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Máximo Kinast Avilés

ARTISTA ADN

ARTISTA ADN

La obra de Máximo Corvalán hurga en su biografía y nunca deja de sorprender. Es el mismo que puso una cámara de video en la cabeza de una oveja y que instaló a unos indigentes en una vitrina a la salida del Bellas Artes. Hace poco invadió las calles de Nueva York con un ejército de 500 hombrecitos de plasticina, a la Bienal de La Habana llevará réplicas de momias y mostrará en Alemania una espiral de ADN confeccionada con huesos y tubos fluorescentes. Trabajo que realizó a partir de la historia de su padre, asesor de Allende y detenido desaparecido.

Por  Yenny Cáceres Seguel
Foto  Maglio Pérez

El taller de Máximo Corvalán (34) está en un sótano. Oscuro y condenadamente helado, pese a que afuera, a las cuatro de la tarde en el MAC Quinta Normal, el calor no perdona. Encima de una mesa y dispuestas contra una pared, las réplicas de unas momias atacameñas completan esta lúgubre escena. "Parece el set de la película ’Saw, el juego del miedo’", bromea Corvalán. Y es como para creerle, si no fuera porque ahí también está Pancha Mancha, una fiel dálmata que no le pierde la pista ni un minuto.

Aquí este artista visual comenzó a darle forma a una nueva etapa de su carrera. Una que lo ha tenido viajando entre Mendoza y Nueva York. Y que en próximas escalas sumará exposiciones en la Bienal de La Habana, en el Wewerka Pavillon de Münster, Alemania, y una residencia en Marsella. El suelo está sucio con los restos que han quedado de la confección de estas momias de plumavit y resina, que Corvalán presentará en marzo en la capital cubana, y que antes ha mostrado en California y en Galería Animal. Pero esta vez, su proyecto es más ambicioso. Planea montar una masa de momias, unas 10 ó 15, las que nuevamente serán intervenidas con palabras como Open y Welcome, escritas con letras de neón. Esta obsesión con las momias le vino después de haber estado un año viviendo en Calama, como gestor del Centro de Arte Ojo del Desierto, entre el 2004 y el 2005.

Que la biografía se cuele en la obra de este artista no es raro. Es parte central de sus creaciones. "Mi trabajo tiene que ver con mi historia. Si no tuviera ciertas trancas, no sería artista", afirma un convencido Corvalán, que en abril presentará en Alemania un proyecto en el que justamente su biografía tiene mucho que decir. "Mi padre es detenido desaparecido, murió antes de que yo naciera. Cada vez que lo digo, el ambiente se enrarece", reconoce. Porque en su caso, no hay dramatismo en sus palabras. Y en su obras tampoco hay una ilustración directa de su biografía. Más bien, sus trabajos parten de su historia.

Como la de su padre, el médico Héctor Ricardo Pincheira Núñez, asesor de Salvador Allende y militante del Partido Socialista. Fue de los últimos en salir de La Moneda el día del golpe y cuando llegaron los militares fue trasladado hasta el Regimiento Tacna. Posteriormente fue fusilado en Peldehue, junto a los detenidos en La Moneda, y finalmente los restos fueron removidos y tirados al mar.

A partir de este hecho, Corvalán -que llevaba el apellido del primer marido de su madre- se puso en contacto con familiares de detenidos desaparecidos que fueron mal identificados en el Patio 29. Y así conoció la paradójica situación a la que se han visto enfrentados algunos de estos familiares. Para poder establecer la real identificación de algunos fragmentos de huesos que se han encontrado, los restos se deben someter a un examen de ADN nuclear. Pero, con este examen, el fragmento se deshace, perdiendo el único resto del familiar.

Esta disyuntiva permite entender por qué ahora Corvalán está empeñado en construir sofisticadas estructuras: una espiral compuesta de fragmentos de huesos realizados en aislapol, que se encuentran atravesados con tubos fluorescentes, similar a un ADN y que mostrará en abril en el Wewerka Pavillon. Una obra que le permite aludir a la historia reciente de Chile, pero que también sirve como metáfora de la muerte del arte, anunciada desde Hegel en adelante, cuestión que en el caso del arte contemporáneo, como lo prueban autores como Arthur Danto ("Después del fin del arte"), se ha agudizado aún más.

Su obra más biográfica la realizó en el 2007, como parte de una colectiva en el MAVI, donde montó una instalación en que presentaba sus dos carnet de identidad: como Máximo Corvalán y como Máximo Pincheira. Porque si este artista hace una obra en que se discute el tema de la identidad, algo de eso también se desliza en su biografía. Por razones políticas salió de Chile siendo muy pequeño. Vivió en Colombia, Alemania, Cuba y México y volvió al país en 1990, momento en que inició las gestiones para recuperar su verdadero apellido. Fueron  seis años de trámites legales, en que hasta sus abuelos se tuvieron que someter a un examen de ADN. Inspirado en los trabajos del norteamericano Bruce Nauman, para la muestra del MAVI concibió un montaje de sonidos, que incluía un diálogo entre los dos Máximos y hasta destemplados gritos, para dar cuenta de esta esquizofrénica situación.

"Lo bonito de Corvalán es que es un apellido con una historia que yo he construido. Si no lo conservaba como artista lo iba a perder". Por eso, decidió conservarlo y últimamente firma sus trabajos como Máximo Corvalán-Pincheira. Esa "historia" a la que se refiere incluye un par de episodios mediáticos. En uno vemos a una oveja con una cámara de video en la cabeza, interpelando inesperadamente a los espectadores en el Museo de Arte Contemporáneo. En el otro episodio, en el verano del 2006, instaló una suerte de vitrina -que evocaba los dioramas que uno suele encontrar en los museos de historia natural- frente al Bellas Artes, como parte de la V Bienal de Arte Joven. Sólo que en vez de pájaros disecados, lo que había en el interior era una pareja de indigentes. Pasó de todo y algunos hasta hablaron de una "Casa de Vidrio 2". Una vecina del Parque Forestal les servía capuchinos en la cama. Desde el "Buenos Días a Todos" a "SQP" querían a Corvalán en sus pantallas. Y aunque se negó y sólo dio entrevistas a la televisión en vivo, desde el mundo más académico se criticaba que tanta exposición mediática se habría "comido" a su obra.

"Era brutal todo lo que pasaba ahí", recuerda Corvalán. Dice que en esta exposición, en que tuvo como referente a Santiago Sierra -polémico por ocupar a inmigrantes en sus instalaciones-, quiso dejar al descubierto cómo opera el sistema y en especial, la televisión. 

Esta apuesta también dejó claro que su obra busca traspasar el circuito tradicional del arte y dialogar con un público mucho más amplio que el de las galerías y los museos. "Pretender encerrar las artes visuales en el museo me parece una absoluta estupidez", dice este artista, que se formó en la Universidad Arcis y que luego, como la mayoría de los creadores de su generación, siguió el magíster de Artes Visuales de la Universidad de Chile. Allí, asegura que su mejor profesor fue Eugenio Dittborn. "Todo el rigor se lo debo a él", destaca. El creador de las pinturas aeropostales le inculcó la noción de "artista boina verde": uno que debe estar preparado para limpiar la sala o diseñar las invitaciones si es necesario.

El ejército de Corvalán

Intervención con figuras de plasticina en las calles de Nueva York.

Algo de las enseñanzas de Dittborn debe haber recordado durante su residencia en el Dumbo Arts Center de Brooklyn, en noviembre pasado, donde nuevamente el sello de Corvalán se hizo presente, en una exposición que puede verse hasta el 18 de enero. Allí, literalmente se tomó las calles de Nueva York con un ejército de 500 hombrecitos de plasticina. Tal hazaña tuvo su explicación en el pie forzado que proponía la residencia: realizar ejercicios a partir de los excedentes de fábricas que pudieran encontrar en una institución llamada Materiales para las Artes. Corvalán encontró espejos, tablas y cajas de plasticina.

Lo primero que hizo fue hacer una réplica de sus momias con este material. Pero luego le surgió la idea del ejército de hombrecitos: "Las caminatas por esta ciudad me hicieron pensar en la necesidad de realizar algún trabajo que no sólo problematizara el contexto, sino también que su registro diera cuenta del lugar donde se instalaba. Una de las cosas que más me llamaron la atención fue el espacio donde se encuentra enclavada la galería, al lado del río y con el puente de Manhattan de fondo, lugar que finalmente decidí ocupar para la intervención".

El día de la inauguración, en que además se exponían obras de otros artistas chilenos, como Josefina Guilisasti y César Gabler, 500 hombres de plasticina de no más de 11 centímetros coparon Washington Street, la calle de la galería e incluso detuvieron el tránsito durante una hora. "Es que los conductores norteamericanos no se atrevían a aplastarlos", cuenta. Y el detalle no deja de ser irónico, porque justamente las pequeñas figuras tenían uno de sus brazos en alto como queriendo paralizar a los automovilistas.

Otros hombrecitos quedaron expuestos en diversas calles de Manhattan y Brooklyn. Todos finalmente fueron aplastados. Y así, bajo el título "United we stand" ("Unidos permanecemos"), frase símbolo en Estados Unidos después de la caída de las Torres Gemelas, Corvalán armó sus ejercicios en esta residencia. Con un guiño al tema del poder y una muestra de cómo los límites del arte hoy en día son tan frágiles como una figurita de plasticina.

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