YO SOLO QUIERO QUE EL MAPUCHE SEA FELIZ
Tercera y última carta a Michelle Bachelet
Tito Tricot
Te voy a confesar algo que nunca he contado: allí en la profunda soledad de la tortura, no pensaba ni en mi tensa desnudez, ni en los golpes, ni en los gritos, ni en el forzado desconcierto de mis ojos perdidos en la oscuridad. Sólo pensaba en qué no decir, en ganar tiempo, en tramar historias insólitas para darle tiempo a los hermanos para escapar. Pero, también, entre los fulgurantes relampagazos de la electricidad horadando hasta los huesos, bregaba por encontrar las palabras precisas para despedirme de mis hijos. Porque me matarían, lo habían hecho mil veces, decían. Y me desaparecerían y lanzarían al mar, lo habían hecho mil veces, decían riendo. Y yo en las sombras viendo sus caritas de niños, besándolos por última vez con toda la ternura posible, susurrándoles al oído que no importaba, que no estuviesen tristes, que todo valía la pena. Que un campanario de lluvias les alegraría la vida cuando Chile fuese distinto, cuando ya no existiera la dictadura y el miedo pasase a ser sólo un lejano recuerdo en el viento de la memoria.
Te lo cuento, pues tal vez pensaste lo mismo, o lloraste lo mismo o gritaste lo mismo en los aciagos momentos de la tortura. Y quiero contarte también que pensaba en mi compañera embarazada de cinco meses, detenida ella sin compasión alguna, con su mirada oceánica y su sonrisa de niña a cuestas, acusados de terroristas, por cierto. Lo que no pensé jamás es que dos décadas después, otros jóvenes, otras miradas, otras sonrisas, otras manos, otros sueños, serían acusados también de terroristas, por el sólo delito de ser mapuche.
Es como si a ustedes les molestara el humo y el ancestral olor a tierra húmeda; es como si les irritara la espiga de su morenidad, el canto del ñankucheu. No se, sus silencios de indios, que son los silencios de la paciencia que se esconde por los montes y suena el kull-kull denunciando el eterno despojo. Y ¡Cómo han despojado al mapuche! Y ¡Cómo han reprimido al mapuche! que por defender su tierra con colosal coraje los españoles les quisieron arrebatar el alma, y los chilenos de ayer le llamaron salvaje y los chilenos de hoy le llaman terrorista.
Pero terrorista era la dictadura que hacía explosar en mil pedazos a una inerme joven atada a un poste, no un comunero pobre que esgrime una honda para defenderse de la policía.
Terroristas eran los cobardes oficiales de Armada que torturaron hasta la muerte al sacerdote Miguel Woodward, no una machi que ruega por su pueblo. Terroristas son los que desaparecieron a nuestros hermanos y hermanas para siempre en algún ignoto río, no un niño mapuche que sólo quiere jugar bajo la lluvia.
Terroristas son los que mataron a Orlando Letelier en Estados Unidos, los que violaron, maniataron, quemaron, acribillaron y exilaron, no un anciano mapuche sentado en derredor del fogón contándoles a sus nietos de un país tan antiguo como el viento.
Te lo digo, porque en algún momento nos conocimos, aunque no te acuerdes de nosotros y porque en la mirada atemorizada de los niños mapuche veo a mis propios hijos cuando pensé que jamás nunca volvería a verlos. Porque me duele que a esos niños y niñas mapuche se les golpee, se les acribille a perdigones, se les amenace, se les cercene sus sonrisas a golpes de policía.
Es inmoral que se reprima al mapuche que solamente lucha por su derecho a la tierra y por su derecho a ser diferente, pero aún lo es más que se aterrorice a niños que desde que nacen sólo conocen de la increíble violencia del Estado chileno.
Yo soy chileno, pero a veces no quiero serlo; no soy mapuche, pero a veces quiero serlo. O quizás no ser ninguno de los dos, a fin de cuentas somos diferentes y podemos convivir como hermanos en un país sin horizontes; un país multicultural y multinacional donde se respete al otro y el otro sea él mismo sin temor alguno.
Mientras tanto, me declaro culpable de aún creer en los sueños que dibujamos hace quizás cuántos años, de haber sobrevivido a la dictadura, de estremecerme con el canto taciturno de Víctor Jara, de conocer una machi hermosa que derramó una lagrima de alegría la primera vez que rozó el mar. De creer en la infinita justicia de la lucha del pueblo mapuche por su tierra, por su territorio, por su memoria, por la posibilidad de seguir existiendo sin pedirle permiso a nadie.
Me declaro culpable de creer que algún día asomará fugazmente su sonrisa melancólica un desaparecido para endulzar el corazón de la eterna espera de una madre anciana. Entonces, quizás, todo habrá valido la pena y ya no sentiremos miedo del miedo y no habrá más mapuche asesinados para usurparles su tierra. Y en ese proverbial momento un campanario de lluvias nos alegrará la vida cuando Chile sea distinto, cuando ya no exista la dictadura para los mapuche y el miedo pase a ser sólo un lejano recuerdo en el viento de la memoria.
Por eso te escribo, porque algún día nos conocimos, aunque ahora nos separen cascadas de silencio y de sueños.
Tito Tricot
Sociólogo
Director
Centro de Estudios de América Latina y el Caribe
CEALC
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