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Máximo Kinast Avilés

RACISMO Y LUCHA DE CLASES

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Sur y Sur

Nieves y Miro Fuenzalida.*

Después de una centuria y media de la publicación del Manifiesto Comunista el capitalismo no solo continua vivo, sino que se ha extendido a todos los rincones del planeta, los partidos comunistas parcialmente disueltos, la clase obrera debilitada y los estados socialistas desaparecidos, desmembrados o desprestigiados. No exactamente lo que Marx había imaginado.

 

Lo que el marxismo le ofreció a varias generaciones de luchadores fue un modelo explicativo holistico de la naturaleza humana y la evolución social con sus actores políticos centrales y las fuerzas materiales que los motivaban. Un modelo que, a pesar de ser diferente al del liberalismo, compartía con este la narrativa más amplia del Iluminismo Europeo.

 La modernidad, según ambos modelos, es el fin de la Antigüedad y el mundo medieval. Para muchos luchadores y teóricos indígenas y negros del Tercer Mundo, sin embargo, esta es una narrativa profundamente Eurocéntrica al proyectar un modelo normativo global de cambio y transición moral que solo corresponde a Europa e ignora la emergencia y consolidación de una nueva desigualdad estructural que fue fundamental al desarrollo de la Modernidad. La raza, según ellos, es el espectro que nace en Europa y hasta el día de hoy domina al mundo moderno.

Cualquier texto de filosofía política contemporánea que uno abra contiene la idea de la igualdad moral y política inscrita en la práctica cívica de cada nación. Pero, como muestra el teórico caribeno Charles W. Mills (European Spectres) lejos de ser un principio axiomático esta creencia es, obviamente, falsa o, a lo menos, engañosa al representar como un cambio normativo global lo que es solo un cambio normativo Europeo.

El paso de un mundo estrictamente jerárquico a un mundo de igualdad jurídica individual es solo valido para el europeo. En la práctica un nuevo sistema jerárquico fue creado por el expansionismo occidental (esclavitud, colonialismo, asentamientos) que sirvió de base económica para establecer la superioridad europea sobre el resto del mundo.

Según Mills la teoría marxista no le ha dado la importancia necesaria a la significancia que las ramificaciones de este sistema han tenido. El reproche marxista a la igualdad individualista liberal es que deja los privilegios económicos intactos. Hemos ganado la libertad formal, pero hemos conservado los privilegios económicos. Necesitamos una revolución diferente que supere las estructuras de desventajas económicas que son las que en última instancia crean la desigualdad radical. Pero en esta narrativa marxista, dice, la raza es invisible. No aparece por ningun lado.

Solo lucha de clases y esta lucha no tiene color. Lo que es fundamental en la vida real, en la situación concreta de los hombres es su desarrollo tecnológico y las relaciones de producción en las que se encuentran inmersos. Es esto lo que configura su existencia y todo lo que es básico a ella puede derivarse de aquí.

Lo que permanece implícito en esta caracterización de Marx y Engel, sin embargo, es que este trabajador incoloro y sin raza es, en realidad, blanco. Este es el sujeto beneficiado con la abolición de las jerarquías y castas medioevales. Si el trabajador blanco al vender su trabajo genera un valor que es apropiado por el capitalista, el esclavo y los condenados a trabajo forzado en las colonias ni siquiera tienen la oportunidad de vender su trabajo. Según Lenin esta es una súper explotación. Pero, si esta diferencia es importante, la realidad distintiva de la raza y sus efectos en la determinación del sujeto no se exploran y, últimamente, la diferencia es reducida a la clase.

Si la dominación racial no se ve como un sistema de opresión política es porque la opresión racial es solo una de las manifestaciones de la opresión de clases. El racismo se ve como un conjunto de ideas y valores impuesto a la clase trabajadora por la burguesía. En el modelo social marxista clásico de base y súper estructura, la clase se ubica en la base y la raza en la súper estructura, una variante particular de la ideología burguesa. Desde que los proletarios no tienen país, tampoco tienen raza.

No hay necesidad de desarrollar una teorizacion de la significancia de la raza en una teoría general de la historia y la sociedad. La opresión de clase es la más importante y toda otra opresión surge o es reducida a esta. La clase es profunda, la raza no. El problema con esta movida, argumenta Mills, es que, incluso si uno acepta que estas opresiones, como el racismo por ejemplo, son producto de las prácticas del imperialismo capitalista ello no se traduce, necesariamente, en una preeminencia causal.

No hay suficiente atención en los fundadores del marxismo ni en sus herederos del simple hecho de que el desarrollo del capitalismo ha estado ligado crucialmente al papel del imperialismo colonial en el establecimiento de un sistema mundial de dominación racial. La opresión de clase, sexo o raza tienen características propias que hacen difícil mantener un programa reduccionista, no importa cuales sean las relaciones genealógicas que ellas tengan.

 ¿Como es posible defender la idea de que diferentes opresiones pueden ser el resultado de diferentes causas? La dominación racial no precede ni genera la opresión de clase o la opresión sexual. Es, mas bien, un reclamo acerca de la auto identificación de un grupo humano, acerca de quienes somos y que intereses tenemos. Todos participamos de múltiples identidades, pero una tiende a permanecer más firmemente que las otras, especialmente en caso de conflicto, lo que indica que, en algún sentido, es más importante que las otras. Y la raza, en general, ha tenido esta característica.

La supremacía blanca en las ex colonias europeas se ha mantenido mas firme que las otras. En caso de conflicto de clase, el trabajador blanco, si tomamos como ejemplo a EEUU, históricamente ha tendido a identificarse a sí mismo como blanco, luchando en contra del capital, pero reteniendo su propio capital en blancura al excluir a los negros de los sindicatos, al discriminarlos en promociones, al segregarlos en la comunidad y al guardar silencio cuando el Estado les otorga beneficios en forma discriminatoria.

Los historiadores blancos izquierdistas del movimiento laboral no le han dado la atención teorética suficiente a estos hechos porque sostienen una ontología social según la cual el trabajador no puede ser realmente ninguna otra cosa sino trabajador. Ellos no pueden ser realmente blancos porque la blancura no tiene significancia ontológica. Pero, la experiencia social indica otra cosa. Los trabajadores blancos son realmente blancos al mismo tiempo que son trabajadores. Negarse a reconocer y teorizar la supremacía blanca como un sistema en si mismo es dejar un hueco teórico que impide la comprensión marxista de la forma en que la raza puede ser real.

Frente a la alternativa teorética de si la raza es biológica o si la raza no existe. el marxismo blanco, dice Mills, ha elegido lo ultimo negándose a ver que los trabajadores blancos se benefician y reproducen la dominación racial. Cuando a regañadientes se la admite se representa como dominación capitalista. Pero, si admitimos la posibilidad de una sociedad con múltiples sistemas de dominación una diferente realidad se nos presenta.

El burgués domina al trabajador y el blanco domina al negro y al indígena. Como trabajadores son explotados por el capital y como blancos han sido beneficiarios de un doble sistema de explotación que les ha asegurado reconocimiento jurídico y beneficios que han sido negados a otros. En la división laboral racial ellos se ven a si mismos como superiores y esta superioridad ha estado inscrita en la ley, en la división laboral racial y en los programas públicos.

La imposición del modelo en donde la raza y el racismo son inflicciones burguesas en un proletariado incoloro e inocente ignora la realidad de que la clase trabajadora también se hace a si misma y en las ex colonias europeas ella se ha hecho a si misma blanca, socios menores en un Estado de supremacía blanca (participando en linchamientos, en revueltas racistas, en huelgas odiosas para excluir a los trabajadores indígenas o negros, firmando contratos para mantener la segregación comunitaria, etc.) del que obtiene obvios beneficios materiales (oportunidad de trabajo diferencial, promociones, mejores salarios, participación política sin restricciones, mejores accesos a beneficios locales y nacionales, etc.) lo que contradice la ortodoxia que ve a la raza solo como una cuestión súper estructural.

Esta ventaja socio económica es claramente material en sentido económico clásico y debería haberse reconocido como tal hace mucho tiempo atrás. Pero no es la única.

Aunque la clase trabajadora se ubica en los niveles más bajos de la escala social, históricamente ella se eleva normativamente por encima de los negros y los indígenas.

La limitación de la concepción marxista del ser social es que presupone el contexto europeo que le permite mostrar cómo el individuo es formado por las relaciones de producción y de los efectos que la alienación tiene en la vida del proletario. Pero, si nos miramos a nosotros mismos nos veremos como pertenecientes a cierta raza y, queramos o no, sus caracteres están inscritos en todo nuestro ser.

No se trata de afirmar un materialismo biológico, un naturalismo basado en las propiedades intrínsecas del cuerpo, sino un materialismo social en el que la dominación política se encarna. La raza no es originalmente biológica. Se hace biológica. Es por el colonialismo europeo que terminamos por ver la raza en nuestros cuerpos.

Una vez que ella se hace carne le da forma a nuestro ser social. Se naturaliza cuando la división racial europea penetra nuestra piel y conforma nuestra visión de nosotros mismos y de los otros. Aprendemos a ver al negro, al blanco, al amarillo o moreno como igual, superior o inferior y aunque no queramos ver esto como material, inevitablemente moldea nuestros intereses.

El beneficio económico generalmente es coincidente con nuestro estatus ontológico. Muchos intelectuales negros (desde Du Bois hasta Derrick Bell) han venido sosteniendo que la raza es lo que explica la ausencia de una tradición socialista en EEUU. Los trabajadores blancos prefieren incorporarse a la dominación blanca antes que unirse a una lucha de clases transracial que podría poner en peligro su estatus privilegiado… ¿No es lo mismo con el criollo latinoamericano?

La mayor parte de los marxistas blancos, afirma Mills, prefieren no ver que los intereses raciales de grupo han sido los motivantes más importantes en la decisión que los individuos hacen. La auto identificación racial y la solidaridad de grupo se han impuestos sobre otras identidades.

La ironía es que en la sociedad capitalista estadounidense el modelo marxista de un orden social en donde la gente tiene clara conciencia de si misma como miembros de grupos opuestos no funciona como antagonismo de clase, pero si funciona bastante bien como antagonismo racial, antagonismo racial que puede extenderse a muchos otros países

 



 * Escritores y docentes. Residen en Canadá.

 

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