioneros gritó e intentó zafarse de la lona, por lo que uno de los custodios hizo un disparo, hiriendo en la mano izquierda al suboficial que viajaba en una de las barandas. El clase que viajaba a cargo de la ametralladora en el jeep de “Uno” quiso comenzar a disparar para matarlos a todos de inmediato, pero éste se lo impidió diciéndole que era una locura.
Arribados al predio del Ejército en Peldehue que servía de lugar de campaña al Tacna, uno de los dos militares uniformados sin grado unidos al grupo y quien quedó comandando toda la operación, dio la orden de bajar a los detenidos.
A “Uno” y a los otros les parece que, por los rasgos físicos, podría tratarse del entonces mayor Pedro Espinoza Bravo, quien luego fue el segundo hombre de la DINA, pero admiten dudas.Los prisioneros fueron bajados de a uno. “Se veían tranquilos y enteros, solo uno lloró y dijo que era inocente”, recuerda “Uno”.Formados todos en tierra, el oficial a cargo dio la orden a “el subteniente” de que procediera.
La ejecución
“Se desmontó una de las ametralladoras de los jeeps y se instaló como a unos 10 metros. Había un pozo profundo. Cada detenido fue parado frente al pozo, de espaldas a la ametralladora, y entonces yo comencé a disparar”, afirmó “El subteniente”.“Todos al ser ejecutados conservaron su dignidad y no se produjeron intentos de fuga. Ninguno pidió clemencia y algunos murieron gritando consignas políticas”, es otro de sus recuerdos.“¡Viva la revolución chilena!”, dice “Uno” que escuchó a la distancia, donde junto a los suboficiales y clases fue instalado para proteger un amplio perímetro durante la operación.
Los cuerpos iban cayendo pesadamente al pozo de 8 a 10 metros de profundidad por 2,5 a 3 metros de diámetro. “Estaba seco, porque antes se había tratado de sacar agua para hacer una noria”, recordó “Uno”.Ejecutados todos, el oficial sin grado que hizo de jefe en el lugar los formó al personal y lo arengó: “Lo que ustedes vieron y escucharon jamás existió, recuérdenlo muy bien. Todo se hizo por la patria. Estos marxistas merecían morir. Ahora, regresarán a su unidad”.Pero antes de partir, “El subteniente” sostiene que “los oficiales que vigilaron la operación lanzaron granadas al interior del pozo.
De los que se acoplaron a nuestro grupo, el oficial a cargo era una persona de unos 30 o 40 años, tenía estatura media, contextura corpulenta y usaba unos bigotes”. Ese podría ser Pedro Espinoza.
La arenga de Ramírez
De regreso al regimiento, el coronel Joaquín Ramírez formó a todo el grupo que nominó para el traslado y ejecución de los prisioneros y les dijo: “Esto era lo que había que hacer con esa gente, todos peligrosos marxistas. A ustedes no les pasará nada porque todos ellos fueron condenados en un rápido juicio por un tribunal militar.
Quédense tranquilos”. “El subteniente” y “Uno” no olvidaron esas palabras de Ramírez, como tampoco lo que debieron hacer en Peldehue. “Me doy cuenta de que no puedo olvidar nada, he estado en tratamiento siquiátrico y por eso tuve que dejar el Ejército en 1983.
Cada vez que el juez me llama a interrogatorio me voy con mi maletita con mis cosas. Espero que me pase cualquier cosa. Yo vivo solo el día, si fue triste, si fue menos triste, si lloré más o lloré menos, ese fue un día más que viví”, dijo en otro ataque de llanto desatado “El subteniente”.
- ¿Hay algo que pueda ocurrir para que usted alivie su dolor? –le pregunté conmovido-.
- Yo creo que nada -respondió con lentas palabras-. - ¿Ha pensado en encontrarse con los familiares de las víctimas?, tal vez eso podría ayudarlo a despejar parte del conflicto. - Lo he pensado alguna vez, pero es muy difícil. Entonces le dije que tenía que hacerlo, porque eso le iba a ayudar, y le ofrecí contactarlo con algunos de ellos. Lo sentí un hombre absolutamente entregado y sobretodo desprotegido, inmensamente vulnerable. A pesar de todo, mantenía un nuevo trabajo y hablaba de sus hijos y su esposa. Había pasado años sumido en el alcohol y le había resultado peor. Ahora estaba lejos de ello. Me di cuenta de que él mismo era una víctima de sus muertos que lo perseguían. “Dejemos que siga el camino de la justicia”, dijo al despedirnos, y pasó a un almacén a comprar pastillas de menta.
1978: Del pozo al helicóptero
Cinco años más tarde, a las 07.30 de una mañana de diciembre de 1978, “Uno” caminaba de uniforme por el sector del Parque O’Higgins para ingresar al Tacna. Sintió pasos detrás suyo que se apuraron al verlo y escuchó que lo llamaban. Pensó que lo querían asaltar y también apuró el tranco y entró al regimiento.Inició sus actividades diarias pero a los pocos minutos lo llamó el comandante del regimiento. “Me llamó el coronel Ricardo Canales, y me dijo que tenía que acompañar a unos señores a hablar con un general al ministerio de Defensa. Quédese tranquilo que no le va a pasar nada”, dice “Uno” que le dijo el coronel Canales Varas. Su sorpresa fue grande cuando se dio cuenta de que “los señores” eran los civiles que lo habían seguido momentos antes.Partieron al que hoy es el edificio de las Fuerzas Armadas y subieron al quinto o sexto piso.
Esperaron unos minutos y los hicieron entrar a una oficina.“A mi me parece que era el general Morel, era alto, maceteado, medio canoso y de frente muy ancha. Me dijo mire... usted sabe donde enterraron a los de La Moneda y hay que limpiar el lugar. Usted será quien indique el lugar preciso”, recuerda “Uno” que le dijo el general. Sus cálculos son que ese general era el comandante de la Guarnición de Santiago “que es el que manda y resuelve todo en una región militar”.Y el general Enrique Morel Donoso, edecán de Augusto Pinochet entre 1973 y 1974, fue nombrado comandante de la Guarnición de Santiago en noviembre de 1977. Sus rasgos físicos coinciden con los que “Uno” dio en nuestra conversación. Los civiles regresaron a “Uno” al cuartel y allí entonces el comandante Canales le dio la orden de guiar a personal de inteligencia del regimiento a Peldehue, para ubicar el lugar exacto y realizar el desentierro.
Con retroexcavadora y pisco
La alarma había sonado en los cuarteles después de que a fines de 1978 se descubrieron los 15 cuerpos de los campesinos en los hornos de Lonquén, cerca de Santiago. Era el primer hallazgo masivo de víctimas y la orden fue comenzar a limpiar los entierros clandestinos numerosos, para evitar nuevos problemas.“Uno” partió en un vehículo guiando a un reducido grupo de personal de inteligencia del Tacna que vestía de civil. No iban oficiales. Los puntos de referencia eran un montón de árboles y una construcción que servía para el rancho durante las campañas del regimiento. A “Uno” no le costó mucho hallar el pozo que ahora estaba totalmente cubierto y señaló el punto exacto.
Luego apareció una retroexcavadora y un camión con clases que iban preparados con palas y guantes para realizar la operación más fina. “Ahora llegó el capitán Luis Fuenzalida Bravo para hacerse cargo de la tarea. El era el jefe de Inteligencia del Tacna”, dice “Uno”.
“La retroexcavadora comenzó a cavar profundo hasta que aparecieron los primeros restos”. “Uno” recuerda que algunos de los cuerpos que no alcanzaron a ser destrozados por las granadas estaban enteros y guardaban rasgos físicos, dada la característica de la tierra de la zona.
“Los fueron sacando con palas de mano y metiendo en sacos. La descomposición parece que se aceleró al entrar el oxígeno y el olor era insoportable. La gente se tomó varias botellas de pisco para poder trabajar”.De repente llegó el comandante Canales a verificar que todo se estaba cumpliendo como se había ordenado por el general que habló con “Uno” y por él.Una vez ensacados cuerpos y restos, apareció un helicóptero. “Eran ya cerca de las ocho de la noche y había luz natural todavía. Pero el espectáculo era tremendo.
Empezaron a subir los sacos al helicóptero. Sabíamos que los iban a tirar al mar. Eso se sabía”, rememoró “Uno”, aclarando que no le tocó palear para sacar los cuerpos. El helicóptero elevó el vuelo y todos regresaron al Tacna. Allí se ducharon y se refregaron varias veces, todavía medio borrachos, y quemaron toda la ropa con la que habían trabajado.
Huellas en la tierra
Luego de terminada a mediados de 2000 la mesa de diálogo sobre Derechos Humanos y evacuado en enero de 2001 el informe de las Fuerzas Armadas sobre el destino de 200 detenidos desaparecidos, el pleno de la Corte Suprema designó a la ministra Amanda Valdovinos para que investigara un antecedente anónimo que mencionaba: “
A cinco kilómetros del recinto de campaña, en una caverna frente al sector cordillerano NASA, veinte cráneos”.Después de múltiples búsquedas apoyada por peritos de diversos servicios y la policía de Investigaciones, a fines del primer semestre de 2001 la magistrada logró dar con la “gran fosa” como la calificó en sus informes a la Corte Suprema. Los datos que aportaron militares que participaron tanto en los fusilamientos como en el posterior desentierro de 1978, fueron fundamentales para hallar el lugar.
Ubicada la fosa (o el pozo según “Uno”), la magistrada fue encontrando piezas óseas múltiples (unas 500), entre dientes y fragmentos de cráneo y mandíbulas. Otro hallazgo avala los relatos de “El subteniente” y “Uno”: “se encontraron restos de granadas, material balístico y numerosos elementos culturales de la época (1973)”, estableció la jueza en su primer informe del 8 de marzo de 2002.
“Se trata de restos de personas que estuvieron en el Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, fueron trasladadas al regimiento Tacna, y posteriormente a Peldehue donde habrían sido fusiladas días después”, escribió la ministra en el mismo informe.Veintinueve años después, la tierra habló y algunos de los actores principales también.
De acuerdo a los largos peritajes médico legales practicados por un equipo del Servicio Médico Legal y peritos particulares designados por la magistrada, se logró concluir, aunque aún no se da a conocer oficialmente, que los restos hallados pertenecen a 13 (o 14) personas, todos ex asesores del Presidente Allende y ex integrantes de su guardia personal GAP.
Estos son*: Jaime Barrios Meza; Daniel Escobar Cruz; Enrique Huerta Corbalán; Claudio Jimeno Grendi; Georges Klein Pipper; y Arsenio Poupin Oissel, todos ex asesores. Y los ex GAP: Oscar Lagos Ríos; Juan Montiglio Murúa; Julio Moreno Pulgar; Julio Tapia Martínez; Oscar Valladares Caroca; Juan Vargas Contreras; y Domingo Blanco Tarrés, jefe del GAP. Son los desaparecidos de La Moneda, cuyos cuerpos aún faltan encontrar.
Los 13 aparecen como “lanzados al mar” en el informe de las Fuerzas Armadas, como efectivamente “Uno” dice que habría sido. Lo que ocurrió es que la operación no fue “limpia” (como también sucedió en Calama y Chihuío) y los huesos que quedaron permitieron verificar la masacre de Peldehue.
Enviado por:
Máximo Corvalan-Pincheira
Artista Visual
www.maximocorvalan.cl
* El periodista olvida mencionar a Héctor Ricardo Pincheira Núñez, má conocido como ‘Máximo’, en este párrafo que nombra a las víctimas.
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