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HUGO GUZMÁN

Por Juan Pablo Cárdenas

El periodista Hugo Guzmán perdió su trabajo en La Moneda a consecuencia de una intriga política urdida por el gobierno de Álvaro Uribe y dos dirigentes de Renovación Nacional que buscaron vincularlo con las FARC. Sin prueba alguna, por supuesto, salvo el hecho de que su nombre aparecía entre los numerosos correos electrónicos del abatido guerrillero Raúl Reyes, cuando su computador cayó en manos de los servicios secretos estadounidenses, en una emboscada a un comando de los insurgentes colombianos en territorio ecuatoriano.

Es evidente que el gobierno de Bush intenta probar que la guerrilla extiende sus tentáculos por todo el continente, en su propósito de internacionalizar la guerra colombiana y desprestigiar a los distintos regímenes de signo progresista surgidos del voto democrático. Esta operación de inteligencia tenía que rendir buenos efectos con el concurso de un presidente dócil como Uribe, dos políticos chilenos que se tragan a gusto los cuentos de la Casa Blanca y un gobierno que se siente complacido de ser amigo dilecto de los Estados Unidos, como lo acaba de declarar nuestro Canciller.

Pero quienes conocemos a Hugo Guzmán tenemos la certeza de que no es un militante encubierto, un ayudista y nada que se le parezca, sino exactamente un agudo reportero, con excelentes vinculaciones en América Latina gracias a un brillante desempeño profesional en diversas naciones del continente. Si a los periodistas se nos quisiera inculpar por las entrevistas realizadas y los contactos clandestinos que hemos concertado en nuestro trabajo de informar, interpretar y opinar, la nómina de implicados podría ser muy voluminosa. Entre otros, Estados Unidos podría poner en su “lista del mal” a ese escogido en número de reporteros que entrevistaron, colaboraron y todavía publican loas a favor de Pinochet. Si fuera cierto que ahora hasta en ese país se asume que éste ejerció sistemática y cruelmente el terrorismo de estado.

Conocí a Hugo Guzmán en México y hasta hoy me honro de su amistad y de lo que aprendí de su conversación y experiencia. Pero ello no sería nada si no agregara que se trata un periodista notable, cuanto un ser humano con ideas sólidas y ejemplar consecuencia. En los trabajos que ha desempeñado, he apreciado siempre su modestia, su renuencia a ocupar cargos empinados. A muchos nos consta su modestia y firme propósito de servir y no servirse del periodismo. Puedo dar cuenta también de sus cualidades humanas tan bien expresadas en su inclaudicable afán de ser un buen padre y dejar de lado valiosas “oportunidades” para estar lo que más pueda al lado de sus hijos. Como recién antes de este incidente, que ya estaba por embarcarse a México para pasar con ellos una temporada más larga.

Nos irrita que el mierdazo se le lance desde un partido político cuyos dirigentes siempre lo reconocieron entre los periodistas que cubrían mejor su sector y desde el cual nunca se le hizo un reproche a su forma de informar. Con un rigor ético que, en contraste, ha sido valorado desde la UDI, la otra tienda de la Alianza por Chile. Sin embargo, lo que más molesta es la falta de solidaridad con él desde el Gobierno; la facilidad con que ciertos moradores de nuestro Palacio Presidencial se hicieron eco de una espuria maniobra y que hasta hoy soslayan la hipócrita actitud del presidente Uribe. Pretextando, una vez más, la “razón de estado”, que no es otra que la de mantener a Chile como un estado asociado a la Gran Potencia. Al precio, por cierto, de cualquier iniquidad.

Sabemos que Hugo Guzmán fue desalojado de La Moneda. Que los primeros que se incomodaron con él fueron exactamente aquellos personajillos que pululan por esos salones restaurados, cuando en el pasado alentaban la lucha armada, acusaban a Allende de pequeño burgués y en exilio se preparaban militarmente para ejercer “todas las formas de lucha…” Aunque a la hora de los quiubos fueron los primeros en ponerse la banda de la transición negociada.

Hugo Guzmán dijo que renunciaba voluntariamente para no complicarle las cosas a Michelle Bachelet. Y, por pura nobleza, esta vez no contó toda la verdad.

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